Le ofrezco mi última novela a una lectora —lleva un libro en la mano— y me pregunta: «¿Es de crímenes?». Me quedo pensativo. O más bien: me quedo impasible-mosqueado. O sea, que por fuera estoy normal y por dentro estoy quemado.
Pienso en mis novelas. En casi todas hay muertes violentas. Pero no tratan de crímenes. Las muertes que salen en mis libros son “normales”. En Nadando contracorriente, por ejemplo, un tipo se carga a su mujer. En Egregios, un camionero se carga a una familia entera. En Donde la brisa te habla, un hombre desquiciado termina cargándose a su médico. En Nueve semanas (justas-justitas), dos personajes se matan solos. Y en La prodigiosa fuga de Cesia hay muertes de todo tipo.
Sin embargo, mis novelas no son de crímenes. El crimen no es el motor de mis historias. Aunque en El séptimo sentido hay un relato que trata de un psicópata y otro que nos cuenta la vida de un asesino a sueldo, tampoco estos relatos son de crímenes. La verdad, escribir una obra alrededor del crimen me parece un crimen. Violencia, la justa.
¿Qué le pasa a la gente? Hay violencia por todas partes. En los dibujos animados, en las películas, en los juegos, en los tebeos, en los libros… Los niños crecen entre violencia. El héroe es el que pega el mejor puñetazo, la patada más brutal o la cuchillada perfecta. El héroe es el violento. Siempre.
Me decía el hijo de una amiga: «A mí lo que me gusta es que las cosas exploten». Se había quedado en casa, estábamos viendo un viejo capítulo de Pippi Calzaslargas y el chico se aburría. «Es que aquí no explota nada… ¿No van a matar a nadie?».
Quizá la sociedad ha enfermado. Y casi nadie se ha dado cuenta. Que la novela negra está de moda, es un hecho. Y los mismos que condenan cualquier acto violento, devoran estas historias donde todo gira en torno al crimen.
¿Apología de la violencia? También está de moda esto de la apología. Ay, las modas… La violencia en las artes tiene un fin: la catarsis. «El efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones».
La pregunta es: ¿las novelas de crímenes son catárticas?
Como era de esperar, la lectora, después de su confesada pasión por el mal, no compró mi libro. Ninguno de ellos. Un crimen. Volverá, es una clienta habitual. Pero a mí no va a leerme. ¿Te imaginas que ahora va y lee este artículo? Si lo lee, seguro que se reconoce. Y eso que no he dicho casi nada de ella. En realidad, solo he transcrito su pregunta: «¿Es de crímenes?».
¿Que qué le contesté?
Lo que piensas.
No.