Conversación sobre la escritura de Alberto Chimal,
su novela La torre y el jardín,
su decálogo para escribir cuento
y más.
¿Cómo y por qué empezaste a escribir?
Por curiosidad y por gusto de las historias: en un libro que leí cuando estaba por entrar a la primaria (La edad de oro de la ciencia ficción, una antología autobiográfica de Isaac Asimov) leí por primera vez la idea de que había escritores, gente que escribía cuentos y novelas (entonces, como ahora, eran mis géneros favoritos). Desde entonces pensé que sería algo hermoso dedicarse a algo así.
¿Cuál es tu proceso o ritual de creación? ¿Respondes al llamado de la musa o sales en busca de ella?
Creo que existe algo parecido a la musa (la inspiración, el inconsciente, qué se yo) pero que nunca es suficiente. La otra parte fundamental del proceso de escribir es el trabajo constante. Intento mantener la disciplina de escribir al menos una página diaria, sea de lo que sea, y en general siempre tengo tres o cuatro proyectos distintos en marcha. Trato de buscarme sitios tranquilos donde escribir y casi siempre puedo trabajar más rápido cuando estoy fuera de casa, pero no hacerlo varios días seguidos. Me gusta poner sonido de fondo cuando trabajo, y con frecuencia utilizo películas, más que música. Mi última novela tuvo de fondo durante muchos meses a El resplandor de Kubrick, por ejemplo, y por lo tanto puedo decir que la he visto muchas veces, pero la he oído (o he tenido su música y sus diálogos en el fondo de mis pensamientos) todavía más.
Tu escritura puede situarse en el terreno de lo fantástico (concepto tal como lo entendía y trabajaba Borges o Cortázar), ¿en qué momento de tu vida te encontraste con lo fantástico?
Fue desde el comienzo de mi vida de lector. Por casualidad, entre los libros que estaban a mi alcance cuando aprendí a leer (esto fue cuando tenía alrededor de 4 años) había varios con historias de imaginación fantástica. De hecho, por ese mismo azar varios de los autores mexicanos que más me llamaron la atención en un primer momento estaban representados, en aquella biblioteca, por obras fantásticas o al menos raras, ajenas al realismo. De Carlos Fuentes, por ejemplo, leí primero La cabeza de la hidra, su novela de espías, y Terra nostra, su libro más delirante. ¡Yo pensaba que todo lo que se escribía en México era así! Eso me hizo sentir confianza para empezar a contar las historias que quería contar. Desde entonces pago por ese error, claro…
Apenas hace pocos años que los escritores se están acercando al género de la microficción o mini cuentos; cada vez es mayor la experimentación en este sentido. Cuéntanos, ¿qué o quién fue el causal de que te desempeñaras en esta materia?
También me encontré temprano con la minificción, tanto en la obra de autores como Juan José Arreola como en la revista El Cuento, de Edmundo Valadés, que yo devoraba siempre que aparecía un nuevo ejemplar y en un libro raro que para mí fue también crucial: Caza de conejos de Mario Levrero. Desde entonces he estado interesado no sólo en lo muy breve, sino en la que podría llamarse la narrativa seriada: las historias hechas de muchos fragmentos, aunque no formen una trama novelesca. Entre mis libros favoritos están, además del de Levrero, los Cuentos breves y extraordinarios de Borges y Bioy, Las ciudades invisibles de Italo Calvino, la serie de historias ilustradas (o cómics) Amphigorey de Edward Gorey…
¿Consideras a la minificción como ejercicio de estilo literario o crees realmente que es un género que debe tomarse más en cuenta y por ende fomentar su desarrollo?
Yo creo que es un género tan válido como cualquier otro. Solamente es más joven. Pero mucho de lo más interesante que se escribe ahora podría encuadrarse dentro de la minificción (aunque mucho de eso resulta todavía difícil de asimilar para muchas personas, en especial por la experimentación que plantea y porque en muchos casos se difunde por canales inusitados, incluyendo la red internet).
Háblanos acerca de tu más reciente novela: La torre y el jardín.
Es un libro que me tomó ocho años de trabajo. Contiene muchas historias, trucos, misterios de la trama, pero que es básicamente una novela de aventuras: el relato de varios personajes que se adentran en un lugar desconocido (un edificio mágico que se protege con la tapadera de ser un burdel muy perverso: un espacio a la vez sórdido y sobrenatural) en busca de sus secretos, y en el que importa no sólo el final, sino el trayecto. Los temas centrales del libro son el poder y su abuso, los momentos en los que la realidad se fractura y “cae” a nuestro alrededor (es decir, los momentos traumáticos en los que se pierde toda seguridad) y el conflicto del ser humano contra la naturaleza (el burdel se especializa en la zoofilia, y a la vez en su interior se oculta el jardín del título: un espacio que podría representar algo como el edén perdido o como el futuro tras la extinción de la especie humana).
¿La torre y el jardín es tu obra más ambiciosa (tanto en materia de estilo literario, construcción, género, manejo de personajes, etcétera)?
Hasta ahora, sí. Me gustaría pensar que algún día podré hacer algún libro más que sea igual de ambicioso, pero de momento tengo al menos la satisfacción de que ha sido el proyecto en el que he tenido más libertad para escribir. No me negué a nada: siempre que pude incorporar una nueva idea al proyecto, lo hice; las que no funcionaron las borré por entero, y las que sí se incorporaron al total del texto incluso aunque hiciera falta mucha revisión o reescritura para lograr agregarlas (por eso tardé tanto).
¿Qué viene para Horacio Kustos?
Hay varias historias todavía por contar de él. Si todo sale bien, la primera saldrá, en formato de novela gráfica, a fines de año. Ricardo García “Micro”, que es un gran dibujante e historietista mexicano, la ilustrará.
Das talleres a jóvenes escritores; en tu página web realizas concursos de minificción mensualmente, de alguna manera esta apertura es un apoyo a los creadores que quieren dar a conocer un poco de su trabajo. ¿De dónde te viene el brindar espacios para que se expresen las plumas jóvenes?
El primer impulso fue simplemente tratar de aprovechar las herramientas que tenía a mi alcance (que millones de personas teníamos a nuestro alcance) para algo que para mí fuera personalmente interesante. En el fondo, por otro lado, debe estar el hecho de que cuando comenzaba no conté con muchas posibilidades semejantes, y me habría gustado tenerlas.
¿Cuál es tu percepción sobre la narrativa actual mexicana (hacia a dónde va)?
En la actualidad, la corriente principal de la narrativa mexicana es la de narrativa de la violencia. Y es inevitable: la descomposición social que padecemos es un hecho traumático, podríamos decir, tan violento y devastador como la Revolución mexicana de hace un siglo, que también engendró una literatura enorme. La diferencia entre el siglo XX y el presente es, me parece, que las actitudes de la mayoría de los autores que se dedican a historiar la violencia no son las del pasado: se escribe o con cinismo, con una especie de resignación amarga, o con el deseo enorme de lograr algún efecto benéfico pero muy poca fe en los poderes de la literatura para lograr cambios sociales. Muy pocos se escapan de esto.
Y todavía menos, otra minoría distinta, escribimos de otros temas. Debo decir (no debería hacer falta) que no estamos menos preocupados por lo que sucede en el país, aunque lo manifestemos de otra manera.
¿Podrías darnos tu decálogo para escribir minificción (o si lo prefieres de cuento)?
Este es un “decálogo” que escribí hace tiempo, y que se publicó en un libro de ensayo titulado La generación Z. A estas alturas parece que hacer su lista de consejos es un ritual que todo cuentista debe hacer, y que muchos hacen sólo por broma o por pose; yo creo que ninguno, por agudo o revelador que resulte, puede ser visto como un conjunto de reglas infalibles, y más bien todos son resúmenes de la experiencia de quien los escribe. Con esta salvedad, aquí va:
1.- No hay excusas que le sirvan al cuento. Si te interesa, practícalo, y si no déjalo. No te dará dinero, no te volverá una mejor persona, no te servirá de práctica para escribir una novela.
2.- Si lo vas a practicar, no te confundas: cualquier cosa en el universo sensible o en el interior puede ser el punto de partida de un cuento, de modo que te conviene hacer caso de las ideas que se te ocurran sin importar su procedencia. Tarde o temprano alguien te dirá que escribas de lo que sabes (es lo típico): haz caso, pero no pienses que “lo que sabes” se refiere sólo a tu casa, tu tía, lo que sale en tu tele. Tampoco pienses que debes ignorar invariablemente a tu casa, tu tía y lo que sale en tu tele. Tú sabes qué sabes (y si no, sólo tú podrás descubrirlo).
[2a. Si lo que sabes —lo que quieres decir— no está de moda, resiste y escribe sobre ello de todas maneras. Hazlo al menos una vez en la vida].
3.- Lee. Lee antes de escribir, después, en las pausas durante la escritura. Lee de lo que te gusta y de lo que no te gusta. Los que escriben pero no leen no son audaces: se les ve el hilo de baba.
4.- Toda historia propone un mundo y los personajes que lo habitan. El cuento también, pero como dispone de poco espacio –de poco tiempo–, da a veces la impresión de que sólo se ocupa de lo superficial, de los sucesos visibles. No es cierto: todo el trabajo adicional de creación, el de lo que no se dice, es para ti solamente, pero debes hacerlo. Mientras mejor conoces el mundo que estás inventando mejor puedes seleccionar lo imprescindible que debe contarse.
[4a. Habrá momentos en que el mundo, u otras historias, hagan parte del trabajo de creación por ti: cuando escribas de “la vida real” o dentro de tu subgénero favorito.
Pero esos momentos serán mucho menos frecuentes de lo que tú desees].
5.- El cuento pide más imaginación de su lector: no tiene manera de darle todo ya masticado y digerido. Pero no esperes que el lector te dé todo a ti. Lo que no está en el texto no está en el texto: la buena voluntad de tus amigos lectores, los que explican las acciones inexplicables y teorizan por horas sobre lo que quiso decir ese párrafo mal redactado, no dura para siempre ni lleva necesariamente a que tus historias se entiendan como tú querías que se entendieran. Y más te vale asumir que los lectores desconocidos serán despiadados y no perdonarán errores ni omisiones.
[5a. Es cierto que existen los lectores estúpidos, los que se conforman con cualquier cosa. Pero escribir sólo para ellos, aunque puede llegar a ser muy provechoso económicamente, implica una dificultad adicional: hay demasiada competencia, siempre, y no son personas cuya compañía sea disfrutable].
6.- No sacrifiques todo al “avance” de la trama. Déjale eso a Hollywood. Contra lo que te enseñaron, el final no es necesariamente todo en un cuento: los finales de Hemingway y de Carver son muchas veces irrelevantes, por ejemplo, porque los cuentos de ellos se tratan de un desvelamiento –un descubrimiento gradual, una comprensión lenta y profunda– y no de una revelación sorpresiva.
7.- Ampliación del anterior: cada cuento pide su propia forma. Esto significa que una parte crucial del trabajo de escribir es volver a leer lo ya escrito y percibir esa forma. No será, casi nunca, la que imaginabas al comenzar a trabajar. No hay nada mágico en esto: la escritura es una representación de tu pensamiento, y en ese pensamiento pueden aparecer el azar o lo inconsciente (o la musa, o Dios, si así prefieres decirlo)…, de modo que en tu cuento en bruto puede haber muchos errores pero también hallazgos inesperados. (Hazlos tuyos; de hecho, ya lo son.)
[7a. Sí: acepta que nada te saldrá bien a la primera. El genio, si es que lo tienes, no está allí. Por otro lado, trabajar profundamente en tus cuentos es leerte a ti mismo en ellos. Y si esto te da miedo, más urge que lo intentes.]
8.- Deja de revisar un cuento cuando ya no recuerdes lo que querías decir con él. O, de preferencia, un poco antes. Si ya sólo estás moviendo palabras y signos de puntuación de un lado a otro, acepta que la idea se ha marchitado: guarda el cuento un par de años antes de volver siquiera a pensar en él o (mejor aún) tíralo y empieza otro.
9.- Recuerda el punto 3 y lee a Poe, a Hawthorne, a Maupassant, a O’Connor, a Borges, a Chejov, a Ford. A todos los grandes maestros, y también a los más nuevos. Lee a los “locos”, los “raros” y los “remotos”: a Harvey, a Levrero, a Queneau, a Pu Songling. Lee también a todos los que no mencioné y en los que ya estás pensando. Necesitas conocerlos, para buscar su amistad o (más saludable) para pelear con ellos.
[9a. Dicho esto, no pierdas tu tiempo con los que sólo son famosos, o sólo tienen poder. Tú sabes quiénes son.]
10.- Si las conoces bien, tú sabrás cuándo romper las reglas.
Nota: la entrevista presentada, originalmente, se publicó en nuestra edición X.