Sin embargo, el mundo, tanto dentro como fuera de nosotros, murmura palabras que no somos capaces de distinguir. Se proclama que los «tonos no oídos» son los más dulces.
George Steiner
Tú festeja la cercanía con su finitud: es su cumpleaños. Al menos eso ha dicho hoy, al despertar, antes de permitirme hablarle de las alarmantes cifras de la violencia que habita el país de M.
Si inventó o no la fecha, o si es simple coincidencia con la independencia que se festeja en el país vecino, no viene al caso indagar. El punto es que hoy, para Tú, lo único importante es sentarse al pie de la ventana y esperar la lluvia “siempre llueve en mi cumpleaños”, ha dicho.
“La lluvia dará visibilidad a nuevas víctimas en las narcofosas”, le he respondido.
Pero Tú celebra la vida. Vida, este poderoso ciclo en que habitamos, que es y seguirá siendo inexplicable. Tal como lo es el propio pensamiento. Si bien, podemos entender muchos de los aspectos que ocurren en el día a día: por qué nos alimentamos, por qué y cada cuánto respiramos, etcétera; no podemos entender el proceso que llevamos cada noche en el sueño intranquilo, tampoco el porqué de las respuestas que nuestro cerebro formula sin razonamiento previo.
Así, somos seres finitos que andamos por la vida con la total certeza de que cada día sucedido en esta realidad nos aleja más de la misma: cada día estamos más cercanos a la muerte. Y a su vez, en la ironía de la contradicción, cada año celebramos el cumplimiento de un nuevo aniversario.
No faltará quien diga: estamos vivos, eso hay que agradecerlo mientras no estemos bajo tierra. Y ése es el meollo del asunto, el humano común rechaza los pensamientos que le recuerdan su inferioridad en el mundo. De alguna manera el cerebro decide pasar a segundo plano las situaciones que le causan estrés y preocupaciones, como la crisis económica, que trae consigo el aumento de la inseguridad, la violencia, el miedo…
El cerebro busca el olvido temporal de todo aquello que nos hace sufrir y lo intercambia con la tan mencionada… esperanza. “Sí, hay crisis económica, pero ya viene mi bono en el trabajo”, “sí, hay inseguridad, pero ojalá que a mí no me toque”, “el ser supremo de la religión que profeso nos alejará del mal”; y de esa manera la esperanza supera el peligro, al menos en el pensamiento.
Dicha situación da paso al egoísmo. “Les va mal porque quieren, yo por eso cuido mi trabajo”, “por eso siempre he dicho que nunca deben andar tan tarde en la calle”, “ella se lo buscó por andar con sus falditas cortas”, “pero debió acusar a su marido desde el principio, ella tiene la culpa por aguantar la primera golpiza… yo por eso mejor soltera”.
Entonces nos convertimos en una sociedad de individuos enajenados, abstraídos a su entorno, con la esperanza de que esas cifras negativas no los alcancen. Pero es este propio egoísmo el que arrastra a M. cada vez más a un precipicio inminente.
Cada vez son más los estados en que ha sido necesario lanzar la alerta de género por la cantidad tan aberrante de violaciones, feminicidios y otros abusos en contra de la mujer. Cada vez más los medios internacionales que develan el infierno de asesinatos que la mayoría de las veces ni nos enteramos que existen: llevar la cuenta diaria ya es casi imposible.
Pero no nos importa, o al menos no hacemos mucho para cambiarlo. No seremos quienes nos paremos en el camino a la escuela para formar un cerco humano en pos de que las jovencitas no sean víctimas de acoso. No seremos quienes tomemos una pala y vayamos a reforestar los bosques. No seremos quienes salgamos con linternas a alumbrar la calle con mayor índice de asaltos, para apoyar a quienes regresan tarde del trabajo. No lo seremos, porque es más sencillo sentarse a opinar y luego volver al bloqueo de pensamiento, ¿verdad?
Tú celebra: es su cumpleaños. Nada a su alrededor parece importar.