La taza con café ya frío y desabrido, por los prolongados minutos al aire libre, se encuentra en la orilla de la mesa. El documento en la computadora continúa en blanco. Despliego palabras y construyo unas escasas líneas, que después de releer se consumen por la tecla suprimir. Las miradas de las personas se concentran en los objetos detrás de las vitrinas, la mía en ellos, deseando traspasar sus pensamientos y encontrar un conflicto útil para transformar en letras. Me presiono la sien con ambas manos, apago la computadora y, en la premura por salir de esta cafetería, golpeo la taza que se precipita en dirección al suelo.
Me adentro a los pasos del pavimento, deslizo mi dedo índice por la cadena que cuelga alrededor de mi cuello, esa que recién compré en el bazar del centro. Acaricio con mi pulgar el dije que venía con la cadena: una delgada pieza de plata en forma de letra “S”. Aclaro que mi nombre no coincide con esta letra, compré la pieza por el precio rebajado. Sin embargo, me negué a separar la cadena y el dije; me complace la idea de que las personas hagan conjeturas de mi nombre, todas falsas con la “S”, es un modo de suplantar una identidad sin infringir la ley.
Entonces emerge como un destello: esa letra es el indicio para la narración literaria que busco. Sin embargo, no optaré por una premisa que ha saturado tantas historias: la reliquia que por azares del destino llega a las manos —cuello, en este caso— de un sujeto, a causa de este irrelevante hecho, el sujeto sufrirá las maldiciones que la reliquia lleva a cuestas.
Podría intentar algo inusual. A mi memoria surge el recuerdo de un cuento, cuyo autor logró la destreza de escribir prescindiendo de la letra “E”; y no me refiero a una minificción, sino a un texto de casi ochocientas palabras. Sería un reto para mi escritura omitir la “s”. Sin embargo, en nuestro idioma esta letra comparte sonidos con la “z” y, en algunos casos, con la “c, por lo que esta propuesta creativa perdería fuerza.
Y aunque existen infinitos nombres personales que inician con “s”, creo que me gustan más las palabras con la letra en cuestión: suerte, sueño, saciado, sazón, salvaje, sollozo, susurro, silencio… Tan sólo preciso encontrar el conjunto correcto de sustantivos, adjetivos y verbos que deriven en una historia con factibilidad de lectura e impresión.
Borrador de ficción:
“Aquella tarde de sábado, el sol prolongó las sombras en el suelo. A la espera de un lector, el diario aguardaba acontecimientos y palabras: Sacerdote sorprende en acto profano al sacristán, con severa reprimenda lo expulsa del santuario. | Sollozo del viento somete al salvaje Sahara, majestuoso despliegue de sus sábanas de arena. | Sofocante fuego desgarró la carne de los desdichados asalariados que solicitaban descanso en el séptimo día.
El anónimo lector de los encabezados se percató de la sombra que seguía su camino. Entre las calles ella acortó la distancia y él, atemorizado, distorsionó su destino. Ante el semáforo en verde buscó suerte para esquivarla; la sombra se detuvo frente al tráfico, el autobús no y el anónimo murió un instante después de distinguir en la sombra, el rostro de su hija sordomuda”.
Algunas ocasiones un escritor encuentra en hechos cotidianos el evento que inspira una ficción. Después, el reto que el lector se impone es distinguir cuáles son esas realidades. En la historia anterior, la ficción se acopla al día que compré la mencionada joya.
Los hechos reales:
Deambulando entre las calles llegue el zócalo. El sudor de mediodía impregnó mi piel y se deslizó en la cadena. La cercanía de unos pasos a mi espalda me alertó, por el rabillo del ojo distinguí a una mujer con una holgada sudadera, extraño para ese caluroso momento. Pensé que era una simple transeúnte, como el resto con el que se coincide a veces, por lo que decidí cambiar mi recorrido. En la esquina del santuario un semáforo en amarillo alentó el tránsito; me negué a esperar el verde y reanudé mis pasos. Aquella mujer estaba tan cerca que casi percibí el susurro de su fría respiración en mi cuello. Caminé hasta un puesto de periódicos, me detuve creyendo que ella continuaría su trayecto, no lo hizo, su sombra permeó a la mía. Avancé y ella al unísono. ¿Y si aquella mujer era la verdadera “S”? la dueña de la joya que busca saciar venganza por verse despojada de su identidad.
El temor por la extraña que imitaba mis pasos desplazó la cordura en mi conciencia. Yo mantuve mi trayecto entre calles, sin rumbo establecido tan solo una ruta de escape. Sujeté con fuerza el dije, quizá atribuyéndole poder de amuleto de suerte que me liberara de aquella persecución. Agotada me detuve junto a un puesto de periódicos, ¿no había pasado ya por aquí? Luego pensé que la ciudad necesitaba más de un puesto para satisfacer la voracidad de los lectores. Estos pensamientos distrajeron mi ansiedad, pero, cuando reaccioné, la mirada de la verdadera “S” permanecía pendiente de mí.
Retomé la huida; distinguí el semáforo con el sol de mediodía y el santuario, mis pasos me retornaron al zócalo y enfrente, de nuevo, el puesto de periódicos. Aproveché para leer un titular: Sola, mujer sitiada. Cuando enfocamos la atención en algún objeto —letra en este evento—, la mente deconstruye y observamos detalles que quizá siempre han estado ahí, pero antes eran inadvertidos. La letra “S” es una curvatura que inicia en un extremo superior, por lo habitual, desciende en una curvatura doble, hacia la izquierda, luego a la derecha o viceversa. Si unimos los extremos de ese trazo, obtenemos la representación del número ocho. Sin embargo, al colocar este número en modo horizontal, tenemos la representación del símbolo infinito.
A cada trayecto de huida ella me siguió, juntas volvimos al sol de mediodía entre el sudor y el santuario. Otro intento: había un santuario, un zócalo y junto un puesto de revistas. La mirada de la verdadera “s” estaba plasmada en mi rostro, yo la ignoré leyendo el periódico: título-s, palabra-s, persona-s, letra-s. El sexto reintento fallido de escape me llevó al mismo mediodía, al sudor, al zócalo, la cadena, el santuario, el dije, la sombra, los periódicos y esas mismas palabras.
He comprendido que ella no quería dañarme ni despojar mi cuello de la joya. Su intención, tal vez, era evitar la encrucijada infinita en que deambulo con nomenclaturas y espacios ocupados por la-s letra-s. A pesar de que una escapatoria asequible se encuentra entre líneas anteriores, es tarde; incluso para ti, abrumado lector, no puedes retroceder y buscar esa sintaxis de escape porque las más de trescientas letras “S” impiden el desenlace de este cuento.
La taza ha caído; fragmentos de porcelana yacen en el suelo, entre restos de café frío y desabrido. El documento en la computadora se encuentra repleto y todo concluye cuando oprimo el botón ❌