—Y deje de mirarme las tetas, señor —dijo Rocío de Miel— o le voy a sacar la mierda a hostias.
Lo anterior es un diálogo de un cuento de Charles Bukowski que, al leerlo por enésima ocasión, me recordó a otra historia en la que la anatomía femenina es vilmente ultrajada por los ojos de un hombre. Se llama Noche materna y es la anécdota de una mujer que todas las noches sale al balcón de su casa sin blusa ni sostén. No hay motivo aparente, sólo sucede que la dama exhibe su anatomía como un regalo para las estrellas, testigos de un acto inverosímil que adorna el cielo de una ciudad desconocida. El aire no se inmuta ante la presencia de la fémina exhibicionista, caso contrario ocurre con los vecinos. Desde sus respectivos hogares, los hombres que viven en los edificios cercanos contemplan a diario y sin falta, con sus equipos de observación, la asombrosa escena. Es su pasatiempo cuando llega la medianoche, pues su lado morboso no puede escapar a esa función gratuita de cine porno.
La historia es parte de Matamoscas, un libro de cuentos de Fernando Paredes Milonás, escritor del que no se habla mucho —ni se habló— porque su inesperada muerte lo alejó del mapa literario mexicano. Fue en 2012 cuando la noticia de que un bibliotecario se suicidó en Aguascalientes pasó casi desapercibida, ya que fue un caso más de tragedias ocurridas en México, una nota roja más en la prensa. Sin embargo, con el correr del tiempo esa muerte tomó relevancia para algunos, pues el hombre que se quitó la vida era un escritor que tenía un talento nato para narrar la vida tal y como es.
Son veinte las historias que conforman esta obra de estilos profundos y desarticulados llamada Matamoscas. No es una copia del “valemadrismo ortográfico” de onderos de los setentas como Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y José Agustín, ni la suciedad realista de Raymond Carver o del ya citado Bukowski. Se trata de la visión de un hombre joven que creó unos textos con un lenguaje muy ordinario, que te llevan por un camino lleno de esos virus que inundan los pensamientos de las personas —temores, amarguras, sueños, debilidades— y no los dejan en paz por días, años, o incluso por vidas enteras.
En una entrevista, Edna Rodríguez —quien era pareja de Fernando— contó que conoció al escritor por Internet. Ambos escribían cuentos en una comunidad virtual y así supo de la existencia de Aristidemo, el seudónimo de Paredes. “Quería vivir de la escritura”, contó Edna sobre el tipo que dejó a Matamoscas como su única recopilación impresa. Un ejemplar de esta colección llegó a mí por casualidad cuando caminaba por los pasillos de una librería y un tipo de aspecto kakfiano llamó mi atención. Era un sujeto vestido de traje cuya cara estaba oculta por la imagen de una mosca gigante. Lo vi entre los anaqueles y me acerqué para saber de quién se trataba. Leí la reseña y no dude en invertir mi dinero en la antología del “mundialmente desconocido Fernando Paredes”, como señaló la periodista Katia Rejón en un artículo de la revista Memorias de nómada.
“A la casa, a la calle, a los que en ellas hay”, son las primeras palabras del autor como dedicatoria a los lectores del libro de la editorial Disculpe las Molestias, que inicia con la historia del sujeto que se dispone a escribir, pero que, sin embargo, comienza a matar moscas. ¿Para qué escribir? Esa es una interrogante que surge en aquel hombre que mataba a las gordas y negras moscas, y también en el interior del lector. Dicha pregunta se repite en todos los cuentos como un disco invisible atorado en un reproductor. De manera oculta, casi imperceptible, navega como un fantasma por Solicitud, De cuando los alienígenas vinieron por los índigos, Aurora y el después, Humo, y así hasta agotar el contenido de la antología que apareció en las librerías en 2007.
De cuando el señor de los anillos fue al cine y De cómo preparar viruleanos parecen poemas. Tal vez lo sean por su estructura, y quizás los que parecen cuentos son ensayos o textos sin categoría. O viceversa. Todas estas dudas son las que deja Fernando en su libro que, además, de cierta forma, fomenta ir más allá, volverse parte de los relatos, diría. Por ejemplo, Cuento recomendado es una clara y divertida invitación al lector para crear su propia historia. Es como decirle a los que leen el libro en el transporte urbano o en la cama: “¡anda, levántate y escribe, no seas flojo!”.
Matamoscas es una obra que desafía al cuento, a sus reglas y a sus rumbos clásicos de estructuración. También reta a la lógica humana para adentrarse en la narración del ojo maldito que le sale a una persona en la nuca o en el diálogo del tipo que decide perseguir a una mujer por dos razones: porque le gusta mucho y porque no tiene nada mejor qué hacer.
Es un libro de esos que te envuelven como un inmenso cobertor cuando en la calle el frío congela. Entonces, como el ritual que solía tener Aristidemo, necesitas música, café y cigarros. Así se disfruta la lectura de Rabbit, El Che Guevara era gay e Insomnios, cuentos que pueden causas risa; pero, también, quizás algunas lágrimas se enfilen en tus adentros con Julia, una parada romántica entre la irreverencia de Matamoscas.
He repasado muchas veces los cuentos y es justo decir que la obra es rara, pero repleta de una originalidad sarcástica que entretiene y nos hace querer indagar a fondo en las narraciones. El de Fernando era un estilo puramente contemporáneo, audaz y atrevido, que regala un buen rato a los lectores y es capaz de inspirar a los que quieren caminar entre letras.
A aquellos que pretenden ser escritores, el libro les entra hasta la médula para comenzar lentamente a doler. Arde, molesta a cada párrafo, pero también impulsa a continuar hasta que se acaban las historias, o se toca fondo. Entonces, se comprende que la mayoría de las veces se escribe sin tener nada que decir, que matar moscas es más fácil que vencer a la hoja en blanco.
Semblanza:
Jhonny Eyder (Mérida, Yucatán. 1991). Editor, lector y un caminante de la literatura. Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Ganador del Premio Nacional de Cuento Joven FILEY 2016. Ha publicado textos en las revistas digitales Carruaje de pájaros, Memorias de Nómada y en el periódico Diario de Yucatán. Es columnista en Peninsular Punto Medio.