«‘Suicidio’ en memoria de Digna Ochoa y Plácido» por Consuelo Figueroa

En su magnífica novela El Proceso, Kafka nos dice “El correcto entendimiento de un asunto y una incomprensión de éste no se excluyen mutuamente”[1] es por eso que hoy mudaré de la peligrosa y fría tercera persona, para hablar desde la voz de la primera persona, porque sólo desde el yo es que los hechos y la historia se pueden medir, afirmar o negar. Todos han contribuido con su granito de arena. Todos han dicho cómo fue, qué mano apretó el gatillo y las razones que tuvo para hacerlo. Hoy, yo, Digna Ochoa y Plácido intentaré hacer una panorámica de mi muerte. Y quizás, con un poco de suerte, por fin logren ver que con el mucho miedo que sentía, por las muchas persecuciones, la violencia hacia mi persona, la violación que sufrí y la impunidad que se vive en este México servil, no fue mi mano la que apretó el gatillo. 

Yo cedí mi libertad y mi vida por mis creencias,[2] porque un ruiseñor me dijo un día que “Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”[3], y por eso me cortaron las alas, porque perseguí tanto la justicia y amedrenté a tantas jaurías, que un día las vencí, y conseguí la dignidad de mi gente entre legajos de papel y trincheras de tinta.

Hoy encontraron mi cuerpo sin vida sobre un humilde sofá, con un disparo en la pierna, el cual dolió infinitamente y uno más sobre mi sien izquierda, y les digo a todos, sólo el diablo es zurdo, y usó a sus marionetas para que cubrieran con látex las huellas de mis manos, quería evitar que el mundo viera su furia sobre mi cuerpo. Mis manos están limpias de la pólvora mediática de sus infames declaraciones, y sé, que esto le afrenta. El no poder tocar mi recuerdo lo enfurece y con su ejército sigue matando gorriones. Las autoridades han dicho que me quité la vida. Pero, por qué habría de abandonar a tantos desprotegidos, con tantas tareas por cumplir. 

En la macabra kermés que se preparaba a mi nombre, muchos bailaron sobre las pruebas que eximen a mi agresor del delito de homicidio. Hoy no quiero hablar de las leyes, esas señoras que emperifolladas asisten al concierto de caridad y bajo el carmín de sus labios brilla el lucro que se forja con el hambre de los necesitados; sobre sus rosadas mejillas, que obtienen el color del negro petróleo derramado en los océanos, se esparce la angustia del campesino que al desamparo, en la inequidad, escarba con su bastón en el tepetate burocrático de un Estado falaz, y en el azul ópalo de sus parpados, saqueado del plumaje de las 100 000 especies de aves extintas en los últimos 50 años, habitan los cadáveres de los activistas, torturados y desaparecidos; ni qué hablar de sus bufandas de piel de leopardo y sus tiaras de diamantes de sangre africana. Y dejaré para luego los códigos, las normas, la Constitución y los tratados internacionales, porque esta batalla se debe ganar fuera de los juzgados. Esta batalla debe ir más allá de los 80 legajos de más de 1000 hojas que se han escrito sobre mi muerte. El mundo debe saber lo que me sucedió para prevenir que se repita.

“Le han cortado el pico a un ave, pero les pregunto, qué harán con la parvada”.

“Como no pudieron cambiar la realidad, cambiaron los ojos que ven esa realidad”[4] y así, con la fidelidad del apostata, les fue fácil declararme loca y decir que mis episodios de depresión sucumbieron en los casquillos de dos balas. Es fácil decir que mi condición de mujer me orilló a la irremediable maldición de las entrañas y, que fuerte como fui, no resistí las amenazas de mis torturadores. Les pedí protección y me la negaron. Le permitieron a mis agresores, a esos que me perseguían de día y de noche, se acercaran tanto, que terminaron robándome la vida. Me dejaron sola a mansalva de los que perseguían mi muerte. No les bastó con secuestrarme y apoderarse de mis pobres pertenencias. Querían callar mi voz con sus truenos. ¡Bueno, lo han conseguido! ¡Calló mi voz, pero despertaron el canto de la selva de solidarios amigos que luchan hoy y lucharán mañana y mañana porque la pérdida de mi estado físico no haya sido vano! 

No encontraron mejor paredón que el silencio de una modesta oficina para cometer el crimen de Estado que después bordaron como un suicidio en la conciencia colectiva. Sin forzar cerraduras, entraron como los amigos, golpearon mi cuerpo, me humillaron, me reventaron el alma y los labios, las pruebas aparecen en la telaraña universal y nadie las ve. Mi amoratado cuello, por la fuerza de unas furiosas manos, es un estandarte que ondea en internet, y, propios y extraños aún se preguntan ¿por qué? Por qué, Digna como era, arrodillada a las faldas de un humilde sillón, con las manos enlutadas de rojo látex y el llanto de sangre sobre su rostro, no nos mira. Por qué, Digna como soy, no me levanto y señalo a mi sicario. Por qué, Digna como seguiré siendo, permito que me señalen como la metralla que busca el corazón del huracán para habitarlo.

Los que me aman, saben que yo jamás habría atentado contra mi vida. Soñaba con un mundo digno, donde la razón se impusiera a la violencia, donde la justicia no fuera un privilegio, donde la sombra del hombre fuera cobija, no puerta, donde las mujeres y los niños comieran en la misma mesa que los patriarcas, donde la luz del conocimiento llegara hasta la última casa, de la última calle, en el último pueblo; donde la riqueza no fuera un rolex en la muñeca del presidente sino un vaso de agua, donde el derecho de pernada y la venta de niñas fuera sólo un mito, donde no se matara a los que buscan justicia, donde yo… aún estuviera viva.

En una corte internacional se juegan mi historia, el Estado mexicano con los dados cargados, alega que su labor de indagación, procuración e impartición de justicia fue eficaz, eficiente, pronta y expedita, mientras que la corte internacional con una baraja de naipes, a la que le falta la reina de corazones, trata de convencerse, convencerte, convencerme de que mi muerte no fue suicidio, que el gobierno nos está matando, que el activismo es un matadero donde sólo los necios buscan la paz. Y como pieza en el tablero de la verdad y la mentira, los alfiles del peritaje protegen los principios éticos con sus ciencias jurídicas y forenses.

Yo les digo ¡no me suicidé! Mi muerte tiene un autor con nombre y apellido y camina libre entre ustedes, esperando nuevas órdenes para volver a matar. Sus ojos deben estar atentos y sus mentes claras para prevenir la violencia en contra de aquellos que dedican su vida a defender los derechos humanos.

Por último, los prevengo “Sólo existe una mujer en este mundo” una mujer con innumerables rostros y miles de ojos que vigilan desde el silencio y que algún día en un sólo grito clamará justicia.

Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte” y yo encontré ese pozo y me atreví a beber de sus aguas y no sólo eso, las compartí… porque Yo esperaba nada. No temía nada. Y eso me hacía libre. Hoy Soy libre.[5]


[1] El proceso. Kafka.

[2] La madre. Máximo Gorky.

[3] Cómo matar a un ruiseñor. Harper Lee.

[4] Nikos Kazantzakis.

[5] Nikos Kazantzakis.