Se podría pensar que el verdugo no sufre. Se podría pensar que el violento es insensible. Una bestia. Alguien con poco cerebro y mucho odio acumulado. Pero no siempre es así.
A los que han tenido una vida cómoda, quizá les cuesta ponerse en el lugar de ciertas personas. Como (yo) he tenido una vida incómoda, me pongo en lugar de casi todos. Y me digo que detrás de cada acto violento quedan dos víctimas. El propio agresor, si no está loco, se convierte en víctima al agredir. Y solo él podrá perdonarse.
Si tú has hecho algo malo, sabrás lo difícil que es perdonarse. Si has hecho algo realmente malo, creo que nunca te vas a perdonar. Y cuando hablo de algo malo (o realmente malo) ni siquiera pienso en asesinatos y violaciones.
Si has asesinado, estás listo: la culpa te perseguirá hasta la muerte.
Si has violado, te has violado: la culpa te perseguirá hasta la muerte.
Mi lector imaginario me dice que algunos criminales no tienen conciencia.
Es probable, pienso. Pero, como ya he dicho, también pienso que un ser humano sin conciencia es un ser humano enfermo. Muy enfermo.
Del sufrimiento del verdugo. Del sufrimiento de la víctima. De esos sufrimientos nos habla Alessandro Baricco en su novela corta Sin sangre. La protagonista se llama Nina. El protagonista, Pedro.
A mí me encantan estas novelas de cien páginas (letra gorda) con magia. No es fácil encontrar magia en la Literatura. Cuántas obras empiezo y qué pocas acabo. Y mira, esta seguro que la leeré otra vez (algún día).
Lo curioso de Baricco es que ya avisa en las primeras páginas. Te dice lo que va a pasar. De alguna forma te lo dice. Al menos, a mí me lo dice. Lo que no me dice es cómo va a pasar.
Me describe una situación. Me describe a Nina. Me describe a Pedro. Oh, sí, hay otros personajes, pero Baricco y yo sabemos que irán quedando atrás. Alessandro me hace sentir cómplice. Me reta.
Nunca he leído a Baricco en italiano. Pero es un idioma parecido al nuestro y supongo que las traducciones son fáciles y por lo tanto casi-perfectas. No, no hablo italiano.
A mí me encanta la prosa de Baricco. Diría que es: sencillamente mágica. Alessandro escribe así: “El hombre dijo que se acordaba. Que no había hecho otra cosa, durante años, que acordarse de todo”.
En esta novela, cuando sus protagonistas hablan a gritos, Baricco escribe sus palabras con mayúsculas: “¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS DICIENDO?”. Y cuando decide ocultar un fragmento al lector, se lo oculta literalmente, dejando el correspondiente espacio en blanco sin puntuación de ningún tipo:
“…los habíais dejado en tal estado que sólo querían morir, lo más pronto posible, no querían ser salvados, querían que los mataran
encontré a mi hermano
en una cama en medio de las otras, abajo, en la capilla, me miró como si yo fuera un lejano espejismo…”
Sin sangre es una obra inquietante. Desde el principio sabes que no puede acabar bien, pero esperas que acabe regular. Esperas que la magia de Baricco te regale un soplo de esperanza.
Sin sangre es lo mejor que he leído este año.