Si hay escritores que escriben para escritores, Enrique Vila-Matas es uno de ellos. La diferencia estriba —quizá— en que los escritores que escriben para lectores escriben historias. Los otros también, claro, pero casi importa más el cómo que el qué.
A mí me han dicho tres escritores que soy de esos que escriben para escritores. La diferencia estriba —también— en la originalidad. A los escritores nos gusta leer cosas originales. Lo de siempre nos aburre. Aunque tal vez hay dos tipos de escritores. Los que leen a escritores que escriben para escritores. Y los otros, los que leen lo mismo que los lectores.
«Cuando me preguntan si los textos los tengo organizados en la cabeza antes de escribirlos o bien se desarrollan sorprendiéndome a mí mismo a medida que avanzan, siempre contesto que en la redacción se producen sorpresas infinitas. Y que por suerte es así, porque la sorpresa, el sesgo repentino, la frase que se presenta en el momento preciso sin que se sepa de dónde viene, son el dividendo inesperado, el fantástico empujoncito que mantiene activo a un escritor».
Este tipo de cosas cuenta Vila-Matas. París no se acaba nunca me ha parecido magistral. Escribe como siempre pero no me canso de leerle. Me encanta, por supuesto, que mezcle ficción con no ficción. Que nos hable de él y se invente algunas cosas para hacer más amena la lectura. En Bartleby y compañía también lo hace. Te cuenta nueve realidades y luego te cuela una ficción. Como ya le conozco tanto, casi siempre le pillo, y me encanta pillarle.
«Si de verdad fuera escritor, me dije, África sería mía. ¿Y por qué África? Porque conocería la melancolía de regresar a donde nunca estuve. Porque iría a lugares en los que ya habría estado antes de haber ido nunca, ciudades en las que ya habría estado antes de estar jamás».
Enrique Vila-Matas me transmite mucho. No sé con exactitud cuántos libros suyos he leído ni cuantos me faltan por leer, pero espero que su literatura no se acabe nunca, al menos para mí, que no soy eterno y solo le leo un par de veces al año.
«No creo que tarde en ausentarme de aquí. Me iré con mi conciencia, que siempre fue para mí una ironía en crecimiento que, a medida que se hacía fuerte y grande, tendía al mismo tiempo, paradójicamente, a desaparecer. Fue algo que fui descubriendo a medida que vivía y se iba agrandando esa conciencia, que nada sería sin la ironía. Me iré de aquí para disolverme, disociarme, desintegrarme, dejar hecho trizas todo conato de personalidad o de conciencia, cualquier nostalgia de París. Después de todo, ironizar es ausentarse».
París no se acaba nunca es una delicia.
Enrique Vila-Matas lo borda
una vez más.