Lo he venido diciendo desde hace ya algunos ayeres: la política mexicana es un asco. Pero debo corregir: la frase está mal estructurada porque el objeto, la política en sí, se refiere a la coordinación de acciones para cumplir la voluntad de la mayoría bajo el amparo de leyes e instituciones (perdonarán ustedes, amables cinco lectores y/o lectoras, la simplista expresión a propósito de un término que a Aristóteles le costó explicar en al menos ocho tomos, libros o tratados): el cochinero no está en la acción, sino en quienes la practican.
En todo caso siempre es un buen momento para reconocer el error y ofrecer una disculpa, porque la inmundicia está en la clase política de este nuestro colapsado, dividido y polarizado país. De ahí se desprende el hedor, la fauna nociva y la contaminación de esta sociedad otrora divertida, mágica, solidaria y empática.
Acusaciones entre unos y otros sobran. Ahí están los señalamientos, los reclamos, la perversión y el oscurantismo de un presidente cuyas “buenas intenciones” solo son bien vistas por las hordas ciegas, sordas y mudas dispuestas a todo con tal de salvaguardar la ridículamente popular cabellera de un rey cuya corona es, por decir lo menos, demasiado grande.
Ni hablar de las pocilgas habitadas por piaras con diferentes cantidades de porcinos. Partidos políticos les llaman. Se han burlado de la voluntad de la mayoría y trabajan para acatar las resoluciones e instrucciones de unos pocos en diversas materias (medio ambiente, diversidad, religión, economía, desarrollo, educación…), siempre de acuerdo con intereses ocultos pero bien visibles gracias a la codicia, el egoísmo y la inconsciencia en torno a los rubros descritos. Hoy pelean recursos que, la verdad sea dicha, no deberían otorgárseles y, entre el mosquerío, sonríen ante la posibilidad de recibir más. Mucho más.
Así en la generalidad, pero en lo particular ¿las cosas cambian?
No. Ahí tiene usted la elección para la dirigencia nacional del partido de partidos. El revolucionarioinstitucionalismo no resurgió, no está unido y mucho menos cohesionado. De acuerdo con el resultado del Programa de Resultados Electorales Preliminares, apenas 26 por ciento de su militancia se interesó en el agonizante dinosaurio y, como se dijo también, no hubo sorpresas. El candidato oficial y su escudera ganaron de calle a las otras dos fórmulas (una, la palera, se unió al triunfo, por supuesto, la otra renunció al partido). Serán, dijeron, “una oposición que servirá al pueblo de México” y en lo oscurito juran regresar por la silla arrebatada. ¿Alito candidato?
Reitero: en las particularidades de esta partidocracia tan nuestra abunda la hediondez. Ahí están también los pleitos encarnecidos entre los liderazgos morenistas. Apenas ayer Martí Batres acusó al también senador Ricardo Monreal de ensuciar el proceso de elección de la Mesa Directiva para el siguiente periodo legislativo y hasta lo calificó como un factor de división: “le hace mucho daño a nuestro movimiento”, “es un político faccioso incapaz de encabezar un amplio movimiento”. El aludido se limitó a responder: “El Grupo Parlamentario de @MorenaSenadores votó en libertad. Comprendo las reacciones y las descalificaciones: son injustas, pero actuaremos con tolerancia y altura de miras. #UnidadEnMorena”. Ni modo, con todo y berrinche, será la tabasqueña Mónica Fernández Balboa quien le sustituya en la presidencia de la Mesa Directiva en el Senado de la República.
Mientras tanto, Yeidckol Polevnsky, la lideresa morenista nacional (jejejejejeje), dice que lo sucedido en el Senado es vergonzoso, porque los de Encuentro Social entraron al quite, situación que no se permitió a la otra rémora del movimiento presidencial conocida como Partido del Trabajo.
Por supuesto, también hay políticos que sin necesidad de una organización representan todo ese cochinero descrito al inicio. Pero ese será tema para otra ocasión, ¿habrá más sorpresas con el caso de Chayo Robles?
La del estribo
Decidido caballero andante, héroe de épicas batallas, bastión de la democracia, impoluta piel de mi vejada patria, el Peje -nuestro Peje-, ha decidido que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos debe renovarse y presentará una iniciativa a los legisladores cuando inicie el próximo periodo ordinario de sesiones (el 1 de septiembre), para modificarla. De lo que hasta ahora se sabe ya no habrá terna para la presidencia del organismo, sino un candidato o candidata únicos, además de cambiarle el nombre a “Defensoría del Pueblo”.
En pasillos y recovecos del Senado de la República se percibe un murmullo nacido de las entrañas morenistas sugiriendo que ya hay un nombre palomeado para encabezar lo que sea que surja de tal propuesta. Mauricio Farah Gebara es académico y defensor de los derechos humanos, escritor y articulista en el periódico Milenio, y actualmente presta sus servicios profesionales en la Cámara Alta como secretario general de Servicios Administrativos. Él es el elegido.
Pero una segunda opción apareció el 6 de agosto pasado, cuando el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, la opción original del presidente para encabezar la CNDH, hizo una propuesta alterna al propio López Obrador y le presentó a la oaxaqueña Elizabeth Lara Rodríguez, quien desde hace al menos una década representa a la propia Comisión en su entidad natal, en Ixtepec, para ser exactos. El propio presidente confirmó el encuentro a través de sus redes sociales: “Me reuní con el padre Solalinde, mi hermano, amigo y compañero de lucha por la igualdad, la justicia y la fraternidad”.
Como sea, me surgió una duda, ¿cuál de los siguientes refranes es mejor: “cuando el río suena es que agua lleva” o “al buen entendedor, pocas palabras”?