El mundo es un bullicio. Un bullicio que insulta a la tranquilidad y a la quietud. Los libros se escriben y se imprimen en masa. Se leen, pero las letras son un calco de la misma historia y de la misma forma de contarla. A veces, la literatura parece que muere. Pero aparece un libro que reconstruye la literatura y esta vive con fuerza. Este suceso se repite en cada uno de los caminos del arte; se le mantiene en un arpa que parece balcón, para que oscile como una flor entre la vida y la muerte.
Milán Kundera escribió un libro que se titula La Lentitud. Lo encontré en una librería de segunda mano, con el sello de Tusquets casi desaparecido. Lo contemplé en una librera mal hecha, con una botella de mezcal vacía sosteniéndolo. No lo he leído y no sé cuándo lo leeré, pero su título, La Lentitud, enmarcó el paisaje de la librería y los residuos de alcohol. Las botellas vacías son como la laguna que queda cuándo se olvida la construcción de las memorias. El mundo es tristemente rápido y la vida efímera acerca sus límites.
Soy parte de una generación que se construye a través de micro-información, como un view-máster con dibujos corroídos. Así como el pensamiento se construye con adobe de mala calidad, sin una estructuración crítica y lenta, así se ha empezado a construir la literatura.
No he leído todo y sé que nunca lo haré, pero cada vez me encuentro más personas que pertenecen a mi generación que dicen escribir.
Encontrar escritores siempre es algo que llena de alegría. La presencia de un escritor, por más inexperto que sea (como yo), es una señal de vida. Un escritor es como un fotógrafo del tiempo, una imagen de su gente, de su época y, a su vez, exporta un mundo ajeno a todos: su mundo.
Sin embargo, no existen círculos de autocrítica y, tristemente, muchos no están abiertos a la crítica. Yo he pecado de la ausencia de paciencia y de abusar de la extensión del tiempo.
La poesía, la literatura, la creación como tal, se trabaja a un tiempo lento. Se le somete a un visión crítica, comparada y profunda. Las lecturas y el estudio se deben dejar a las horas y a los ojos fijos, al silencio.
El problema que enfrentan los creadores de mi tiempo es la velocidad. Estamos acostumbrados a encontrar y tener todo rápido. La creación requiere el mismo tiempo de construcción que una demostración matemática.
Lo que he encontrado en muchos otros compañeros que, por cuestiones extrañas, llevan menos tiempo que yo en este intento de escribir, que quieren un escribir un poema con una profundidad borgiana sin dedicarla el tiempo, la vida, que requiere un trabajo de esa calidad.
Queremos matar a nuestros antecesores en la mitad de tiempo en el que ellos mataron a los suyos.
El reto es entender que escribir no es solo vomitar palabras sobre un papel o una pantalla en blanco. Escribir es construir una idea, manejar un reglamento estético para luego romperlo y, lo más importante, generar ideas que se muevan como una serpiente entre esta selva gris y moribunda en que vivimos.