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“All are lunatics, but he who can analyze his delusion is called a philosopher”.
Ambrose Bierce

Infinidad de cosas se han dicho sobre la serie de Sam Esmail, Mr. Robot, siendo el acercamiento crítico social el tema más común. Esta serie enfocada en un grupo de hackers que busca “cambiar al mundo”, plantea un análisis al encarcelamiento virtual al que todos, sin excepción, estamos expuestos.

Desde nuestros celulares manejamos dinero invisible para adquirir objetos, que al igual que armas dentro de un videojuego, creemos nos darán un poder especial, ya sea sobre otros o sobre nosotros mismos y las cosas que sentimos. Lo cierto es que esta serie es todo un acercamiento a la nueva soledad del siglo XXI y a una juventud incapaz de conectarse, pero con un delirio de grandeza tan implacable que la fama se busca desde lo patético, lo ruin y lo inmediato.

Existen muchos análisis capítulo por capítulo, pero lo más efectivo, pues es la intención primordial del creador, es hablar de los protagonistas, especialmente Elliot Anderson, un personaje casi fantasmal dentro de su propia historia.

Él es el símbolo de una juventud sin lugar en la sociedad que debe padecer algún problema psicológico para entender al mundo, o al menos tratar, y que se adentra a un círculo vicioso en el que comprende cada vez mejor a las personas, pero sin poder acercarse a ellas. Como otras series, Mr. Robot hace uso de la conversación con el espectador, el romper la cuarta pared, para reducir el diálogo y la experiencia, de algún modo estamos dentro de su cabeza, pero para un personaje como Elliot, eso es un problema.

El protagonista habla con el espectador, un intento por crear intimidad, confianza y empatía, pero limita su existencia a su propio padecimiento.

Sólo somos un amigo imaginario que él creó para entender lo que le ha sucedido; aparecimos en el momento justo para ser de ayuda, una especie de diario. Elliot sabe que no podemos hacer nada por él y busca desesperadamente que no lo juzguemos, pero su personalidad impide la sinceridad que tanto desea. Es este punto el más trágico, posmoderno y útil para seguir la serie: el punto de vista de Elliot. Ya que no podemos confiar en nuestro guía es necesario dudar de todo lo que nos presenta, incluyendo su realidad.

Conforme pasan los capítulos, es claro que el creador busca mantenernos confundidos y en un estado de nerviosismo y paranoia pura, y muchas herramientas ayudan a su causa. Por un lado, estamos frente a una serie cuyos diálogos y simbolismos están tan cuidados que es normal reinterpretar palabras o hechos según pasan los episodios; es decir, algo dicho o “revelado” en un capítulo toma un nuevo sentido en otro. Por otro lado, y dentro del ámbito de la producción, las tomas y los filtros alteran la percepción del observador.

Tal vez el truco pasa inadvertido al principio, pero ahí están los interminables close- ups, los enfoques del personaje con “vacío” alrededor, lo que lo hace más solitario e indefenso, o las conversaciones en tomas distintas para aclarar que estas personas pueden estar hablando en el mismo espacio, pero su comunicación no es eficiente. Si se decide seguir el juego, ya sea para descubrir la verdad o el final del trágico personaje, se llega a un punto peligroso: el rompimiento del propio género televisivo.

Las influencias de Fight Club o Matrix son siempre directas y honestas, es incluso una forma en que el espectador no pierda tiempo reevaluando lo que observa y mejor busque adelantarse a los hechos. ¿Se trata entonces de una serie política?, ¿un thriller?, ¿ciencia ficción? La línea es delgada, gris, tal vez no existe.

La mayor virtud de Mr. Robot no es la crítica socioeconómica, ni el profundo análisis de las nuevas soledades o la falta de interacción y comunicación con uno mismo, en realidad se trata de su entorno posestructuralista que busca quebrar a la persona frente al televisor, sus ideales, su entendimiento sobre los medios, sobre el cómodo entretenimiento que te permite dejar de sufrir una vez que apagas la pantalla y sobre la realidad que vuelve a existir cuando levantas la mirada de tu smartphone para vivir otra vez, al menos por un rato.