Facebook me recordó que cuando falleció mi primo, yo estaba por irme al trabajo, y entre mi mamá y yo decidimos que sí iba a trabajar porque al cabo eran unas pocas horas; pero que iba a solicitar permiso para retirarme antes para alcanzar a llegar al breve velorio que le iban a hacer (todo se movilizó en pocas horas). Creo que entraba a las 11:35. O 12:45. No sé. Ya no sé.
Recuerdo que íbamos muy tristes ese lunes soleado, pero nunca me pasó por la cabeza avisar de última hora que no asistiría a trabajar.
O quizás era martes.
La memoria me está confundiendo.
Creo que sí era lunes, porque en ese entonces a la salida de la escuela iba al periódico y los lunes eran los únicos días donde sí tenía hora exacta de salida.
O era martes y pasó igual. Ya no sé.
Digamos que sí era lunes porque Facebook me lo dijo. Era lunes y mi primo llevaba años enfermo. Era lunes y estaba soleado.
Instagram me confirmó que era martes. Martes 18 de febrero. Soleado y caluroso, de esos días de invierno raros, un mes antes de la contingencia sanitaria por covid.
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Ya casi de salida, mi madre recibe la llamada. Llora. Yo no puedo. Se me salen unas lágrimas, pero pienso que no es momento porque me quebraría y entonces no podría ir a trabajar. Y eso no podía ser. Había visto cómo la prefecta sufría cuando un maestro no llegaba o necesitaba ausentarse, y ninguno de los demás teníamos horas libres para cubrir el espacio; era un desdoblamiento que la estresaba. Ahorita veo qué hago. Mi madre se alista para salir, me dice que en unas horas será un pequeño velorio porque mi primo nunca quiso el gran funeral.
A mi primo siempre le decía padrino porque lo eligieron como mi padrino de bautizo. Era un sujeto extraño, sarcástico, que ironizaba la vida y cuyas opiniones siempre invitaban a intentar llevarle la contraria. Diseñador autodidacta, era de esos que terminó sus estudios, pero estaba en contra de la institución educativa como gran maestre de la gente. Era de esos que me quería enviar a la tienda cuando tenía cinco años y yo me negaba. Era de esos que naturalmente tampoco creía en la iglesia o en los ritos funerarios.
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Que el velorio será de 2 a 4. Yo salgo a las 3:25. Platicamos sobre qué hacer para que alcance. Le digo que ahorita pregunto si alguien me puede cubrir. Creo que ella quizás pueda, o ella también, porque hoy salen más temprano. O ahí veo si alguien más. O si no, pos le pido el favor a la prefecta.
Nadie podía. Yo no quería decir las razones de por qué necesitaba retirarme antes.
Ante la muerte, suelo ser extraña. La comparto sin reaccionar con los comportamientos típicos. Cuando falleció mi abuelita, al día siguiente en clase, una amiga, sin que yo dijera nada, me abrazó porque su mamá era compañera de trabajo de mi papá y se había enterado; me preguntó si estaba bien. Le preguntaban que por qué. Yo nomás dije que sí. Cuando falleció mi tío, era pandemia; todo el proceso fue en fin de semana y nadie del trabajo se enteró, excepto semanas después cuando hice un texto de los que se comparten al público mediante el trabajo y mi formador me preguntó que si todo bien. “Sí”, ahora sí (quizás antes no). Pero recordar la muerte suena muy natural en mí. Pareciera que estoy comentando el clima, mientras las personas receptoras se sorprenden y preocupan y a veces me quieren dar un abrazo. Es que lo proceso a destiempos.
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Yo no quería faltar a la escuela. Pero también quería irme de la escuela. Creo que al final le comenté a la subdirectora que necesitaba irme a las 3 por tales razones y si podía pedir el apoyo de la prefecta. Sus ojos lo decían todo, pero creo que al verme tan neutra, nomás me dijo que sí, que claro, que ella se encargaba.
Qué bien que [creo que] era martes y que los siguientes dos días no iba a la docencia, sólo al periódico, y podría sacar el rencor que mis colegas no sabían que me habían generado. Rencor injustificado, pero aun así rencor porque no hubieran podido apoyarme cuando estuve preguntando (sin dar contexto y nunca enterándose de por qué necesitaba el apoyo).
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No había tráfico de la escuela a la funeraria. Alcancé a despedirme de mi primo con tranquilidad, y llanto, y avisar al periódico que necesitaba llegar una hora después porque había fallecido mi primo y estábamos en el minivelorio. De repente ya estábamos despidiendo su cuerpo rumbo a la cremación y yo iba hacia el segundo trabajoMi papá pasó por mí más tarde al periódico y de ahí nos congregamos con el resto de la familia paterna en una suerte de sobremesa funeraria.
A mi padrino sólo le decía primo en conversaciones ajenas, porque luego si decía “padrino”, terminaba queriendo explicar que también era mi primo, y luego pensaba en querer dar todo un historial familiar que no era necesario para la conversación. Curioso que ahora sólo existan esas conversaciones ajenas donde hable de él como “primo”, un acuariano de enero que estaba en sus treintas.
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Llega el viernes. Estamos los maestros sentados para comer. Alguien platica sobre que necesita un diseñador porque quiere ver opciones para su logo de su emprendimiento. Yo quiero comentar algo sobre mi padrino-primo y creo que sí hago un comentario al aire, pero luego se me cierra la garganta y me voy al baño a llorar. Mi padrino está muerto y ya no puedo sugerirlo como referencia. Estoy en el baño y no puedo llorar mucho porque ya casi termina el receso y debo volver a con los demás y luego con los alumnos y no tendré tiempo para recomponerme. Lloro unas lágrimas. Le sigo.
Ese rencor volvió con la pandemia, unos meses después. En esos encierros por contingencia sanitaria, y luego de un funeral, descubrí que el rencor era conmigo. Porque mi mente, tan intensa que de pequeña me impedía faltar a clases, fue la misma por la que nunca pasó por mi mente faltar a trabajar. Yo no debí ir a dar clases. Ni siquiera a mi computadora en el periódico. Es humano tomarse el día para pasar el duelo. Pero yo quise ir a trabajar. Y en las horas en las que pensé que estaba la ventana justa para estar en la funeraria, no salió todo exactamente como esperaba y entonces quise enojarme por estar tan mentalizada a funcionar en torno a los preceptos institucionales (escuela/trabajo/otros) que mi respuesta automática no fuera “sorry, no voy a trabajar”, y que ya mis directivos vieran cómo se gestionaban sin mí.
La ley señala que se otorgará “permiso por luto, de cuando menos tres días hábiles con goce de sueldo, a las y los trabajadores por muerte de padres, hijos, hermanos, cónyuge, concubina o concubinario. Estos días serán aquellos inmediatos al deceso”. Creo que nunca me pregunté qué pasaba con esas situaciones tan comunes para todos como lo son los fallecimientos de familiares cuando tienes que trabajar.