Pasamos del discurso engañoso a la cruda realidad de que en México no hay movimiento; de las cada vez más lejanas manifestaciones sociales, a la implosión del sujeto que se ve reflejada en lo social.
En últimas fechas México se ha convertido en una vergüenza a nivel mundial, ¿la razón? No se cuenta con el combustible suficiente para que las personas continúen su cotidiana labor.
El suministro de gasolinas disminuyó ostensiblemente, produciendo una especie de paranoia colectiva, donde miles de automovilistas pasaban horas en filas interminables ante la temida noticia.
Algunas ciudades literalmente se quedaron sin el preciado oro negro, manteniendo una alarma generalizada que incluía ocupar lo menos posible el auto, ante la incertidumbre.
La vergüenza vino a pie: un país petrolero, rico en naturaleza, se ha quedado sin combustible. Paradoja que invita a reflexionar sobre el carácter de tal contradicción.
Desde nuestra perspectiva, diremos que precisamente en esa contrariedad se hace escuchar una verdad: el país rico no tiene combustible. De lo cual obtenemos la siguiente premisa: México es un país rico que no puede moverse, o en otras palabras, México no se mueve a pesar de su riqueza.
No es para cuestionarnos acaso, ¿cómo es posible que sea ese nuestro contexto? ¿Tener toda clase de recursos y no saber qué hacer con ellos?
Cuando se presumía por parte del gobierno federal que México se iba a mover; recordaran el slogan Mover a México, no podemos hoy dejar de pensar hacía dónde es que se ha movido.
O a dónde lo movieron, quienes en su momento se hicieron cargo de tal movimiento.
El país hoy lo sabemos, ha sido no sólo movido, sino maniatado, empujado drásticamente a una situación de conflicto social, que como hemos venido diciendo, tiene ese carácter implosivo, donde la presión es ejercida hacía el mismo cuerpo social.
La presión parece no ser suficiente sin embargo, puesto que el ciudadano común parece no manifestarse efectivamente ante tamaños movimientos en el país. Y bien conocemos, gracias al psicoanálisis, qué sucede con los cuerpos que no expresan en alguna forma su malestar: se enferman.
Es decir, estamos hablando de pura sintomatología que se deja ver por un lado, en el movimiento que se le ha estampado a la nación, y en otro lado, el silenciamiento generalizado del mexicano.
Ese silenciamiento es lo que realmente debe preocupar, ya que de lo que se trata en conjunto es de un sujeto –el mexicano-, que ha aprendido a callar ante aquello que le rodea.
Además de ser un sujeto enfermo de malestar no manifestado, se regocija en todo lo que sus aprendizajes de sumisión y obediencia le han permitido hacer, esto es, decidir que otros decidan por él.
Y en esa decisión entregada a un tercero, va implícita una posición de estancamiento, de latencia, de inmovilidad. Tal vez por eso es que curiosamente en los últimos meses está asentándose en la población mexicana, la idea, ahora ley de regulación de las manifestaciones sociales.
En suma, cuando nos referimos a un país sin combustible, en realidad se trata en su lugar de un tipo de sujeto que ha dejado de moverse, de expresarse, esto es, de desear que las cosas cambien desde la propia responsabilidad.