Tremendo coraje me daría durante la junta de representantes estatales mientras escuchaba la propuesta de mi amiga, promocionando su ciudad como sede del próximo encuentro nacional de estudiantes de lingüística y literatura, y que no dejara de repetir “Es que Juárez es feo”. O sea, elíjanla, pero sepan que es cara; todo está en dólares, no hay nada que hacer y es fea. Pero escojan mi ciudad. En esa presentación solo quise que me viera a los ojos, escuchara mi no; que vendiera a su ciudad.
Quizás fue ver mis temores materializados en el atril, saludando, jactándose, conocedores de que yo habría -y he hecho- lo mismo cada que una amistad o conocido quiere venir a Tijuana.
Desde aquella famosa “ley seca” estadounidense que los ojos comenzarían a ponerse en esta ciudad fronteriza, como vía de escape para el disfrute de placeres y excesos, imaginario que continuó perpetuándose en cuentos como “Where’s the Donkey Show” de Rafa Saavedra, o en análisis como Tijuana la Horrible, de Humberto Félix Berumen, y en los miles de turistas que no han dejado de visitar la TJ aún después de la disminución de visitantes gringos post 9/11 o de crisis más recientes.
Lo cierto es que hay algo que atrae a las personas a visitar Tijuana, tanto si es en modo vacacional, “de paso” o planeando una estancia permanente. Y todas coincidirán en algo que les atrape de la ciudad: las noches de party, la calidez de su gente, conocer el muro fronterizo, la cultura binacional… Pero también es imposible no comparar las tarifas tan elevadas del transporte público, la inseguridad, la contaminación de las playas, los precios inflados a dólares… y eso era hace algunos años.
En ese entonces, siempre pensaba “No, no visiten Tijuana porque no les conviene económicamente” (incluso un vuelo de cualquier parte cuesta más hacia/desde esta frontera). Y ahora podría reforzarse esa idea con un vistazo a las noticias: más de año sin un puente de la Zona Este, cierre parcial de una carretera a Playas por deslizamiento de tierra y demasiadas casas en riesgo por socavones y fracturas de la tierra que son más producto de la negligencia inmobiliaria que de la naturaleza del terreno. Eso sin contar los factores de violencia.
Naturalmente, cuando llegó el momento de las votaciones aquel 2019, la mayoría de votos no sería para Ciudad Juárez, sino para la propuesta vendida por el representante de Zacatecas (y un congreso que estuvo a las puertas del COVID, una semana antes de la contingencia sanitaria).
Reconozco que técnicamente la tengo más “fácil”: aún con la fama de violencia y altos precios, Tijuana sigue en buenos números turísticos y habría tenido más oportunidades de ganar una elección parecida: ya sea por ese imaginario de fiesta y desenfrene o solo por sentir el aire de la multiculturalidad; sé que TJ continúa en alto estima.
Quizás soy muy dura con la tijuanita. Nada como que la visiten ustedes mismos.