Todo el día de hoy y parte del de mañana estaré pensando en las palabras de Bacon: aforismos, temas morales, la espada de sus ancestros anglosajones transformada en pluma.
Tales asuntos, altos como son, me llevarán eventualmente a la escritura de este ensayo con que intentaré explicarme la actual situación de la palabra verdad, ya completamente diferente a los versos espaciales de Lucrecio y a la no-sombra de Platón creciendo por las paredes de la caverna.
La verdad, aquí y ahora, a pesar de los Bohr y Einstein que han cruzado por esta tierra, he de encontrar vectorialmente relativa; en cada esquina de nuestra circunstancia veré artistas que odian el arte, filósofos de la no-ciencia, estudiantes de Schroedinger de los que no se puede dar santo y seña. Entre multiverso, reverso y antimateria, la verdad se anula progresivamente.
Antes teníamos agricultura, ciencia, el Dios idiota de los gnósticos creándolo todo sin darse cuenta. Poco a poco, cortinas de humo han sustituido al ente. Los ojos, las manos, los dientes, el sexo, los granitos en la cara de las adolescentes que caminan por la costa con paletas heladas, se nos revelan mentira: espejos de una trama indiscernible: retazos del chamorro cósmico-gubernamental: botellas de vino sin fondo.
El mundo que nos ha tocado aún no germina: convulsiona, como el frijol en algodón del niño de kínder, de poco en poco, y extiende sus raíces; algunas de éstas son violentas, terribles, eternamente estrangulándose a sí mismas, pero hay otras en medio de la virulencia que van hacia delante y no se quitan, alguna luz interna sabiéndose portadora de algo parecido a un respiro de lo cierto que se niega a morir.
Uno enciende la televisión, el aparato electrónico o simplemente abre los ojos en una calle relativamente transitada donde alguien está parado vendiendo periódicos, y se encuentra con el terror del mundo: es, simultáneamente, todos los hombres que han vivido siempre.
Hijos de sans-culottes a finales del XVIII jugaban a la guillotina mientras sus padres esperaban el castigo «justo» de la misma manera que un niño de ustedmedigadónde agarra un palo de escoba, dice que es una AK-47 y acribilla ficcionalmente a su hermanito. Uno encierra la conciencia de los cuatro niños: victime, victimaire, víctima y victimario están encimados quejumbrosamente en la mente compartida de nuestra especie. A medida de que la cuenta de cadáveres debajo de nuestros pies va aumentando la marea de sangre también crece, pero seguimos sin conocer la verdad.
¿Será que nuestro tema es una partícula ilusoria del aire o un posmoderno ritornello de tres simplísimos acordes? ¿Será que no hay verdad y todo es vacío constante entre los ojos de Sartre? ¿Será que Hobbes tenía razón y el hombre no sirve más que para destruirlo todo?
En este punto del ensayo preferiré no saberlo, me daré cuenta de que no he llegado muy lejos y haré una reverencia a lo indefinido que, cada vez más, recubre mi ánimus. Frente a los temporales de mortal coil que se vislumbran a la distancia, sin embargo, confío en las raíces extendidas; pero yo, que apenas he cerrado el Bacon y no tengo nada escrito, qué puedo saber.