You never forgive a dreamer

“Perhaps when we find ourselves wanting everything,
it is because we are dangerously close to wanting nothing.”

Sylvia Plath

¿Cuántas veces hemos visto en el cine a una mujer que renuncia a sus sueños para quedarse con el amor de su vida?, ¿cuántas veces hemos visto que sea el hombre el que haga dicho sacrificio?, ¿cuántas veces tenemos parejas de éxito que no terminan con engaños y desilusiones? La vida es un amante distante que ilusiona y deja ir los sueños.

En el cine tenemos grandes ejemplos de amores que no pudieron ser y de sueños cumplidos que llevan un tono de tristeza en su realización. La mejor forma de llegar que la gente reciba estos mensajes es hacerla sonreír mientras le cuentas la verdad y el director Damien Chazelle sabe cómo jugar con esa teatralidad. Whiplash y La La Land son películas que sí implican un mensaje positivo, pero bajo la premisa de que no todos los sueños realizados son lo que necesitamos.

En Whiplash se maneja el enfrentamiento de un músico con su profesor; el final que se visualiza parece estar en un tono alto, melodioso, equilibrio de genialidad y venganza; sin embargo, implica que el personaje principal logrará su sueño de ser un gran músico que probablemente morirá joven y destruido por sus demonios, tal y como sucedió con sus ídolos. Pero, claro, el sueño sí se cumplió, se ensalzó y se regaló a la audiencia para que sonría de vuelta a la pantalla y crea que el mundo cumple con cierto orden. Lo cierto es que Chazelle sabe que se le da una importancia casi mítica a las artes y que el riesgo es grande si quieres dedicar tu vida a ello.

El principal punto es que existe este otro universo artístico al que las personas normales simplemente no pueden acceder salvo en películas, o al escuchar una gran canción. Los soñadores existen para que llegar a ser artista sea aún más difícil, pues el éxito pasajero enturbia las perspectivas sobre llegar a la meta y ser el personaje que siempre has deseado. El trabajo de este tipo de personas es el de aplaudir, mantener la sonrisa y creer religiosamente que algún día será su turno, aunque sea poco probable o, peor aún, que el cumplir el sueño no sea tan perfecto como se esperaba.

La La Land es aún más reveladora, pues se presenta con tanta alegría, en los colores y en la música, que es fácil reducir su mensaje al de: ¡los sueños se cumplen! Pero se trata de una realidad bastante devastadora y es el hecho de que no puede existir una relación en la que dos personas sean exitosas por haber cumplido sus sueños.

Ninguno de los personajes sacrificará su propio ideal por el otro, a pesar de que su amor es real e importante para ambos. Es riesgoso decir que el personaje principal, Mia, cambia una vez que cumple su objetivo de ser actriz, pero sí la vemos alardear sutilmente de su nueva fama. Entonces la pregunta es ¿para qué quiere ser actriz? Es diferente desear dominar el arte de la interpretación que añorar ir al estreno de una película con un vestido de diseñador y que la gente te reconozca.

Es importante, además, la relación que enfatizan en la película con Casablanca, pues su mensaje es opuesto, pero igual de solitario. En Casablanca, Rick e Ilsa tuvieron un romance hace años, se separaron y se vuelven a encontrar una vez que ella ya está casada, ella desea quedarse, pero él elige para ella el camino que la conduzca a una vida con su esposo, con el clásico cierre de “Siempre nos quedará París”.

En La La Land ambos personajes tienen un romance que de hecho sí los hace crecer, lo que significa que no fue ni fugaz ni enteramente dedicado a la pasión. Sorprende la separación porque es resultado de que no son capaces de seguir ese sueño que es el amor. El final revela que para que ellos pudieran estar juntos habría sido necesario que Sebastian no siguiera sus objetivos y persiguiera a Mia hasta Francia; así que tendrán sus éxitos, pero, irónicamente, jamás tendrán París.