“Sé que una nueva luz
habrá de alcanzar nuestra soledad
y que todo aquel que llega a morir
empieza a vivir una eternidad”.
Macedonio Alcalá
Francisco Benjamín López Toledo es un mito. Dicen de él que por las calles de Oaxaca camina un hombre viejo de huaraches y calzón de manta. Se anda con murciélagos, sapos, conejos y coyotes. Allá en Juchitán se escucha al viento contar la historia de un hombre que regalando tamales se convirtió en enemigo de las trasnacionales. Ese es el mito del maestro Francisco Toledo.
¿Es acaso que los deseos más perversos de nuestra sociedad es la que nos pervierte para seguir siendo esos seres indiferentes y oscuros a la realidad de nuestro país? ¿Por qué la inmensa mayoría de las personas no pueden apreciar la belleza de las diferentes formas artísticas existentes?
Francisco Toledo rompió con uno de los clichés más populares de los artistas: que se sirven y deben a ellos. Él regresó a su Oaxaca para rescatar y promover su cultura desde su trinchera. Ese valor de entregar una vida a la promoción del arte y la lucha constante por reconocer el valor de la cultura oaxaqueña sin servirse de él, fue en parte lo que inmortalizó al maestro Toledo.
Lo otro es que nuestra sociedad es ajena, indiferente y nada consiente de los problemas ecológicos, políticos y sociales por los que nuestra realidad se encuentra rodeada. Esto puede explicar el porqué del asombró cuando el maestro Toledo salía a las calles para protestar contra las trasnacionales, el maíz transgénico o en búsqueda de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
El maestro Toledo también se sumó en la recaudación de fondos para los damnificados en Oaxaca. Pero ser Francisco Toledo no es significado de evasión de impuestos, el maestro tuvo que pagarlos a la Secretaria de Hacienda y lo hizo de una manera asombrosa, pago sus impuestos con mierda, con los cuadernos de la mierda.
Desde Ruben Albarran, Tongolele, Tamayo y Paz fueron cientos de personajes de la vida política, artística y social que compartieron un pedazo de vida con él. Pero fue con Carlos Monsiváis con quién compartió el placer por lo erótico y acido de la vida. Se lee por ahí que solo Toledo pudo coronar a Carlos Monsiváis, su amigo, a quién le entregó el mejor lugar para su descanso eterno, un abrazo cálido de un travieso gato juguetón.
No es coincidencia entonces qué ahora nos preguntemos ¿Qué daremos al maestro Toledo como descanso eterno? Él nada pidió a éste país, ni sus tierras para explotar ni a su gente para recordar. Pidió sólo ser recordado por sus hijos, cómo eso que todo padre busca, el reconocimiento de haber cumplido con su deber y en el camino, ser bueno.
Tal vez Macedonio Alcalá y Vicente Garrido se adelantaron para entregar a Oaxaca su himno más emblemático y hermoso, ese titulado Dios nunca muere. Tal vez ahora comprendemos la realidad de la que nos quisieron advertir y es que, Toledo nunca muere y vuela como doblan las campanas de Hemingway, por nosotros.
Porque debemos construir una sociedad consiente y amante por sus tierras, un lugar donde podamos volar como Francisco Toledo, un mundo libre de ataduras en donde haya espacio para todas las ideas y las formas de expresión de nuestra libertad. Porque estamos hasta la madre, porque éstas son también nuestras batallas y juntos ganaremos la guerra.