Le pegó a la pared del estacionamiento a la hora de salir. Casi se llevó el espejo lateral donde Violeta iba sentada. Áviles con sus empedrados de colores. María sólo dijo, “No importa. Se lo he cambiado tantas veces”. Antes habían ido al cementerio, un lugar espectacular, decadente, para dejar una rama de madreselva en la tumba del escritor asturiano, Armando Palacio
Valdes. Violeta le leyó un poema y aspiró el amarillo y blanco de las corolas alargadas. La niebla estaba al ras del suelo. La densidad de esa agua blanca las hizo dar vueltas por las montañas. Las salidas se perdían con la espesura. Selva opalescente de agua. Laberinto blanco. Finalmente entraron en Nava. El aroma a sidra invadía las calles. El silencio y la niebla se amalgamaban. Una campanada se oyó a lo lejos al tiempo que un par de palomas se les estrelló en el parabrisas. Sintió frío en el pecho. Un olor a madreselvas les golpeó las fosas nasales. Las tomó por sorpresa. Pensó en Julio a su lado, su Julio frío, sin moverse. Creyó escucharlo decir, “el tiempo, María, el tiempo es pura energía luminosa”.
Incluido en Corta la piel (2020).