Brillo de asfalto tiene muchos méritos. El primero y más importante gira alrededor del nombre de su protagonista. Serafín. Construir una novela alrededor de este nombre me sabe a proeza de las que no se olvidan. Conseguir que PL Salvador la lea y reseñe, me sabe a reto superado.
En algún momento de la historia, una mujer de manos pequeñas le dice a nuestro protagonista que mejor debería llamarse Serafón. Es lo que tienen los nombres que suenan a diminutivo. Te empequeñecen. Es difícil imaginar a un tipo llamado Serafín conquistando las Galias.
¿Y por qué entonces escoge Marian Torrejón este nombre? ¿Acaso nos va a contar la historia de un hombre gris? Sí y no. Serafín es un hombre corriente. Con un nombre que algunos padres aún ponen a sus niños por algún motivo que no quiero imaginar.
Es como si quisieran machacar al hijo (o a la hija) desde el principio. Y, de alguna forma, de esto trata esta historia. De la herencia. Pues Serafín, como tantos otros, recibe una que le marcará de por vida. Puestos a cargar con algo, hubiera sido preferible una mochila llena de piedras. Al menos habría conseguido unas piernas fuertes.
Brillo de asfalto es una novela bien construida. El retrato de los personajes es perfecto. Marian Torrejón narra con una neutralidad admirable. El ritmo es el adecuado. También el tono se adapta al relato. Y la atmósfera no decae en ningún momento. La voz no es especialmente personal, pero tampoco vulgar.
Cuando leo, exijo que se me mantenga interesado. Cuando leo, exijo una técnica aceptable. Cuando leo, exijo que el libro me haga pensar en él al menos un par de veces al día. Todo esto lo ha conseguido esta novela. Y, cada mañana, volvía a la historia para reencontrarme con mi amigo Serafín, que probablemente me esperaba con su impaciencia habitual.
Serafín es un personaje-persona, existe sin ninguna duda, de hecho hay cientos de ellos, miles, quizá millones, y este hecho engrandece una historia que parece escrita con el fin de recordarnos las cotidianas fragilidades. Serafín no se hace de querer ni de odiar. Serafín es un hombre corriente, uno de esos que se deja arrastrar por la corriente.
«Son más de las seis de la mañana cuando Serafín puede marcharse a casa. Carmen se levanta de la cama al oír la llave. Lo recibe envuelta en su batín de raso negro con estampados de inspiración japonesa y los brazos cruzados. Serafín frena su avance al ver la expresión severa de su rostro, ausente de maquillaje y con el brillo que le da una capa abundante de crema nutritiva».
Emociona leer algo que sabes que ocurrió, ocurre y ocurrirá.
Brillo de asfalto contiene la contundencia de lo cotidiano.
Marian Torrejón ha escrito una historia inolvidable.