Para hablar de Un hombre con agallas y la nariz más larga del mundo recurro a Constantino Bértolo, que seguramente se preguntaría «¿qué cuenta esta novela? o mejor ¿qué cuenta con lo que cuenta?». Raúl Jiménez nos ofrece «una muestra ejemplar de carpintería narrativa, pero ¿qué quiere de nosotros? ¿Quiere decirnos algo o tan solo pretende vendernos un crecepelo?».
Decía Constantino en La cena de los notables que «En realidad, y al menos en teoría, todas la narraciones tratan de lo mismo: alguien nos cuenta algo y quiere que le escuchemos. […]. Abrir una narración es abrirle la puerta a un narrador, a alguien que cuenta algo, y al igual que sucede en una conversación real, el que escucha, el lector, al mismo tiempo que atiende a la narración, trata de conocer quién es ése que habla y cuáles son sus intenciones».
El título del libro ya cuenta mucho. Los lectores timoratos no comprarán un libro con ese título. La intención se muestra aquí de forma descarada. Con este título, el autor le está diciendo al lector que su libro atraviesa varias fronteras, le está diciendo que su libro representa una aventura literaria, le está diciendo, en definitiva, que su libro es un libro para mentes abiertas porque se adentra en territorio desconocido.
«Decía Juan Bonilla que Maikovski escribía poesía lírica pero roncaba como un poeta épico. Yo ronco como un señorito. Polo, náuticos y raya diplomática. Pero para soñar me arremango como un fontanero. La mentira es muy sucia, ya se sabe. Mentir es de cochinos. De hecho, si miento es para mancharme los dedos de grasa y disfrutar como hacen los niños cuando se manchan de barro o de chocolate».
Raúl Jiménez tiene voz, he leído Raros, torpes y hermosos, he leído El peor ciego, y puedo decir que reconocería un texto suyo aunque no fuera firmado, y esto, que al lector puede parecerle algo prescindible, resulta que es imprescindible para un escritor, pues si no tienes voz, todo lo que cuentes carecerá de magia.
El libro que hoy reseño es un libro valiente, y aquí toca felicitar al editor, por haberlo aceptado tal cual, y al autor, por haberse atrevido a proponer su publicación. Es un libro valiente porque son dos en uno, dos novelas independientes que sin embargo se complementan y completan. Las dos historias han quedado unidas para siempre por este libro, como si fueran siamesas, y no cabe duda de que el todo resultante es más que la suma de las partes.
Y ha llegado el momento de hablar de lo que nos cuenta. La verdad, nos lo cuenta todo. Nos habla de una sociedad donde las personas se persiguen de la misma forma que una orca persigue a un tiburón. Nos habla de una sociedad donde las personas se matan de mil formas sin saber por qué. Nos habla de nosotros, del monstruo que llevamos dentro, del ser humano que devino inhumano.
Con Un hombre con agallas y la nariz más larga del mundo, Raúl Jiménez vuelve a meternos de cabeza en su universo personal, y demuestra una vez más que sabe contárnoslo como nadie nos lo ha contado.