Desde hace años, el tema de la inseguridad nos ha rebasado. La sociedad vive con miedo a causa de la delincuencia organizada, de los índices elevados de criminalidad, pero en efecto, también se respira el miedo cuando los militares patrullan las calles.
A pesar de lo que se dice respecto a las mejoras del país, y que en primera instancia tendrían que verse reflejadas en una sociedad fuerte y sana, no sucede así.
Durante el gobierno de Felipe Calderón -2006 a 2012-, se justificó la salida a las calles de las fuerzas castrenses para hacerse cargo de los problemas que las policías locales no pudieron hacer frente.
Los resultados tampoco fueron los esperados, aún con los discursos oficiales que intentaron disfrazar el sentir de la población en general, sentir ubicado en un descontento y una desconfianza hacía los nuevos vigilantes.
Incluso, la llamada Guerra contra el narcotráfico, agudizó la inseguridad en pueblos y ciudades, fenómeno social que pudo verse reflejado en el preocupante incremento de muertos y desaparecidos.
Pero decíamos, al menos en el discurso lo que se proponía era una suerte de imponer la autoridad cuando los límites marcados ya habían sido rebasados.
Cuando las autoridades locales y estatales no pudieron hacer frente al mar de criminalidad, se tuvo que recurrir a otros medios, a otras instancias con mayor fortaleza.
Es clara la ecuación aquí: ante la disminución de poder de lo local, se demanda una fuerza de mayor presencia para hacer frente a lo que se salía de control.
El problema que ubicamos en este caso es el siguiente: que una vez que se instala un nuevo poder, una nueva fuerza de autoridad, es difícil prescindir de ella. Se instituye, se consolida y permanece, pues la pura ilusión de que las cosas regresen a su estado anterior, que en este caso, se presumen peores, refuerza la permanencia del nuevo poder.
Ahora se valida la acción castrense diciendo que las fuerzas armadas intentan revertir la vulnerabilidad que aqueja a todos, como asegura el Secretario de Marina (La Jornada, 27 de marzo 2017).
Es decir, que una vez que se instituyó la vigilancia y permanencia de los cuerpos militares en las calles, se asegura –en tono terrorista-, que la vulnerabilidad la tienen todos, por eso la necesidad de seguir patrullando.
De alguna forma se nos sugestiona a creer que somos vulnerables, que vivimos en un país vulnerable, y por lo tanto alguien tiene que hacerse cargo, pues está demás demostrado, que a quien le tocaba no pudo con el trabajo.
Loable labor, o eso parece.
Para Hannah Arendt (Sobre la violencia, 1969/2006), se trata del nuevo juego bélico y por consiguiente de poder, es la disuasión y no la victoria.
Esto significa que, el estar siempre preparados para la guerra, como sucede con esos patrullajes militares, es una forma estratégica de disuadir a la población hacía un sentimiento de necesidad de.
Necesidad de cuidados, de protección, pues como se discursa y se sostiene, la vulnerabilidad está en todo, por todos lados.
Vemos sin temor a equivocarnos, el manejo de un terrorismo psicológico que deviene en una demanda por parte de la población de ser protegidos. Se sabe ahora que cada vez más personas piden, exigen a los militares en sus comunidades, y no precisamente ante condiciones reales de peligro, sino ante el miedo de que algo suceda en cualquier momento.
En otras palabras, una vez que el nuevo poder se ha instituido, es importante sostenerlo, y para ello, incluso es invariable que se busquen medidas estratégicas de consolidación.
Tales medidas van encaminadas a la persuasión, a la sugestión de que las cosas no van bien, de que todos estamos vulnerables. Por consiguiente, resulta fácilmente aplicable el uso de las fuerzas superiores, pues está justificado en los hechos y en el discurso.
El problema no es quién patrulla y protege a los ciudadanos, al menos no debería ser esa la cuestión. Lo radical del caso es el uso de la persuasión, del engaño para instituir para fines que aún no conocemos, a una fuerza de autoridad que si bien está constituida legalmente, rebasa las funciones para las que fue creada.
Falta saber además, qué pasa con las autoridades que han sido rebasadas, con las policías locales y estatales que no pueden hacer su trabajo. ¿Qué les queda a ellos, cuál será su trabajo ahora que los militares tienden cada vez más a sustituirlos?