Trabajadores o trabajados

La producción de demasiadas cosas útiles da como resultado demasiados hombres inútiles.

Karl Marx

 

El mundo de los negocios es muy volátil. De repente hay más competencia o sube el precio de la materia prima. Para compensar esto, el dueño acude al único componente variable de la empresa que es el trabajo humano. Para que no se vea afectada la ganancia puede variar su capital humano y extender la jornada de 8 a 10 o 12 horas o al hacer que el trabajador trabaje más rápido, etcétera.

Esto le ahorra dinero para el capitalista pero explota al trabajador. Por eso, la semana pasada celebramos el día del trabajo, el cual es un homenaje a los Mártires de Chicago. Estos sindicalistas anarquistas fueron ejecutados en Estados Unidos por participar en las jornadas de lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas, que tuvieron su origen en la huelga iniciada el 1 de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en la Revuelta de Haymarket.

Hemos olvidado que la lucha fue para tener más tiempo para nosotros, y no dar tiempo a los demás. Pensamos que ir, trabajar en algo que no nos gusta y regresar con dinero nos hará más felices. Que el tener, y no el ser, es lo bueno, ¡cuán invertidos están los valores!

El materialismo histórico sostiene que el modo de producción del hombre determina sus pensamientos y sus deseos y no que sus principales deseos sean los de obtener la máxima ganancia material.

Esto nos llevaría a pensar que ciertas condiciones económicas, como el capitalismo, producen como incentivo principal el deseo de dinero y propiedad; otras condiciones económicas pueden producir exactamente los deseos opuestos, como el ascetismo y el no apegarse tanto a los bienes terrenales.

El capitalismo o el mercado actual nos ha vuelto tan estúpidos, que un objeto solo es nuestro cuando lo tenemos, es decir cuando es utilizado de alguna manera. Todos nuestros sentidos físicos e intelectuales han sido sustituidos por el sentido de tener. Muchas veces tenemos que ser reducidos a una absoluta pobreza para poder dar origen a toda su riqueza interior.

La mayoría de nosotros somos motivados por un deseo de mayores ganancias económicas, de confort y económicas, y este deseo sólo tiene un límite: el deseo de seguridad y sortear riesgos. Y cada vez nos sentimos más satisfechos con una vida regulada y manipulada, en la esfera de la producción y del consumo. El trabajo enajenado y fuera del alma del hombre, tiene una falsa apariencia y expectativa de plenitud, de placer.

Las tesis de nuestro trabajo es la renuncia a la vida y a las necesidades humanas. Cuanto menos ames, teorices, cantes, bailes, escribas, en pocas palabras: que vivas. Cuanto menos hagas esto más podrás pagarle a tu tarjeta de crédito y mayor será tu tesoro: el capital. A medida que seas menos, que expreses menos tu propia vida, tendrás más, mas enajenada estará tu vida. Entre menos vivas para ti, mas celulares podrás presumir. Todo lo que la economía te quita en forma de vida y de humanidad, te lo devuelve en forma de dinero y de riqueza.

Y todo lo que no puedes hacer tu, tu dinero lo puede hacer por ti; puede comer, beber, leer, vivir. Puede adquirir arte, crearlo, puede estar con tu familia, cuidarla. Pero, aunque el dinero puede hacerlo, él solo desea crearse a sí mismo y comprarse a sí mismo, porque todo lo demás le está sometido.

Hemos creado el capital, el hombre tienen la extraña tendencia de adorar lo que él mismo ha creado, y al hacerlo se transforma en cosa. Transfiere a las cosas de su creación sus atributos.

El hombre en lugar de reconocerse a sí mismo como la persona creadora, transforma a su creación en un ídolo. Cuanto más transferimos a las cosas nuestras facultades más pobres y dependientes nos volvemos. El problema de esto es que no es sólo el mundo de las cosas el que nos domina, sino también la política y las circunstancias sociales que las cosas crean.

El hombre trabajado cree haberse convertido en el amo de la naturaleza, cuando en realidad es esclavo de las cosas y las circunstancias, en un apéndice impotente de un mundo que le es extraño,

Para muchos filósofos el hombre solo vive sólo en tanto que éste es productivo, en tanto que capta al mundo que está fuera de él en el acto de expresar sus propias capacidades humanas específicas y de poder captar al mundo con ellas. En este proceso productivo, el hombre captura su propia esencia, renace en ella.

El fin del trabajo debe ser la emancipación espiritual del hombre, su liberación de las cadenas del determinismo económico, su restitución humana, el encuentro de una unidad y armonía con sus semejantes y con la naturaleza. El trabajo no debe ser un medio para conseguir un fin, sino un fin en sí. El trabajo debe ser digno de ser gozado.