Martes, 5:00 a.m., horario de verano, 4:00 a.m. hora de Dios, como dicen por acá. En San Cristóbal de Las Parrandas, Chiapas, todos los días hay algún santo al cual adorar a punta de cohetones, (más pólvora y dinero quemados que en una pequeña batalla) algo parecido a «tres horas de balazos», acompañados de música desafinada de banda y redova y gritadera de borrachos madrugadores, o trasnochados, todo esto disfrazado de fervor religioso.
Esto es todos los días, todos los días, todos los días, dependiendo de la festividad y al barrio al cual le toque: San Diego, San Ramón, Santa Lucía, Cuxtitali, María Auxiliadora, el barrio donde vivo… Lo malo es que hoy pasó a una cuadra de mi casa, y me despertó como quien se despierta a mitad de un bombardeo ordenado por Trump.
Imagino que lo que Sancris es un muestrario de lo que ocurre en muchas otras ciudades medianas del país -en las ciudades grandes también pasa, pero el escándalo se diluye, y en los pueblos pequeños eso ocurre sólo unas dos o tres veces al año, el día del patrono, de la virgen y alguna otra festividad local-, ignoro si en el norte, o en el bajío, o en el golfo se celebre con tal derroche de recursos, esfuerzo y escándalo, aprovechando el santoral como pretexto para echar trago todo el día, aullar como animales, echar bala al aire (casi siempre hay por lo menos un muertito en estos «festejos»).
Que cada quien le rece al santo de su elección, pero por qué hacerlo de manera tan escandalosa, tan desaforada, tan de rompe y rasga, tan de «me vale madres que no creas en lo que yo creo, es la fiesta de mi santito y te chingas…”.
Es enorme la cantidad de dinero que se tira en cohetes, alcohol, comida, más alcohol y más cohetes (a ver quién se cree que Chiapas es pobre) en una festividad de estas, que suele durar por lo menos tres días, hasta una semana. ¿Cuánto cuesta un cohetón? Multiplícalo por 5 mil, 10 mil, 50 mil, porque al parecer los santos son sordos, y sólo a punta de tronidos y escandalera se despiertan y hacen caso a los ruegos y alabanzas de la feligresía.
Si los chiapanecos invirtieran en algo productivo la mitad de los recursos, el esfuerzo y capacidad de organización que le ponen a la celebración de sus fiestas, no habría la insultante miseria que sigue habiendo en esta tierra de desigualdad.
Yo respeto la libertad religiosa de la gente, aunque algunos, tan, pero tan religiosos, al parecer no respetan el sueño de los demás… pero esto no es religión, es borrachera.
Si los mexicanos en general, pusiéramos tan sólo una fracción de nuestro empeño por el jolgorio, en algo más redituable, seríamos potencia mundial, al nivel de japoneses, alemanes, suecos o gringos, pero ni hablar, pa’lo que realmente somos buenos, es pa’la parranda.