El mediodía eleva un ancla de solares baldíos
El mediodía eleva un ancla de solares baldíos,
una trasparencia oleosa y el rastro de cierto recuerdo
que se siembra como a “tierra venida” de la infancia.
Hubo flores de alazor a orilla del camino que reveló mi padre,
sus ramas densas y espinosas alejaban a los pájaros,
cardenales, mirlos y gorriones
sobrevolaban el cártamo del día en desaliento,
otros, desde viejos álamos, contemplaban
las minutas de algodón y sus semillas desprendidas por el aire,
la longitud del silencio en esos días me estremecía,
julio esparcía desolación en los campos de falsos azafranes
los lomos de los surcos como una provincia desconocida y lejana
ceñían mis sueños de confusas palabras, de horas agolpadas
que hoy entiendo, resultarán por siempre indescifrables.