Holograma
Un holograma
se compró una puerta,
maciza, monoblock,
chapada en roble liso,
acabada con barniz natural poliform,
con herrajes de aluminio,
bisagras importadas,
de 1,10*2,40 m.,
estilo georgiano:
refinamiento y comodidad,
innovación rectangular,
densidad y volumen:
imprescindible
fuerte desembolso de energía
para su porte
(bordeando los límites de la épica,
un reto en sí misma).
La puerta no había de llevarlo lejos,
lo sé,
no había de conducirlo
a paraísos desconocidos,
recursos sin intoxicar,
sitios abandonados,
la puerta estaba ahí pero sin dirimir,
continente
pero no contenido,
la puerta no se extinguía,
no ahogaba,
no tenía sombras.
Con ella al hombro creó
su propio grupo de seguidores,
In hoc signo vinces,
Con este signo vencerás,
y lideró una procesión un tanto,
digamos, sui géneris,
ataviados todos en armonía.
A él y a sus escuderos
los vieron
con una firme devoción y creencia
en sus propias posibilidades
comenzar su travesía
en los Lagos de Covadonga,
de origen glaciar,
al que tomaron
como referencia de partida,
fecha futura a conmemorar
y punto cero
de todo lo demás,
bajar los doce kilómetros
hasta el santuario
en irregular pendiente,
pasar de camino al sur por Madrid
haciendo piña por delante
del Wanda Metropolitano,
del Pirulí y de Torre Picasso,
también por el Paseo del Pintor Rosales,
y por la Casa de Campo,
donde hicieron un alto en el camino,
alcohol y rumanas
—no somos de piedra—,
y, tras cruzar La Mancha,
por Despeñaperros,
donde, tras un largo recorrido,
y gracias al holograma,
Sumo Sacerdotísimo,
se encontraron todos
con Ganímedes Siglo XXXV,
no se sabe muy bien
por qué relación causa-efecto,
ni si realmente se produjo
dicha relación
o la misma fue necesaria,
pero el caso
es que se encontraron todos
con el tal Ganímedes,
feneciendo,
a modo de colofón de un camino
de límites predeterminados:
hasta que les llegó
ésta su hora de salto al vacío
en grupo,
viajaron
durante más de dos mil pájaros:
vivir es elegir, y elegir es acotar.