«Buhardilla de una pensión del barrio pobre. Alta madrugada. Un joven está leyendo en la cama, a la luz de una lámpara de petróleo. En la mesita de noche hay lápices y un cuaderno abierto con bocetos de urbanismo. A su pie columnas de libros, almanaques y periódicos se apilan desordenadamente junto a varias carpetas y material de pintura».
Así comienza El túnel de Hitler. Setenta páginas netas. Un año en la vida de Adolf. 1913-1914. Y Jorge Casesmeiro lo lee todo sobre aquel Hitler de veinticuatro años para ofrecernos una acuarela indispensable.
Indispensable porque nos hace pensar de una forma que no podemos imaginar antes de haber leído el libro. Indispensable por su precisión, por su exquisitez, por su originalidad. Indispensable porque es una quintaesencia.
«El joven está totalmente concentrado en la novela que acaba de empezar. Su compañero de cuarto, molesto por la luz, se revuelve y gruñe desde su catre; y no por vez primera. Pero esto al lector no parece preocuparle. Quizá porque está demasiado lejos para enterarse».
Jorge Casesmeiro elige un año clave para narrar lo que —quizás— aún no se había narrado. Jorge Casesmeiro elige a la persona clave para recrear a su alrededor la atmósfera que entonces se respiraba. Jorge Casesmeiro elige el tema clave y lo desenvuelve como si fuera una alfombra nueva, inédita, impoluta.
A El túnel de Hitler no le sobran ni le faltan palabras. No le sobra ni le falta nada. Es una obra redonda, sin fisuras, el trabajo de un artista de las letras que ha trabajado duro para escribir setenta páginas memorables.
«En Viena, donde adquirió el oficio, pintó más y en peores condiciones. Pero los fondos de la herencia le dan, por el momento, cierto margen para la ociosidad. No obstante, tiene ganas de ejercitar en Múnich esa alquimia entre ojo y mano. En esto anda cuando tras salir de un pasaje cubierto se topa con el escaparate de una librería, en cuyo expositor de novedades un título destaca a su vista por encima de todos: El túnel, de Bernhard Kellermann».
La Literatura necesita obras como esta. Obras puras, de veinticuatro quilates, trabajadas hasta la perfección. Obras que no aspiran a nada y sin embargo lo consiguen todo. Obras que hay que paladear, que hay que sentir, que hay que releer, pues la Literatura es eso que se puede leer una y otra vez.
Jorge Casesmeiro nos sorprende con un libro pequeño de tamaño y grande de corazón. El túnel de Hitler es uno de esos libros que no caen en el olvido. Si como sugería Constantino Bértolo, leemos para aprender a preguntarnos por qué leemos, este Túnel es una piedra imprescindible en ese arduo camino.