El primer despertar fue el día más terrible en la definición del ser: el parto. Ese día se nos extrajo del único lugar que tuvimos la certeza de hacer nuestro, de llamar hogar, de no temerle a nada.
Nacer ha sido el dolor más grande y a nadie le gusta el dolor. Por eso, el parto y la muerte son los dos eventos más grandes: nos devuelven la temible ternura, la tranquilidad de no ser nada, de no servir para nada.
Lo más cercano que tenemos a morir o a nunca haber nacido es estar bajo el peso del sueño. Dormir, más allá de ser algo necesario para la funcionalidad del cuerpo, es el único acto que recuerda a la ternura y tranquilidad del vientre. Por eso, quedarse dormido significa que, de alguna forma-ingenuidad, quizá- confiamos en lo que nos rodea de la misma forma en que confiábamos en la calidez del vientre.
Dormir en el auto significa que confiamos en quién lleva el volante, significa que tenemos la seguridad de que nadie nos va a estrangular o lanzar del auto mientras dormimos. Dormir sobre el hombro de alguien significa que esa persona nos da las certezas de la ternura y la tranquilidad. Aceptar un abrazo y sentir los parpados pesados en medio de la calidez de un cuerpo significa que esa calidez nos recuerda a lo único que hemos podido llamar hogar. Compartir una cama, significa que confiamos a pesar de la longitud de la noche y su oscuridad. Dormir toda la noche sin temer a un cuerpo, significa que ese cuerpo es como la compañía vital de la inconsciencia: es la ternura, el amor, nuestra sombra y nuestro cuerpo.
El día que yo vea tus ojos enteros antes de que la noche sea inevitable aceptaré dormir contigo. Aceptaré cerrar mis ojos y asumir nuestra oscuridad y nuestro silencio. Me dejaré morir un poco en la inconsciencia, en ese anhelo constante de la inexistencia. Dormiré con el recuerdo fijo de unos ojos difusos, de esos ojos tuyos, en la oscuridad. Dormiré y olvidaré la proximidad de tu cuerpo, olvidaré lo cerca que están tus manos de mi cuello, olvidaré todas las formas en que podrías olvidarme y recordarme a través de poseerme y difuminarme en la noche.
Cuando, por tu culpa, deje de buscar el insomnio con fiesta, lecturas, ajedrez y obsesiones perdidas en la soledad, dormiré haciéndote el mundo en el que puedo confiar. Olvidaré las calles de todas las ciudades, olvidaré a todas las personas y olvidaré todas las luces y todas las sombras. Dormiré como siempre he querido dormir: contigo, con un mundo que pueda dejar en paz y no se desmorone. Un mundo que valga la pena.