Nake, sonomama shine
(Llora, muere así nomás)
Filmaron la historia de su existencia. Haiden moldeaba rostros de acuerdo a su conveniencia. Unas veces era joven, y otras, viejo. Se decía que no se trataba de un hombre, sino de un «ser cruel» que hacía lo que se debía hacer: matar y traicionar.
Esa tarde el director mandó traer los dobles en escena. Les resultó fácil, no se grabó a color.
—¡Qué se sitúen allá, en el harem! —exclamó el anciano mientras Haiden se fijaba en la joven más delgada.
«¡Ay!, se parece a… No, no es Evaluna, pero…».
Ella, no obstante, falleció en la lluvia y, sonriendo, el espíritu atormentó al hombre día y noche.
Haiden temblaba porque tenía miedo…, y quizá, sólo en parte, el hombre conocía el final. Sus sentimientos eran sinceros, aunque inútiles en el mundo donde nadie lo iba a extrañar.
De aquel día, de aquella última escena, el protagonista permaneció silencioso, con los ojos fijos en el infinito.