Una mirada poética

En El fondo y la imagen (UAA, Colección Letras, 2016), Francisco Martínez Farfán desarrolla una escritura en prosa y en verso, a partir de imágenes fotográficas de doce autores mexicanos y extranjeros.

En orden de aparición, se alude a Joseph Sudek, Christer Strömholm, Graciela Iturbide, Hiroshi Sugimoto, Héctor García, Yuji Saiga, Humberto Rivas, Esteban Estrada, August Sander, Jorge Camarillo, Erwan Fichou y Fan Ho.

Sin embargo, no se incluyen las imágenes, lo cual implica que la escritura está concebida para funcionar independientemente de su punto de partida. Una vez en marcha, explora el trayecto en sí mismo, de manera que el resultado se puede considerar una reflexión poética sobre la relación entre palabras e imágenes.

Desde luego, el lector tiene pleno derecho a buscar en línea imágenes de los fotógrafos aludidos, en busca de una apreciación más completa de estos textos. Sobre todo porque no hacen concesiones: prescinden del referente visual para hacer referencia a una realidad verbal, que demanda un tipo de atención diferente de la que se pone a una imagen. Por eso, desde el principio Martínez Farfán declara: 

Escribir sobre una fotografía es acarrear la ausencia de un instante que ha sido reemplazado por una imagen, hacia el futuro de un improbable fin. (…) Un texto que se despeña continuamente en ese vacío (…) el cual proviene del intenso silencio que ha generado su trayecto. (p. 9)

Ese vacío, ausencia o silencio está contenido en palabras que nombran el vuelo de lo visible a lo nombrable. La escritura se arriesga a nombrar mundos inéditos, a tener “un improbable fin” como escritura primero y como lectura, después. Y en ese riesgo cifra su aspiración a sostenerse por sí misma, con fines y usos propios, como fijar la ruta de un viaje sin un derrotero preciso. El destino está en el trayecto. Se trata del traslado, el rapto, la fuga. Sin importar adónde.

Aunque en realidad sí importa, porque ese destino se identifica con el texto, que de acuerdo con lo anterior se escribe a sí mismo. Habla de su propio cuerpo, que no coincide con las palabras de que está hecho, porque las considera cosas concluidas. Y en esto consiste su transgresión. No se asume como un texto sino como un proceso sin fin.

El trayecto comienza con el reconocimiento explícito de que se parte de una fotografía, como en “Lago Maggiore”, “James Dean con Pequeño Bastardo” o “Esta farsa del texto”, por ejemplo. 

Casi siempre el vínculo queda implícito con la mención de algún elemento de la imagen o de su toma. “Entonces llega Sudek y nos rescata./ Es decir toma la foto.” “Por ejemplo, Sander:/ La imagen de los tres campesinos, sorprendidos por el hecho imprevisto/ de una fotografía en un camino rural (…)”.

Luego el transporte se complica por la constatación de lo insalvable de la distancia entre lo verbal y lo visual. Para superar esa complicación, se solicita una complicidad que acerque ambos territorios, reemplazando la mudez y la ceguera con ideas sobre el abismo entre imágenes y palabras. Y así el texto deviene metatexto preñado de conceptos que llevan la lectura a nuevos derroteros.

Aunque el anhelo de nombrar impide el vuelo, el poeta decepcionado y sin consuelo considera un deber templar la cuerda y disparar desde su constante oscilación, hacia un blanco tal vez inexistente. La palabra lanzada “ofrece su inasible sutura como un secreto a punto de decirse/ y que en el mismo impulso de decirse se revela de pronto, perdido…”. 

Por tanto, sabe que para empezar debe confiar oscuramente en que puede acertar con lo significativo de un rasgo, y luego seguir “pasos a ciegas sobre una lógica propicia ─propiciatoria─”, que haga visible la figura del “lugar de la expectativa/ a cuyo amparo fuera posible ─y aun necesario─ seguir viviendo”. A condición, añade, de encontrar en esa figura algo que delata nuestra participación en su hechura. Una traducción con mucha traición.

Ese acto de fe inicial sustenta el intento de “restablecer en el tiempo/ una identidad verbal”, al mismo tiempo que se entrega al “abismo de la mirada” para comprender una imagen tocada por “una alquimia” y formada de la insuficiencia para ver algo más que lo representado, convertida “en un tosco balbuceo pendular, residual, oscilante.”

En la escritura de Martínez Farfán, uno de los poetas más interesantes de Aguascalientes, esa oscilación de la reflexión a la construcción de imágenes relacionadas con las premisas anteriores genera ideas poéticas.  “La extensión y el abismo”: “El mar (…) se comba sobre el abismo,/ cubre el ocultamiento, ahoga lo que apenas puede escucharse:// ese sonido que nadie sabe,/ una ceguera que sólo ve la luz.”

En El fondo y la imagen, la fotografía sirve de pretexto para expresar una mirada poética mediante conceptos elaborados poéticamente, sobre la poesía.