Las luces del carro iluminaron por un momento el cadáver de Laura dentro de la casa. Después de estacionarse frente a la casa de sus padres, Carlos presintió algo. Las ventanas estaban abiertas de par en par y los focos estaban apagados. Ya pasaban de las 11 de la noche y no había recibido ningún mensaje de su mamá. Le preocupaba que algo le hubiera pasado porque ella vivía sola desde hace años, desde que su papá había fallecido. Por eso, se detuvo unos segundos en la puerta y con temor entró a la casa. No estaba equivocado, ahí estaba ella, tirada en un charco de sangre. Su mayor temor estaba ahí frente a él. Sin pensarlo corrió hacia ella para tratar de despertarla; la abrazaba con dulzura hablándole, pero la voz le temblaba al no recibir respuesta. Sus dedos no ocultaban su miedo y con tropiezos alcanzaron a sacar su celular para llamar a una ambulancia. Pero en ese momento escuchó pasos en el segundo piso de la casa. Alguien más estaba ahí. Carlos la soltó cuidadosamente en el suelo, se secó las lágrimas y se dispuso a buscar al responsable de esto.
Aún con el celular en la mano marcó al 911 y avanzó lentamente por el pasillo que llevaba a las escaleras. Los pasos se escucharon de nuevo y esta vez eran más rápidos. Creyó que se trataba de un hombre joven por la velocidad en que se movía. El techo de madera crujía con cada paso que daba el intruso y parecía como si lo hiciera a propósito, quería que lo escucharan. Y aunque el miedo lo dominaba, Carlos no se detuvo. Subía los escalones lentamente. Su respiración era entrecortada y escuchaba los pasos cada vez más fuertes. Retumbaban por toda la casa y con mucha rapidez. Con el pulso al máximo, avanzó hasta al segundo piso. Todo era oscuridad. No lograba ver a nadie y temía prender las luces y encontrarse cara a cara con el agresor. Lo imaginaba enorme y tal vez hasta musculoso. Él era muy delgado y carecía de músculos bien desarrollados. Pero el temor no lo detuvo y caminó hacia el cuarto de su mamá. Prendió la luz y de pronto los pasos se detuvieron. Ya no escuchaba nada. Sigilosamente entró a cada cuarto y encendió todos los focos sin ningún resultado. Cuando llegó al que era su cuarto los pasos regresaron. Esta vez sonaban más fuertes, huecos y estaban más lejos.
El sonido venía de la planta baja. Rápidamente bajó las escaleras, pero al llegar sintió un hueco en el pecho al no ver el cuerpo de su madre. No se explicaba lo que estaba pasando. El charco de sangre seguía ahí, pero ella no. La había dejado hace menos de 10 minutos. Un sudor frío le recorrió la espalda. —Si tan solo hubiera llamado al 911 —pensaba. De repente, se sintió mareado. Todo le daba vueltas. Los pasos los sentía cada vez más cerca de él, le retumbaban en su cabeza. Volteaba frenéticamente para ver quién hacía ese ruido infernal, pero no veía nada ni a nadie. Su corazón empezó a latir con una fuerza descomunal. Le dolía su respiración. Todo se le nublaba. Ya sin fuerzas, dejó caer al piso su celular. Las piernas le flaqueaban. Llevó sus manos a la cara con desesperación y se dejó caer ahí mismo donde había encontrado a su madre. Había perdido la razón.
Minutos después, ella abriría la puerta y encontraría a su hijo tirado con una mancha de sangre en la cabeza. Correría hacía él desesperada mientras unos pasos se escucharían a lo lejos…
Semblanza:
Tania Cisneros García (Puebla, 1987). Licenciada en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Autora del poemario En otro tiempo de la editorial SPUMEX (México, 2019). Ha participado en las antologías poéticas Luz de Luna III de la editorial Diversidad Literaria (España, 2017), Viejas Brujas II de la editorial Aquelarre (México, 2017) y en el libro cartonero Renuncio! de la editorial Ruta y Leyenda (Chile, 2018).