Tiempo

Young businessman wearing spectacles looking at clock on wooden wall in office

Mi siglo, mi fiera, ¿quién podrá

mirarte dentro de los ojos

y soldar con su sangre

las vértebras de dos siglos?

 Osip Mandel’stam

 

La vida dura tan sólo un instante, es como aquel susurro en el que nos habla el viento, mas ese instante contiene todo una vida, una existencia, un ser. Si lo pensamos bien, somos partículas de estrellas y cometas, que hablan y viven, una singularidad en el espacio-tiempo, somos aquel chispazo tan pequeño y rápido que si no estuviéramos, el cosmos mismo no se daría cuenta. Buscamos las respuestas a los sinfines inalcanzables. Buscamos la respuesta misma al tiempo.

Pero, ¿qué es el tiempo? ¿Una singularidad que simplemente avanza y derrama sobre nosotros sus efectos? El ser humano siempre busca entender el tiempo en el que vivimos, eso mismo hace que vivamos abrumados por el mismo tiempo que implosiona dentro de nosotros.

Estamos dentro de nuestro tiempo, ¿cómo podemos visualizar los límites de este tiempo? Somos hijos de nuestra época, de nuestro espacio, de nuestra cultura, ¿quién podrá decirnos que está bien y que está mal? ¿Quién va a mostrarnos las sombras que producen las luces de este siglo? Solo alguien que es marginal, alguien quien no se deje enceguecer por las luces del siglo, un ser que alcance a vislumbrar en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad. Mas la pregunta es esta, ¿estamos dispuestos a ser marginados por nuestro tiempo? ¿Estamos dispuestos a percibir en la oscuridad del presente esta luz que busca alcanzarnos y no puede hacerlo?

Los rechazados son extraños. Y por ello ser marginado es, sobre todo, una cuestión de coraje: porque significa ser capaces no sólo de tener fija la mirada en la oscuridad de la época, sino también percibir en aquella oscuridad una luz que, directa, versándonos, se aleja infinitamente de nosotros. Es decir, aun: ser cuando no se puede ser.

La comprensión de nuestra época, fuera de ella, nos puede parecer imposible, ¿quién puede ver el río si no sale fuera de él? Solo podemos asomarnos ligeramente, sacar un poco la cabeza, pero casi siempre estamos sumergidos en él. Es un torrente que nos va arrastrando sin dejarnos descansar en alguna orilla, ni siquiera nos permite tomar alguna raíz o coger alguna piedra, su fuerza es tal que nos engulle y solamente nos escupe después de tomar toda nuestra vida.

El tiempo ha podido matar a todos nuestros dioses, bien dice en el poema de Ozymandias: “Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas”.

Nada queda, nada queda en sus cobijos, los templos desnudos se erigen vacíos y sin orgullo. Son cascarones sin centro, mordaces moradas llenas de polvo, acumuladoras de recuerdos, tanques llenos de rezos vacíos y sin sentido.

El tiempo como la arena misma, ha estado borrando la esperanza en el más allá, en el sentido mismo de la historia. El ciclo mismo nos ha subyugado, un retorno aquí y un retorno allá. Una vuelta alrededor, un eterno retorno al mismo instante, una prórroga a nuestro concepción del génesis y del apocalipsis, el tiempo no es una línea sino un variable llena de círculos y triángulos dando vueltas dentro de sí.