Traducción: cuento «Náusea 1979» de Haruki Murakami por Diana Morales

Silhouette of five players in jazz band, white background

Gracias a la extraña costumbre que tenía de mantener diarios por periodos extendidos de tiempo sin dejar de escribir ni un día, fue que pudo citar la fecha exacta en la que había empezado su vómito y en la que se había detenido. Había empezado el 4 de junio de 1979 (despejado) y se había detenido el 14 de julio de 1979 (nublado). Conocí a este joven ilustrador la vez que hizo un dibujo para un cuento que escribí que se publicó en cierta revista.

Él era unos años más joven que yo, pero compartíamos un interés por coleccionar viejos LP’s de jazz. Otra cosa que le gustaba hacer a él era acostarse con las novias y esposas de sus amigos. Había habido un gran número de ellas a lo largo de los años y seguido me contaba de sus hazañas. Hasta lo había hecho algunas veces mientras el amigo había salido a comprar cerveza o se daba un regaderazo cuando él estaba de visita.

“Lo hago lo más rápido que pueda con casi toda la ropa puesta”, dijo. “El sexo común y corriente puede ser muy tardado, ¿no? Entonces de vez en cuando le doy un enfoque opuesto. Da una perspectiva completamente diferente. Es divertido”.

Esta clase de tour de forcé no era el único tipo de sexo que le interesaba, claro está. También podía disfrutar el lento, a la antigüita. Pero era el hecho de acostarse con las novias y esposas de sus amigos lo que lo emocionaba realmente.

“No tengo intención alguna de engañar a mis amigos -de volverlos unos cornudos, ni nada parecido. Acostarme con sus mujeres me hace sentir más cercano a ellos. Es una cosa familiar. Al final, sólo es sexo. No le hace daño a nadie, siempre y cuando no salga a la luz”.

“¿Eso nunca sucedió?”.

“No, nunca”. Parecía que mi pregunta lo había sorprendido. “Estas cosas no se saben a menos que tenga un deseo subconsciente de exponer sus asuntos. Se tiene que tener cuidado de no decir algo que le dé ideas al tipo. Y tiene que tener reglas básicas desde el principio, que la mujer sepa que esto no es más que un juego amistoso, que no te vas a involucrar ni lastimar a nadie. Claro que no lo dices de manera tan directa”.

Me parecía difícil de creer que estas cosas se pudieran llevar a cabo de manera tan sencilla, pero él no era la clase de persona que diría un montón de babosadas para hacerse el interesante, por eso me imaginé que tendría razón.

“Al fin y al cabo, la mayoría de las mujeres habían estado buscando algo así. Puede ser que sus esposos -o sea, mis amigos- sean mejores que yo; más guapos, digamos, o más inteligentes o tienen penes más grandes, pero nada de esto importa. Lo que estas mujeres quieren es que alguien les muestre interés más allá de la idea que representa ser la ‘esposa’ o la ‘novia’. Ésta es una regla fundamental. Claro que, a nivel superficial, sus motivos son muy variados”.

“¿Por ejemplo?”.

“Por ejemplo, querer vengarse de sus esposos por haberles puesto el cuerno, o aburrimiento, o la simple satisfacción de resultarle atractiva a otro hombre. Basta con mirarlas para saberlo. Este es un talento con el que uno nace, o se tiene o no”.

Él no tenía novia formal.

Como dije, él y yo coleccionábamos discos y, de vez en cuando nos reuníamos para intercambiarlos. Coleccionábamos jazz de los cincuenta y principios de los sesenta, pero nuestros gustos eran lo suficientemente variados como para poder intercambiar nuestros discos sin repetir o aburrirnos. Pasábamos el rato tomando cerveza y viendo presentaciones, o revisando rayas en los discos.

Fue después de una de nuestras sesiones de jazz que me dijo lo de sus vómitos. Estábamos en su departamento tomando whisky y la conversación había pasado de música a whisky y a nuestras experiencias emborrachándonos.

“Una vez vomité durante cuarenta días. Todos los días sin falta. No por borracho, ni por enfermedad. Sólo empecé a vomitar sin razón. Cuarenta días estuve así. Cuarenta días. Fue una cosa extraña”.

Su primera ronda de náusea y vómito había empezado el 4 de junio pero ese episodio no había sido nada extraño después de haber bebido demasiado whisky y cerveza la noche anterior. También, como era su costumbre, se había acostado con la esposa de un amigo -la noche del 3 de junio.

Le jaló al baño después de haber vaciado los contenidos de su estómago y se puso a trabajar. No se sentía enfermo para nada, incluso se puso a trabajar con energía renovada. El trabajo le había salido bien y al medio día empezó a tener hambre.

Se hizo un sándwich que acompañó con una lata de cerveza, mismos que desembuchó en el escusado media hora después. Y él seguía sin sentirse mal. Ni siquiera había sentido náusea como tal, sólo algo atrás de la garganta que lo había molestado. Cuando se inclinó sobre el escusado había sido, más bien, por curiosidad.

“Por supuesto que había sentido náusea antes, en la universidad cuando tomaba como loco o en autobuses y cosas por el estilo, pero esto era algo completamente diferente. No me sentía mal pero empezaba a preocuparme, entonces decidí dejar de tomar tanto”.

Su tercera ronda de náusea llegó muy puntual a la mañana siguiente. Su cena de la noche anterior terminó en el azulejo del baño.

Se estaba cepillando los dientes cuando el teléfono sonó. Cuando contestó sólo escuchó la voz de un hombre que decía su nombre y luego nada.

“Seguro era la voz de alguno de los esposos o novios de las mujeres con las que se acostó, ¿no cree?”.

“Para nada”, dijo. “Conozco las voces de todos. Ésta, definitivamente, era una voz que no había escuchado antes. Y tenía un tono muy desagradable. Empecé a recibir esta clase de llamadas todos los días. Desde el 5 de junio al 14 de julio. Coincidieron casi exactamente con el vómito, como se dará cuenta”.

“Bueno, pero no veo cómo las dos cosas podrían estar conectadas, su vómito con estas bromas telefónicas”.

“Yo tampoco”, dijo. “Es por eso que sigo un poco perturbado por todo eso. En fin, cada llamada era lo mismo. El teléfono sonaba, él decía mi nombre y luego colgaba. Una vez al día todos los días, pero nunca a la misma hora. Uno pensaría que no contestar hubiera sido más fácil pero así es como me contactan para algún trabajo. También recibo llamadas de mujeres, algunas veces”.

“Pues…claro”, dije.

“Y junto con las llamadas, la náusea continuó sin un día de descanso. Creo que vomitaba todo lo que comía, pero aun así lograba mantener, digamos, una comida adentro -probablemente lo suficiente para sobrevivir”.

“¿No consultó a ningún doctor?”.

“Por supuesto. Me sacaron radiografías y analizaron mi orina. Me revisaron cuidadosamente porque todos creían que podía ser cáncer, pero resultó ser que estaba perfectamente saludable. Terminaron por recetarme medicina para ‘fatiga crónica de estómago’ o estrés tal vez. Pero, ¿a quién trataban de engañar? Yo sé de fatiga crónica de estómago, tendrías que ser un imbécil para no saber que la tienes. Uno simplemente no empieza a vomitar de la nada. Eso fue lo que me pasó a mí. Puede ser que haya tenido hambre la mayor parte del tiempo, pero fuera de eso, me sentía muy bien, mi mente estaba despejada. Y en cuanto al estrés, eso es algo que no tengo. Estaba haciendo todo bien, ¿no cree?”.

“Así parece”, le contesté.

“Me la pasaba vomitando, eso fue todo”.

Todo siguió igual durante dos semanas. Después de quince días, decidió que ya había tenido suficiente de las dos cosas y se tomó unos días libres. Pudo no haber podido detener el vómito, pero al menos quería zafarse de las llamadas; se fue a un hotel para pasar unos días leyendo y viendo la televisión. Al principio, el cambio de ambiente parecía estar funcionando, hasta había logrado digerir algo de comida. A las 3:30 se vio con la novia de un amigo en el restaurante del hotel, luego se acostó con ella. Eso también había funcionado sin problema. Cenó, a las 6:30, solo y sin alcohol.

Finalmente, después de dos semanas pudo disfrutar tener la panza llena. Sintió que lo más probable era que las cosas hubieran regresado ya a la normalidad. Después de cerrar su libro y apagar la televisión, lo que más quería era un vaso de whisky, y estuvo cerca de bajar al bar del hotel por uno, pero se detuvo. ¿Por qué arruinar un perfecto día de sobriedad?, pensó. Apagó su lámpara y se metió a las cobijas.

Era la mitad de la noche cuando sonó el teléfono. Cuando abrió los ojos el reloj decía que eran 2:15. Al principio estaba muy adormilado para cuestionar porqué le estaba sonando una campana cerca, y contestó casi inconscientemente.

“Hola”.

Aquella voz familiar dijo su nombre una y otra vez, y al momento siguiente se había cortado la llamada.

“Pero no le dijo a nadie que se estaba quedando en un hotel, ¿no?”.

“Para nada, sólo a la mujer con la que me estaba acostando”.

“Tal vez ella se lo dijo a alguien más”.

“¿Qué razón podría tener para hacerlo?”.

Era un buen punto.

“Después de la llamada, vomité todo lo que tenía en la panza. Estando en el baño, me senté y traté de ordenar mis pensamientos. Lo primero que se me ocurrió fue que la llamada pudo haberse tratado de una broma. No sabía cómo alguien había podido enterarse que estaba en un hotel, pero independiente de eso, pudo haber sido alguna especie de truco. Otra posibilidad era que me hubiera imaginado la llamada. Al principio eso me pareció ridículo, pero analizando la situación más fríamente, tampoco lo podía descartar. Tal vez pensé que había sonado el teléfono y al contestar pensé que alguien había dicho mi nombre. En teoría, ésa era una idea factible, ¿no?”.

“Supongo…”.

“Llamé a recepción para preguntar si habían pasado alguna llamada a mi cuarto pero no me supieron decir; sólo tenían registro de las llamadas que salían, no de las que entraban. Con esa información no podía hacer mucho. Esa noche en el hotel fue decisiva para mí. A partir de ahí fue cuando empecé a tomar más en serio las cosas -las llamadas, las náuseas- y la idea que podían estar relacionadas.

Pasé dos noches en el hotel, y todavía cuando me regresé a mi departamento, las llamadas y el vómito no pararon. Algunos amigos me dejaron pasar la noche con ellos, pero las llamadas siempre me encontraban -y siempre sucedía cuando estaba solo en sus casas. Ya empezaba a ponerme nervioso, como si tuviera un ente invisible atrás de mí observando todos mis movimientos: sabía en qué momento llamar y en qué momento hacerme vomitar. Tener pensamientos así es un síntoma de esquizofrenia, ¿sabe?”,

“No creo que haya muchos esquizofrénicos que les preocupe ser esquizofrénicos, ¿no?”.

“No, tiene razón. Y no se sabe que haya relación entre esquizofrenia y vómito. Al menos eso es lo que me dijeron los doctores en el hospital de la universidad. Dijeron que tenía que consultar un internista para el vómito, y a la policía para las llamadas.

Pero, como sabe, hay dos tipos de crímenes con los que la policía no se toma la molestia de resolver. Bromas telefónicas y bicicletas robadas. Obviamente no me iban a ayudar ni los doctores ni la policía. Me gusta pensar que soy muy fuerte, pero en ese punto, las ‘llamadas de náusea’ me empezaban a afectar”.

“Y, ¿todo iba bien con la novia de ese amigo?”.

“Sí, de hecho mi amigo había estado en un viaje de negocios, o sea que tuvimos tiempo de estar juntos dos semanas”.

“¿No recibió llamadas estando con ella?”.

“Ni una. Podría checar mi diario, pero no creo que haya ocurrido. Sólo recibía las llamadas cuando estaba solo. Lo mismo con el vómito. Fue entonces que me pregunté: ¿cómo es que siempre estoy solo? En promedio, paso alrededor de 23 horas al día solo. Vivo solo, casi no veo a nadie del trabajo, mis asuntos los resuelvo por teléfono, todas mis novias son de alguien más, y sólo me puedo concentrar estando solo para hacer lo que hago. Sí tengo algunos amigos, pero cuando llegas a esta edad es difícil hacer planes, todos estamos ocupados. Me imagino que ya sabes cómo es esta vida”.

“Sí, más o menos”, dije.

“Entonces, empecé a preguntarme qué iba a hacer ahora. ¿Resignarme a vivir con náusea y bromas telefónicas?”.

“Pudo haber conseguido una novia. Una que fuera para usted solito”.

“Sí pensé en eso. En ese momento tenía veintisiete años, una buena edad para sentar cabeza. Pero no soy esa clase de persona. No podía darme por vencido por algo tan tonto como vómito y bromas telefónicas. Dígame, señor Murakami, ¿usted qué hubiera hecho?”.

“No tengo idea”. Y de verdad no tenía idea.

“Las llamadas y los vómitos continuaron por un buen rato después de eso. Perdí mucho peso, tenía que detenerme los pantalones al caminar”.

“Déjeme hacerle una pregunta: ¿por qué no instaló una contestadora o algo parecido?”.

“Porque no quería huir, hubiera sido como admitir derrota. ¡Se había convertido en una lucha de voluntades! O él perdía el interés o yo estiraba la pata. Hice lo mismo con el vómito, lo tomé como una dieta ideal; afortunadamente no perdí masa muscular y tenía suficiente fuerza para seguir con mi rutina. Entonces empecé a tomar otra vez. Tomaba cerveza en el desayuno y suficiente whisky en la noche. De cualquier manera, vomitaba, bebiera o no. Tomar se sentía bien y todo tenía mucho más sentido. Decidí que vomitar no era tan dramático, quitando el riesgo de cáncer. Definitivamente era más digno que tener hemorroides, diarrea, o estar chimuelo”.

“Entonces, ¿las llamadas y el vómito continuaron hasta el 14 de julio?”.

“Estrictamente hablando, la última ronda de vómito fue el 14 de julio a las 9:30 de la mañana y la última llamada esa misma noche a las 10: 25”.

“¿Quiere decir, entonces, que después del 14 de julio, ambas cosas se detuvieron abruptamente?”.

“Exactamente, así nada más. Un día se detuvo todo, y mi peso regresó a la normalidad”.

“Y, el hombre que llamaba, ¿siguió diciendo su nombre todas las veces?”.

Sacudió un poco la cabeza y me miró vagamente.

«No, en realidad. Su última llamada fue diferente. Primero dijo mi nombre, eso era lo de siempre, luego dijo ‘¿sabe quién soy?’ luego de eso sólo esperó sin decir nada. Los dos estuvimos unos buenos diez o quince segundos sin decir nada. Lo siguiente que escuché fue que había colgado.

“¿Eso fue todo lo que dijo? ‘¿Sabe quién soy?’”.

“Solamente eso. Pronunció lento las palabras. No recordaba para nada haber escuchado esa voz, al menos no en los últimos cinco o seis años. Pudo haber sido alguien de mi infancia, alguien a quien casi no le hubiera hablado, porque no se me ocurría qué había podido hacer para que alguien me odiara de esa manera. Aunque, tengo que admitir que mi conciencia no estaba tan limpia en cuanto a mi vida personal se refería, pero conocía las voces de todos esos hombres, los hubiera reconocido al instante”.

“Igual, tiene que reconocer que no es normal especializarse en acostarse con las novias de sus amigos”.

“Entonces, ¿lo que está diciendo, señor Murakami, es que mis propios sentimientos de culpa me hacían tener náuseas y escuchar cosas?”.

“No, yo no dije eso”, lo corregí. “Usted lo dijo”.

“Hmm”, dijo con la boca llena de whisky.

“Hay otras posibilidades, tal vez alguno de sus amigos contrató a un detective privado para seguirlo y enseñarle una lección o advertirle que se anduviera con cuidado. Y tal vez la náusea había sido sólo una condición temporal que simplemente coincidió con lo otro”.

“Hmm”, volvió a decir, “las dos cosas tienen sentido, probablemente es por eso que usted es escritor y yo no. Pero, yo nunca dejé de acostarme con esas mujeres y aun así las llamadas pararon. ¿Por qué? Eso no encaja en la teoría del detective privado”.

“Tal vez el tipo se dio por vencido o ya no pudo seguir pagando un detective privado. En fin, esto es sólo una teoría, le podría dar miles más. El problema es qué teoría va a aceptar y qué aprendió de todo esto”.

“¿Aprender de esto?”, contestó de manera brusca. “¿A qué se refiere?”.

“Qué hacer si le vuelve a suceder. La próxima vez podría no ser una cosa de nada más unos días”.

“Qué comentario tan feo”, dijo riendo y poniéndose serio otra vez, dijo: “pero nunca se me había ocurrido que pudiera pasar otra vez. ¿Usted cree que vuelva a suceder?”.

“¿Cómo podría saberlo?”.

Dándole vueltas a su último trago de whisky en el vaso, se lo tomó de un trago y lo puso en la mesa.

“Tal vez la próxima vez le suceda a alguien más. Por ejemplo, a usted, señor Murakami, Sospecho que usted tampoco es tan inocente”.

Él y yo nos habíamos seguido viendo para intercambiar música y tomarnos un trago una o dos veces al año. Yo no soy de los que tienen un diario así que no puedo decir con certeza cuántas veces nos reuníamos. Afortunadamente ninguno de los dos había recibido visitas ni de náuseas, o llamadas telefónicas.

Traducción inglés-español por Diana Morales Morales.
Blind Willlow, Sleeping Woman, 24 cuentos
© 2006 por Haruki Murakami.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-0-307-38632-8