Raúl Jiménez dirige el proyecto Literal Forest. En 2015 publicó Sin manos y otras proezas de la infancia, junto al ilustrador Rodrigo García. En 2018, Raros, torpes y hermosos. Y ahora acaba de ganar el Premio Sloper con El peor ciego.
—Estas son algunas de las cosas que ha hecho Raúl, ¿pero quién es Raúl?
—Soy uno que murió en verano, otro un poco más gordo que yo, y un tercero, espigado y somnoliento, que me mira con aburrimiento y bosteza. Soy un santo y un gamer. Un hikikomori y un profeta. Soy un hombre que espera y otro, más lento, que no llega. O llega siempre tarde. Y soy también un viejo, un niño, una mujer. Soy un agujero que parpadea, una puerta que se abre, un corazón que sangra. Y además un mendigo, desnudo, con las uñas comidas por la mugre, la espalda doblada por el reúma y los codos roídos por la soriasis. Soy un loco, un emperador, un vidente y un asesino. Soy un mamífero rompiendo el cascarón y un ave mamando de una teta. Soy todo tipo de gentes. Y todo tipo de cosas. Soy un alfil, un cuatro de bastos, un hematoma en el muslo. Soy un mendrugo de pan, una biblia, una pistola. Un crucifijo marrón en una bolsa de hielo. Soy un saxofón que maúlla. Un saxofón que estalla. Un saxofón que te mira. Soy un bedel con tripita. Una anciana rica en pijama. Un señor de cuarenta. Un señor hipertenso. Un señor que bebe en exceso y otro que apenas recuerda el camino de vuelta a casa. Soy un adolescente excitado, que se humedece los labios y baila. Soy un cazador de osos, una nutria ciega y una joven pelirroja con una lágrima tatuada en el pómulo. Cuando leo, puedo ser cualquier cosa. También una piedra, un huevo, una flecha. Puedo ser incluso tú.
—Lo suponía, suponía que eras todo esto, pero tenía que preguntártelo. Alguien dijo que leemos para descubrir por qué leemos. ¿Por qué escribes tú? ¿Para descubrir por qué escribes? ¿Para pasar a la historia? ¿Para no convertirte en un monstruo?
—Bueno, decía Juan Bonilla que Maikovski escribía poesía lírica pero roncaba como un poeta épico. Yo leo como un señorito, chaleco, levita y bastón, pero para escribir me arremango como un fontanero. La escritura es muy sucia. De hecho, escribo para mancharme los dedos de tinta y disfrutar como hacen los niños cuando se manchan de barro o de chocolate. Escribo porque es un juego. Y escribo, además, para poder decir que escribo. Para llevarle la contraria al blanco. Para tener las manos ocupadas y no fumar. Para tener las manos ocupadas y no rascarme. Para tener las manos ocupadas y no hacer sobre mi pecho la señal de la cruz. Escribo para echar la tarde, para sentarme en la mesa de los escritores, comer su pan y beber su vino. Escribo para bajar la fiebre. Pero, sobre todo, escribo para hacer felices a los críticos.
—Amigo Raúl, terminemos con la pregunta obligada: ¿qué sentiste cuando te dijeron que habías ganado el Sloper?
—En realidad, fue algo muy parecido a lo que sentí cuando me propusiste tú esta entrevista. Sorpresa, alegría y vértigo. Por otro lado, las cartas me habían prevenido. Yo suelo acudir los martes, a eso de las siete y cuarto, a la consulta del Maestro Boboho. Un tarotista fantástico, que lee también los posos de café y es famoso por sus tiradas de caracol. Desde que me ayudó a conquistar a mi esposa, con un amarre muy sencillo pero efectivo, le tengo mucha fe. Fíjate si se la tendré, que cada vez que le pongo una vela a la Virgen del Carmen, le pongo otra a él. Lo que, en los últimos tiempos, viene a ser nunca, ya que, francamente, tampoco es que sea yo muy religioso. Pero a lo que iba: el maestro Boboho me previno. Oye, me dijo, ándate con ojo, pibe, porque algo va a ocurrirte. Aquello me dejó mosca. ¿Algo malo? ¿Te refieres a algo malo? No, hombre, me tranquilizó. Será algo muy bueno. Al día siguiente, cuando volvía de hacer la compra, encontré aparcamiento a la primera, en mi misma calle, y, claro, pensé enseguida que era eso, que la profecía se había cumplido. Luego me llamaron de Sloper y comprendí que no, que lo que la profecía anunciaba era el premio literario. A no ser, es evidente, que me toque la lotería estas Navidades. Digamos que hasta que no pase el gordo no puedo estar seguro. Es decir, la profecía podría referirse a él. Incluso al sorteo del Niño. Por si acaso, he comprado una participación. Mi número acaba en 28. Lo que, figúrate tú, es también una casualidad, ya que la primera presentación será el jueves 5 a las 8 de la tarde en la librería Libros 28. Por cierto, aprovecho para invitar a todo el mundo.