«ÚLTIMOS DÍAS DE UN PAÍS. LA MEMORIA, EL RITO, LA REVELACIÓN» por Roxana Elvridge-Thomas

Los aromas, las esencias, el tacto del aire pesado en la piel, unas flores marchitas en el florero de la casa de la abuela, el ambiente saturado de una habitación de la infancia, un resplandor fugaz, la caricia amante que llega en un soplo de recuerdo, las aristas entrevistas de una ciudad lejana en el espacio y cercana en la memoria, el aliento contenido, la mirada atenta, el oído abierto.

Todo ello confluye para dar paso a la nostalgia, ese pétalo aciago en la lengua, que preña Últimos días de un país, hermoso libro de Odette Alonso, ganador del Premio Clemencia Isaura de Poesía 2019.

Nostalgia que trae al aquí y ahora la infancia y con las cualidades de la infancia: el asombro, la virginidad de las cosas que se descubren, como vistas por primera vez, la extrema sinceridad, se va construyendo el discurso de este poemario diáfano, pleno de imágenes que nos procura emociones intensas a los lectores.

Poemario que funge como propiciador de un rito, ese que hace suceder, ese que trae al aquí y ahora, borradas las distancias espacio-temporales, los sucesos que la palabra poética nombra.

El ojo impune

El altísimo muro de la iglesia

vierte su sombra adentro del cantero

donde las aguas han formado un charco.

Tras la ventana perpetua

el ojo impune traiciona

calienta la tarde chicha.

Ese olor desvanece la esperanza

sangre en el rostro temido de la noche

en el orgullo vano del amor que perdí.

Contra el altísimo muro

el ojo traza el límite del charco

donde mi infancia naufraga.

Y rito que está sostenido en el ritmo. Ritmo generador que confiere a la poesía de Odette Alonso, como lo pedía Octavio Paz, una dirección, un sentido, un llevarnos hacia “algo”, y ese algo es el corazón, la médula del sentir en el cual nos abisma Odette con el ritmo de sus versos, en algunos momentos con endecasílabos perfectos asomándose entre el verso libre, que no por libre es carente de ritmo y de sentido. Ya decía Ezra Pound que ningún verso es libre realmente, ya que está sujeto a los vaivenes del ritmo, de la melodía, de la forma que le quiera conferir el poeta para crear con él sensaciones, emociones, que lleguen a los sentidos, los sentimientos y la razón del lector. Eso mismo hace Odette Alonso en este bello poemario, jugando con el alma del lector, elevándola o estrujándola para luego entregársela y este, agradecido, se sienta pleno al cerrar el libro.

Lunes

Opaco

el día se refugia en la cortina.

Tus ojos vienen del desvelo

del hábito de estar tristes

los míos son la urgencia

de un tiempo sin descanso.

El sueño es un país que no nos pertenece

un triciclo de viento.

Hay lunes que se encienden hacia adentro

el milagro no tiene explicación.

La poesía de Odette Alonso nos habla con entereza, con sinceridad, con verdad. Se pregunta Antonio Colinas “pero ¿qué es la verdad? ¿La verdad es el sentir o la verdad es el definir? ¿No será, quizá, la verdad el revelar?[1] Y sí, la palabra poética de Odette Alonso revela, nos revela instantes, memorias, lugares, nos los muestra como recién creados, en ese rito del ritmo y el crear nombrando de la poesía y se transforma, como decía Paz, ella misma en poesía, o como apunta Colinas, en poeta fundamental. Dice Colinas: “Creo que, en lo esencial, el poeta fundamental no describe, ni divierte, ni testimonia. En lo fundamental, la palabra poética revela.”[2]

Odette Alonso, en el espléndido Últimos días de un país, nos muestra la revelación del instante en el cual se hace presente la epifanía. Epifanía de la palabra poética y revelación del instante epifánico.

Casas de verano

(Fragmento final)

Y de pronto me veo en una sala del aeropuerto

con una caja de cartón entre las manos.

Adentro laten las casas que habité

y las que aún no conozco.

Es el verano del noventa y dos

y escondo unos papeles adentro del zapato.

De pronto estoy frente a un altar de santos

en un cuarto de azotea

helado y con neblina.

De pronto canto y luego callo y luego lloro

bajo mi propia sombra

transmigrando.


[1] Antonio Colinas, El sentido primero de la palabra poética, Madrid, FCE, 1989, p. 20

[2] Ibid, p. 21