Acabo de leer Voraz de Yaroslabi Bañuelos, Premio de Poesía Amado Nervo 2023, con un entusiasmo creciente. Si bien todos los poemas comparten una misma factura basada en la poetización de lo cotidiano —ya sea desde su construcción, temática o metáforas—, Yaroslabi Bañuelos me impresiona por la precisión que logra imprimir a sus versos. Cada uno parece estar en el lugar adecuado, acompañado por la hazaña loable de encontrar siempre la palabra justa. Con una breve aproximación a su primer poema, espero despertar en mi lector el interés por la obra de esta poeta nacida en La Paz, Baja California.
El primer poema del libro, «Recorte de una comida familiar, 1999», pone de manifiesto las virtudes mencionadas. Para situar temáticamente al lector, podría decirse —un poco apresuradamente— que el poemario aborda el tema de los desórdenes alimenticios. El poema comienza con los versos:
La mesa es chica, pero en este círculo de sal cabemos todos.
El lenguaje referencial se encuentra al servicio de un imaginario poético y social. Aquí, la mesa se convierte en un símbolo cotidiano, mientras que el «círculo de sal» introduce una dinámica ritual. Este recurso evidencia dos aspectos fundamentales del poemario: por un lado, la búsqueda de una conjura femenina contra la violencia; por otro, la usurpación de este imaginario como una estructura defensiva. El círculo, más que proteger, encierra, simbolizando una autoridad que define y delimita a sus miembros. Todo el libro se desarrolla dentro de esta metáfora circular.
¿De qué busca defender este círculo y quién lo preside? Al centro está el padre, pero poco a poco se revela como una figura que simplemente media y pacta con los mecanismos externos. Es esta dinámica —dictada no por una ley explícita, sino por omisiones— la que establece qué comer, cómo vivir, y cuáles son los ideales de cuerpo y familia.
La mesa es chica, pero en este círculo de sal cabemos todos.
Hay una cazuela que palpita sobre un fuego suave,
tortillas calientes, Coca-Cola derramada
en vasos con San Judas Tadeo pintado en el cristal.
El olor del laurel y las verduras cocidas
se escurren por la estufa,
el canto de un gallo esconde los susurros de la televisión.
Bajo el cansado tejado de lámina somos cinco:
mamá, papá, mis hermanas y yo.
Primero come mi padre, mastica trozos jugosos de chamberete,
pequeñas manchas de grasa y chile
quedan atrapadas en su bigote.
Le gusta chupar los huesos hasta limpiar el tuétano,
hasta dejar claro quién gobierna la mesa;
su plato rebosante se agota a los pocos sorbos
y mamá lleva de nuevo las manos a la lumbre para saciar
la quijada ansiosa de papá.
Con movimientos tímidos,
mis hermanas recolectan el aceite que flota en el caldo,
sólo arrastran a su estómago media zanahoria y un chayote
para no quebrar la dieta.
El eje narrativo se enriquece con metáforas de lo cotidiano, un recurso del que soy ferviente admirador. Así, las pastillas quemagrasa se transforman en postres, las ollas quedan moribundas, y el murmullo de la televisión transporta al lector a la tarde evocada por el título del texto.
Poema tras poema, la calidad del libro crece, aunque quizás los últimos tres o cuatro textos pierden fuerza frente a la brutalidad de los primeros. Voraz confirma que Yaroslabi Bañuelos —quien ya cuenta con otros libros publicados— está consolidando una voz potente y singular en el panorama de la poesía mexicana contemporánea.