Tres poemas de Czeslaw Milosz en traducción de Arturo Hernández

CZESLAW MILOSZ - SPOTKANIE W TEATRZE DRAMATYCZNYM W WARSZAWIE W DNIU 16 MAJA 1996 R. AI

-Dedicatoria-

 

Ustedes, a quienes no pude salvar, escúchenme.
Busquen comprender estas simples palabras,
pues de otras me sentiría yo avergonzado.

Les juro que en ellas no hay embrujo,
Les hablo en silencio como una nube,
como un árbol.

Aquello que me hizo fuerte a mí,
resultó ser mortal para ustedes.

Confundieron el adiós a una época,
con la llegada de una época nueva;
El odio aliado a la belleza lírica,
la ciega fuerza en su forma completa.

He aquí un valle polaco de ríos anémicos
y un inmenso puente perdiéndose en la niebla.

He aquí una ciudad vencida, y el viento
que arroja el grito de las gaviotas sobre su tumba,

mientras les hablo.

¿Qué clase de poesía es la que no salva

a naciones o a pueblos?

Una conspiración de mentiras oficiales.
Una canción de ebrios cuyas gargantas
habrán de ser cortadas inmediatamente.
Una conferencia para señoritas.

He deseado la buena poesía sin saberlo,
He descubierto -ya tarde-, su saludable objeto.
En ella y sólo en ella, he encontrado la salvación.

Antaño se esparcían semillas sobre las tumbas
para alimentar a los muertos que volvían en forma de ave.

Aquí les dejo yo este libro, a ustedes quienes alguna vez vivieron

para que no vuelvan, nunca más.

 

 

-Eso-

 

¡Ojalá pudiera decir al fin lo que está en mí!

Gritar:
¡Les mentí cuando dije que Eso no estaba en mí,
Aún cuando de día y de noche, siempre está ahí!

Aunque gracias a Eso supe describir sus ciudades en llamas,
los breves juegos de su amor desmembrándose en el humus.
Aretes, espejos, el deslizamiento de un tirante;
las escenas de alcobas y de campos de batalla.

Escribir fue para mí una protección,
una estrategia para borrar mis huellas,
porque a la gente no puede agradarle
aquél que ha alcanzado lo prohibido.

Invoco en mi auxilio a los ríos en los que nadé,
lagos con pequeños puentes entre los cedazos,
valles en cuyo eco el canto duplica la luz del anochecer
y confieso que mis extáticos halagos hacia la existencia,
sólo pudieron ser entrenamientos para un alto estilo
pero abajo estaba Eso, Eso que no me atrevo a nombrar.

Eso se asemeja al pensamiento de alguien sin hogar
cuando atraviesa la congelada ciudad que le es ajena.

Se asemeja al instante en el que un judío rodeado, ve
cómo se aproximan los pesados cascos de militares alemanes.

Eso es como cuando el hijo de un rey se dirige a la ciudad
y al ver el mundo descubre: pobreza, enfermedad, vejez y muerte.

Eso puede compararse al inmóvil rostro de alguien
que entendió que fue abandonado para siempre,
o a las palabras del médico sobre la sentencia inexorable.

Porque Eso significa enfrentarse a un muro de piedra
y entender que ese muro no cederá
ante ninguna de nuestras súplicas.

 

 

-Tentación-

Anduve paseando bajo un cielo de estrellas
sucesivamente por ciudades de neón, desconocidas,
y en compañía del espíritu de la desolación,
quien corría a mi lado predicando su sermón:

Me dijo que yo no era necesario, que si no yo, alguien más
caminaría ahí, tratando de comprender su propia edad.

Si hubiese muerto hace tiempo, nada habría cambiado.

Aquellas estrellas, ciudades y países
serían vistos a través de otras pupilas
y seguirían como de costumbre,
el mundo y sus labores.

¡Por el amor de Dios, apártate de mí
ya me has atormentado mucho! -le dije-,

No es a mí a quien le corresponde juzgar el destino de los hombres,
y mis méritos, si hubiese alguno, no los conoceré de ningún modo.