Un sol eclipsado por sí mismo

Me encanta afirmar que Luis Miguel es un payaso. ¿Y si es tan payaso, por qué fui a su gira en Tijuana, entonces?

Desde la primaria, cuando entre amigas o compañeros preguntaban por su artista favorito, luego no sabían como reaccionar ante mi respuesta. Luis Miguel. Gusto adquirido por mi papá y su costumbre de poner sus CDs en el carro o los DVDs de sus giras en la tele. Gusto propio cuando en la computadora buscaba sus canciones y terminaba haciendo mi propia curaduría de favoritas (que ahora es mucho más fácil en el celular, aunque no lo haga con ningún artista).

Tan fan, que entre semana fui a su concierto a los 10 años, sin importarme la desvelada del día siguiente en la escuela. Un concierto que permanece borroso en mi cabeza, pero que sin duda disfruté, sobre todo por ser cumplida la promesa de mi papá de llevarme a su concierto cuando volviera a Tijuana.

A los 16 años, el Sol volvía nuevamente, más no el presupuesto familiar para asistir. Y si bien estaba triste ese septiembre, un amigo me invitó a acompañarlo, luego de que su novia resultase no ser fan (por lo menos, la diferencia de gustos musicales no fue impedimento para que continuaran siendo novios por bastantes años más).

La suerte no me sonrió un año más tarde, en noviembre, cuando el artista diera un último gran concierto.

Pasarían casi 11 años, una serie de televisión, decadencias, y claro, una pandemia, antes de que regresara a esta ciudad.

Y entre cada pausa concertística, iba cambiando mi imagen del artista.

Si bien, es parte del encanto y su imagen, con cierto dramatismo y distanciamiento, ha llegado el punto en que esos factores le juegan en su contra, sumado a ese afán/técnica de alejarse tanto el micrófono, hace que cualquier concierto dé risa por lo mucho que en vez de estar presente con su público, se la vive enviando señales y mensajes a sus técnicos. Ciertamente da risa.

No dan tanta risa polémicas como que sea deudor alimenticio, o que de repente cancele su gira conjunta con Alejandro Fernández, o cuando sus arreglos cosméticos generaron que Luis Miguel no pareciera Luis Miguel, o toda esa temporada de conciertos en que parecía víctima de sustancias (y aún así, analistas vocales admiran las armonías que logran en ese estado).

Pero al final me rio irónicamente.

Cuando he comentado esto con algunas otras personas que también considero fans de su música, me sorprende que la mayoría de ocasiones me he topado con un fanatismo desbordado, al punto en que me refutan todo lo que comenté, endiosando al Sol; un fenómeno que en lo contemporáneo sólo podría comparar al fanatismo que tienen personas por Taylor Swift (San Taylor, Mother), y que valdría la pena comparar en un futuro.

Con todo y lo anterior, al acercarse la preventa de diciembre 2023, y sabiendo que de todas formas quería asistir a su concierto, adquirí boleto anticipadamente. Llegó septiembre 2024, y al paso de los meses  cabe reiterar que tanto ese miércoles 4 (concierto al que fui), como su segunda fecha “sorpresa” al día siguiente y su tercera fecha oficial el sábado 7 (a los que ya no asistí) resultaron una bonita experiencia colectiva, si bien podría afirmar a ratos que fue como un karaoke en vivo (aunque también es cierto que todo buen concierto se convierte en un karaoke gigante).

Y si bien, con el cambio de imagen que buscó dar posterior al término de su serie, creí en las primeras canciones que era un Luis Miguel renovado, poco a poco fue retomando las viejas costumbres (menos el alcohol), haciéndome reír a ratitos cuando me percataba de tal o cual detalle. Y sinceramente, como fan, me preocupa el momento en que ya no pueda consigo mismo, eclipsándose de nuevo de forma indefinida.

Quizás no sea el mejor artista o intérprete de la actualidad, pero sigue manteniendo un potencial que, aún sin analizarlo, lo reposicionó entre el público. Yo sólo espero que haya otro concierto donde pueda corearlo.

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