Poecrónica
Península cetácea
En ruta por la carretera Transpeninsular
(Ensenada-Ciudad Constitución)
I
La carretera es un hechizo
de norte a sur,
lengua negra que acaricia
y arrebata para ir como nunca
entre cirios y sahuaros,
cuerpo serpenteando entre dos aguas,
arrecife que surca oasis,
misiones, arroyos de piedra
y fósiles de náutilus…
¡Cómo abarcar esta península!
si días y días no bastan
para siquiera explorar completamente
un ojo de agua, la pintura milenaria
o las tumbas que descubro azorado
en aquel cementerio campirano
rodeado de magmas
y silencio de erupciones,
cómo atraparla
si turistas de varios hemisferios
en máquinas intrépidas o pedales de sudor
la devoran infinitos sin importar
que el cosmos plateado
de noches soledad los detenga un momento…
II
Nunca fui un viajero quejumbroso
y de cansancio rápido,
siempre las amplias caminatas
me excitaron como el sol a la pitahaya
y ahora que me cobija
un atardecer único y solo
erizado de cactus
me transmuto en cachora,
liebre o reptil del desierto que todo lo soporta…
¡Oh, Baja!
escondite para evadir la civilización
o tenerla un poco cerca,
el lujo de escoger —por un lado—
un golfo pletórico de especies acuáticas
que todavía no agonizan
o —por otro— un océano sin pared alguna
solo las del viento, a veces huracanes,
y la extensión de las playas del amor…
¡Oh, Baja!
brazo izquierdo de mi patria
que recorro encendido
como un misionero en la ruta contraria
a fin de atestiguar lo que hicimos de ti
después de siglos y milenios,
lo creado por ancestros, invasores
y mestizos como yo,
atestiguar un pedernal
casi inalcanzable,
regiones agrícolas al centro,
puertos vibrantes en la orilla
y, por supuesto,
ese sazón de mar que encanta a los locales,
a los chinos y alemanes
que penetran desde arriba
y acaban saciados en el arco del cabo
pasando por tus ejidos aislados,
tus veredas sin huellas
que llevan a tinajas dulces de agua,
a las terracerías
esperando a nuestros ojos inyectados
de vida que acuden aquí a revivir…
III
¿Qué diré de tus gaviotas
y pelícanos que cazan desde el cielo
al pez que va a morir en un instante?
¿Qué será de tus ballenas y delfines eludiendo
a pangas y navíos
y que desde diciembre
retozan en tus mareas tibias?
¿Y de los colibríes que beben
el agua verde pura
entre papayas, dátiles e higos
convirtiendo en miel el sodio de tus olas?
¡Qué te diré!
si todo se resume y acaba
en un respiro profundo
que aplasta a la muerte,
a las rutinas,
todo acaba frente a estas islas
que me encuentran al fin,
desnudo y útil,
en la punta del golfo, del golfo septentrión
donde tú,
península cetácea,
recuerdas la Pangea
y te unes a nuestro gran continente
para ofrecerte toda
a nosotros los humanos, los humanos tristes
que venimos a ti
tan solo por la sal de tu alegría…
Diciembre 2019-enero 2020
Semblanza:
Manuel Murrieta-Saldívar (Ciudad Obregón, Sonora, México), doctor y maestría en Letras Hispanoamericanas por Arizona State University-Tempe y Licenciado en Letras Hispanas por la Universidad de Sonora-Hermosillo. Ha sido periodista, escritor, editor y académico en Sonora, México; Arizona y California. Ganador en tres ocasiones del Concurso del Libro Sonorense. Su obra publicada incluye Mi letra no es en inglés (ensayo); De viaje en Mexamérica (crónicas fronterizas); Gringos a la vista (ensayo); Háblame a tu regreso (novela); La grandeza del azar: eurocrónicas desde París (crónicas); La gravedad de la distancia: historias de otra Norteamérica (crónicas y relatos). Alejados del instinto (poesía). Poecrónica en las urbes (poecrónicas). Fue nombrado «Educador del año 2014» por la “Association of Mexican American Educators-North Central Valley Chapter” de California. Actualmente reside en Modesto, California, Estados Unidos y es Profesor de Literatura y Cultura Chicana, Mexicana y Latinoamericana en California State University, campus Stanislaus. Es fundador y editor general de la Editorial Orbis Press (www.orbispress.com) y de la publicación electrónica www.culturadoor.com. Facebook: Manuel Murrieta Saldviar. Twiter: @ManuelMurrieta