“La imagen del ‘dictador…’ aparece ya,
como embrión, en la del ‘libertador’”.
Octavio Paz
Para hablar sobre cualquier coyuntura, me parece, es necesario tomarse su tiempo, reflexionar detenidamente sobre los hechos y las consecuencias que de éstos se pueden –o no– derivar; así, eventualmente, ya habiendo tomado la distancia correcta uno pueda expresar su pensar sin problema alguno. Aquí una reflexión sobre lo que me parece que significó tanto el fallecimiento de Fidel Castro como el advenimiento de Donald Trump.
El 25 de noviembre del año pasado murió, el que yo comprendo como el último de los protagonistas que hicieron de Latinoamérica lo que es hoy en día, me refiero, por supuesto, a Fidel Castro. Ahora bien, lo que importa aquí no es si uno es –o era– afín a los ideales y políticas del mandatario cubano, antes bien lo relevante es lo que significa la muerte de un personaje con éste. La pregunta entonces es, ¿qué significa o, más bien dicho, qué simboliza la muerte de Fidel?
Yo soy de la opinión que, efectivamente, la muerte del comandante Castro simboliza una transición, un desfase de tiempo en la historia. Con Fidel se nos ha ido de las manos el último resquicio que nos quedaba del siglo XX. Ya hemos entrado oficialmente a una nueva Era.
No concuerdo del todo con los que sostienen que la muerte del cubano simbolizara la muerte de la Revolución –por Revolución, no me refiero solamente a la cubana, sino a toda posibilidad o idea revolucionaria en el mundo–, pues ésta ya estaba muerta desde hace tiempo.
Sí, la revolución cubana, sin lugar a dudas, fue un parteaguas en la comunidad latinoamericana; fue la condición de posibilidad para que otros pueblos decidieran también emprender el camino hacia su emancipación-liberación. Sin embargo, me atrevería a decir, que la Revolución lleva muerta tanto cuanto de muerto tiene el “Che” Guevara.
Es más, actualmente, parece que la Revolución está más lejos que nunca no sólo de realizarse, sino de ser siquiera posible.
Es verdad que vivimos en la época de las redes sociales, en época de la conexión o interconexión con el mundo; pero –desafortunadamente– redes sociales o interconexión no significan relaciones intersubjetivas y mucho menos, com-unión.
En este sentido, concuerdo con el filósofo Byung-Chun Han, quien dijo: “La ideología de la comunidad o de lo común realizado en colaboración lleva a la capitalización total de la comunidad. Ya no es posible la amabilidad desinteresada. En una sociedad de recíproca valoración también se comercializa la amabilidad. Uno se hace amable para recibir mejores valoraciones. También en la economía basada en la colaboración predomina la dura lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello “compartir” nadie da nada voluntariamente… El comunismo como mercancía: esto es el fin de la revolución”.[i]
Por eso insisto que lo simbólico del fallecimiento es la transición de época, y es que –paradójicamente– el mismo mes en el que Fidel falleció, fue el mismo en el que fue seleccionado Donald Trump como presidente de los Estados Unidos.
Y digo paradójico, porque lo que se dijo anteriormente vino a ser uno de los factores por los cuales no sólo la ascensión de Trump fue posible, sino también el llamado Brexit. A este respecto, bien apuntó Mark Mazower: “El verdadero problema está en la sombra del dictador, las condiciones que permiten el ascenso del líder”.
¿Acaso en nuestros días el aislamiento ya no nada más se da entre los trabajadores de las fábricas o de las oficinas, sino también entre los Estados-nación? Después de esta breve reflexión considero queda claro qué es lo que se ha extinguido y qué lo que ha renacido: la revolución y el extremo nacionalismo. Pero quién sabe, quizá la historia nos sorprenda, y haga que renazca la revolución y se extinga el extremo nacionalismo…
[i] Han, Byung.-Chun, ¿Porqué hoy no es posible la revolución? [El país, en línea], 2014. Fecha de consulta: 20 de enero del 2017. Disponible en: http://elpais.com/elpais/2014/09/22/opinion/1411396771_691913.html