Revolución
A Francisco Goitia
El árbol decapitado deja caer su sangre en la tierra árida,
flujo discontinuo donde el agua se mezcla con savia difunta
en el ocaso de seres que vitorean lo desconocido.
Ramas pisoteadas por botas ensangrentadas y cañones sin pólvora,
por cuerpos inertes y cascos que corren a toda prisa.
Los ojos del caballo se pudren bajo el calor que devora,
y ellos al flujo se atan en su búsqueda, en su resguardo.
Los disparos se escuchan en el llano y más allá de los cerros,
sombras que huyen del paisaje de tránsito despavorido.
Emoción infiel que encierra anhelos perdidos en la tierra.
Pero él engendra la calma de un tajo.
Acierto detallado que consume,
clama al éter por una respuesta
y entonces la ofrenda halla su sino.
Con trofeo en mano se dirige al árbol,
con una marca roja en camino al trono;
el rostro deformado desprende terror,
extremo cercenado que ha parado de resoplar.
Ser y esencia se postran juntos, una sucumbe más que el otro.
Una virtuosa y el otro impuro,
una ensalza la suave vida,
una elogia, canta tiernas canciones al oído.
Resquebraja el otro a la paciente dicha.
Ambos azotados por la infame fuerza.