Un canto appassionato

A lo largo de toda la historia del arte, hemos visto que tanto las obras como los hombres han cambiado radicalmente su técnica, sus intereses y su percepción acerca del mundo. Sin embargo, sólo unos cuantos han brillando y se alzando hacia lo alto como si fueran dioses. Esos seres extraños de los que hablo, sólo se ven una vez cada tanto, de modo que no hay palabra, concepto, idea que pueda expresar su magnificencia. Ludwig van Beethoven (1770 – 1827), fue uno de ellos.

En las siguientes entregas quisiera analizar algunas de las obras de Beethoven, con el objetivo de comprender, en la medida de lo posible, lo que bien podría entrar en la concepción de la música-cosmológica de F. W. J. Schelling. Trataremos de discernir –a través de la estética del filósofo alemán y de la vida y obra de Beethoven– la verdadera naturaleza de sus obras, dilucidar, pues, lo que realmente representan sus sinfonías.

Para leer este texto recomiendo que escuchen, la 3ª sinfonía en Mi bemol mayor, la 5ª en Do menor, la 7ª en La mayor y la 9ª en Re menor.

 

Beethoven, ¿poseedor o poseído?

Desde Platón, Longino y posteriormente con Kant, se ha enraizado en nuestra memoria y entendimiento una visión de que el genio es, o bien aquel que ha sido poseído por los dioses, es decir, que a través de él y sus creaciones se expresa la divinidad toda; o bien que el genio es aquel que posee de suyo una fuerza natural, innata en virtud de la cual éste puede crear cosas simplemente maravillosas y muy fuera del alcance del hombre común.

Sin embargo, considero que una no es totalmente ajena a la otra, pues en los dos casos está presente una noción de divinidad. Esto es, ya sea que el genio creé o, mejor aún, re-creé por inspiración de los dioses o la musas, o porque la naturaleza le ha dado un don, no hay ninguna diferencia porque, en última instancia, tanto el hombre –el poeta– como la naturaleza son sagrados, divinos.

Beethoven fue el que mejor contempló y expresó aquella fuerza del universo, lo absoluto. Y es que, como dijo Schelling: “Para aquel que no llega en el arte a la contemplación libre, a la vez pasiva y activa, espontánea y reflexiva, todo lo efectos del arte son meros efectos naturales; en tal caso […] nunca ha conocido ni experimentado verdaderamente el arte como arte. Quizás lo incitan bellezas aisladas, pero en la verdadera obra de arte no hay ninguna belleza aislada, únicamente el todo es bello”.[i]

Pero, a todo esto, ¿qué es el absoluto? Es el origen o principio. El absoluto es el todo y lo uno, el cual se expresa de tres maneras, a saber: la naturaleza, la historia y el arte. Esto no quiere decir, que éste pierda su forma o se agote en cada una de ellas. Dice Schelling: “Dios y el universo son lo mismo o sólo distintas caras de lo mismo”. Y sigue: “la […] configuración de lo infinito en lo finito, tomada puramente como indiferencia, es sonido”, más exactamente, música.

En Beethoven esto es lo que pasa, él fue capaz de levarse y contemplar el todo para aprehenderlo y hacerlo sonar. El músico alemán rompió completamente con las reglas y estándares de su tiempo. Él comienza a construir de una manera muy distinta sobre el tiempo, es un tiempo no–pulsado. A partir de él serán muy comunes los personajes rítmicos, las cuerdas van a dar voz, es decir, harán sonar los sentimientos más profundos y esenciales del hombre.

La melodía –el Yo–, pasará a un no–plano, por consiguiente, el ritmo y la armonía serán los que se encargarán de impactar nuestros oídos y nuestro ser. Recordemos, por ejemplo, la 3ª sinfonía, la Eroica. Esta obra tuvo un impacto tremendo en el gusto de la época, evidentemente no fue comprendida por muchos, pues el gusto de aquellos días prefería algo más digerible, agradable, al estilo propiamente de Mozart.

Otro caso es el comienzo de la 5ª sinfonía, desde el primer movimiento –Allegro con brio–, las cuerdas que van surgiendo desde lo desconocido, desde el silencio, in fortissimo hacen que nos salte el corazón, tal como si la Muerte tocara a nuestra puerta.

Beethoven se inspiraba en la naturaleza, sus ideas surgían cuando daba paseos por los campos tarareando y aullando lo que vendrían a ser sus próximas composiciones. Me atrevo a decir que el mismo viento le susurraba al oído lo que debía componer. En palabras de Beethoven: “casi podía cogerlas con las manos, en la naturaleza, en los bosques, durante mis paseos, en el silencio de la noche o al romper el alba”.[ii]

Pero, ¿qué tan distinto puede ser que un artista se inspire en la naturaleza o que lo haga mirando un papel pautado? ¡Hay una enorme diferencia! La música que componía Beethoven fue una verdadero re–volución. Porque su música busca hacernos uno con el firmamento. Beethoven no hacia otra cosa más que escuchar, sentir y seguir el propio desenvolvimiento del cosmos. En la siguiente entrega seguiremos con el análisis.

 

[i] Friedrich W. J. Schelling, Filosofía del arte, estudio preliminar, traducción y notas de Virginia López Domínguez, Madrid, Tecnos, 1999.

[ii] Citado en Peter Kivy, El poseedor y el poseído…, Op. cit. pág.198. Las cursivas son mías.