Soy ignorante, la novedad me aterra (A manera de viñetas paranoicas)

Whether you’re a brother or whether you’re a mother

You’re stayin’ alive, stayin’ alive

Feel the city breakin’ and everybody shakin’

And we’re stayin’ alive, stayin’ alive

Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive

Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive

The Bee Gees

 

Hubo un tiempo en que “la buena nueva” tocaba a tu puerta. Abrías y ahí estaban dos personas, sonrientes, con un libro sagrado bajo el brazo, dispuestos a anunciarte que la salvación estaba siendo democratizada, desde hacía para entonces unos dos mil años. (Desde 1967, resulta que se puso de moda decir que hace dos mil años comenzamos a ser susceptibles de la salvación –judeocristianamente hablando).

Y por supuesto, tú recibías la noticia con fervor, dejabas entrar a los mensajeros del Señor, les ofrecías un vaso de agua, los dejabas sentarse en tu sala y los seguías palabra por palabra. Tras un simple conjuro del pecado y una invocación de la santidad, utilizando la metáfora del cuerpo como casa –como por arte de magia, pero no, porque el truco era divino—, invitando pues al Señor a vivir en tu casa-cuerpo, de repente, eras salvo. Los mensajeros partían y tu vida ya no era la misma. Eras salvo.

En los tiempos que corren, si resulta que tocan a tu puerta, pides contraseña. Y ninguna buena nueva convence a nadie de abrir y dejar entrar y ofrecer agüita y repetir conjuros. La buena nueva ya no anda por ahí, tan campante, vecino por vecino. Al último portador de buenas nuevas que creímos recibir fue al técnico de teléfonos, que venía a instalar el internet. ¿Hace cuánto? A partir de ahí, las nuevas (buenas y malas) ya no necesitaron más de tocar a la puerta. Bastaba con que la pantalla del ordenador tuviera ciertas ventanas abiertas, y resultó que nuestras casas se llenaron de “malas nuevas”. El mundo, pues, al que antes renunciabas para ser salvo, se metió a la casa como una marejada, por una pantalla. Y sálvese quien pueda.

(…)

Pero basta de divagaciones. Huyamos del grano hacia la línea siguiente.

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Todos los días nos enteramos, queriendo o no, de buenas y malas del mundo. Santos (pero endiablados) medios de comunicación, Batman. Tanto que de repente ya nada queremos saber. Y huyendo del detalle que nos encadenaría para siempre al terror de la realidad rampante, nos subimos en la barcaza del humor, de la ironía, y a remar y a reír, que el mundo se va a… O nos zambullimos en el estanque del optimismo y todo va a salir bien, basta con sonreír día a día mientras brille el sol detrás de estas negras nubes. Todo va a salir bien, ¿verdad? Di que sí. Pero a la manera en que terminan los programas de misterios sin resolver: “En realidad, nunca lo sabremos”.

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Titubeamos ante la disyuntiva de lo que debería preocuparnos más: si el precio del frijol o del de la tortilla. Aunque sepamos de antemano que nuestro destino sean los tacos de frijoles, cuéstennos lo que nos cuesten. Y apechugaremos.

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En la pantalla de las malas nuevas, un asunto de actualidad me paraliza más que otros. Una empresa propiedad del buen Google –nuestro hermano mayor, amén—acaba de sacar de pruebas un nuevo robot, con erre mayúscula. Boston Dynamics lo califica como un aparato que provocará pesadillas (nightmare inducing), por su apariencia y sus capacidades. Es una máquina autónoma que se desplaza sin hilo detrás. Una especie de marioneta sin ojos, pero que lo percibe todo alrededor. En lugar de pies tiene ruedas, y es veloz. Tiene dos brazos que se extienden a partir de lo que asemeja una caja torácica, que seguramente es su cabeza. La máquina está diseñada para portar cargas pesadas, para el acompañamiento de obreros en la industria. Es capaz de saltar, de girar, etc. Y es verdad que bate récords de movilidad, y que da miedo. Me da miedo, ay. Se llama Handle, y no Haendel. Aguas.

En pocos años, la industria robótica ha tenido avances extraordinarios. La robotización de los trabajos repetitivos y simples son ahora parte de la cotidianeidad en muchas fábricas de toda índole y sistemas de explotación diversos. Pero la figura del robot –eso ya lo sabemos, pero ay qué miedo me da—, la figura del robot ha penetrado discretamente en el ámbito doméstico. Podemos encontrar la huella de un aspirador autónomo y silencioso, que pasa tras de nosotros limpiando el suelo que ensuciamos. En los jardines de los vecinos ricos se pasea una podadora autónoma que no soporta que el pasto crezca tantito. Admiramos cada vez más frecuentemente las imágenes aéreas o submarinas de los drones programables. Hay robots navegantes. Robots carpinteros. Robots hojalateros. Robots salvavidas. Hay robots montacargas. Robots mineros. Etc.

Y el problema es que en la industria como en el hogar, siempre habrá una tarea molesta que nadie quiere asumir.

¿Cansado de tener que separar la basura orgánica de la inorgánica? ¿Cansado de separar el papel del plástico y del metal y del vidrio? Olvídese ahora mismo de las bolsas de basura y de la tarea que la conciencia ecológica le ha impuesto sin que usted lo pidiera. ¡Le presentamos el flamante Robote de basura!, quien separará todos los desechos por usted y por su familia. Construido con materiales enteramente reciclados, Robote de basura es la solución cómoda y amable para ese engorroso gesto por el medio ambiente. ¿Tiene usted un pañal sucio en las manos? ¡Robote de basura se ocupará de él! ¿Tiene usted trapos viejos que tirar? ¡Robote de basura! ¿Tiene latas, botellas, periódicos, fierro viejo? ¡Robote de basura se hace cargo! Además, Robote de basura tiene aplicaciones diferentes como pasear a las mascotas, regar las plantas, vigilar la casa. ¿Está cansado de lavar la ropa? ¿Está cansado de fregar los platos? ¿Cansado de buscar el control remoto de su televisor por todas partes? Robote de basura es capaz de encontrar incluso llaves y calcetines extraviados, arrullar bebés, lavarse las manos con agua y con jabón. ¿Cansado de esta vida de mierda? ¡Robote de basura la vivirá por usted!

  1. Cambiemos de canal.

En las últimas noticias la primera manifestación multitudinaria de Robotes de basura, autodenominados “Máquinas libres” y “Robotes de humanidad”, ha tenido lugar en…

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¿Cuál es la manera más fácil y rápida de solucionar un problema?

Ignórelo. El problema se verá debilitado. No lo comparta. No lo fomente. Váyase a otra parte. No lo vea. El problema no dejará de existir, pero usted tampoco. Al final no pasará nada. Y qué mejor que no pase nada para estar tranquilos. No pasa nada. Tranquilo, señor. Tranquila, señora.

¿Tiene usted carencias?

Disminuya sus necesidades. Quien necesita demasiado, depende demasiado de lo que necesita. Practique usted la riqueza minimalista. No tenga nada, no ambicione nada, y en poco tiempo no necesitará nada más. Será usted minúsculamente rico y quedará usted raquíticamente satisfecho.

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El individuo que ostenta el poder es tan pasajero como lo que podamos opinar de él.

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Lo que vendrá, vendrá. Es recomendable organizarse. Pero hay que ser precavidos. La vida nos llevará de corbata si nos armamos y resulta que lo perdemos todo menos la vida. El capital reinante no cambiará nunca, a menos que lo abandonemos todo. Si queremos conservar todos nuestros objetos de cariño, de necesidad; si queremos ordenadores e internet; si queremos lavadora y detergel; si queremos champú, palfún y tus perjúmenes mujer; si queremos ver películas con palomitas; si queremos una chela bien helodia, recién salida del refri; si queremos todo lo que podemos tener con un poquito de paciencia y algo de dinero… mejor no nos organicemos. Así que quede. Así está bien.

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En un lugar donde la masa es ciega, sorda y muda. Donde el lema “habla lo que quieras, nadie te hará caso” significa la aplicación más frecuente de lo que consumimos como “libertad de expresión”. En un mundo gobernado por la masa gobernable, los individuos, y solo los que puedan definirse como tales, serán los libres. Los individuos regarán su jardín. Observarán las estrellas. Esperarán el sol. Cantarán canciones inventadas, sin necesidad de pista, ni micrófono, ni plataforma, ni aplauso. Bailarán el baile del hombre libre al son de la mujer libre. Pero, cuidado: los individuos no conocerán los resultados del partido final de ningún campeonato ni torneo. No tararearán ningún jitazo, ni estarán al corriente del último tuitazo.

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Si los medios anunciaran que desde la próxima semana los días cambiarán de nombre, ¿entregaríamos nuestro regocijo del viernes, así nomás?

Si una ley promulgada por el nuevo gobierno mundial decretara que, a partir del próximo año, nuestro tiempo ya no se regirá a partir de los ciclos solares, sino a partir de la órbita de un asteroide recién descubierto, y que –no se sabe con exactitud en cuánto tiempo—terminará por abrasar la tierra en una de sus vueltas, ¿entregaríamos nuestro feliz cumpleaños sin parpadear?

Si nos prohibieran vestirnos de rojo y sus consecuencias. Si nos decretaran el ayuno obligatorio por semana. Si nos limitaran el alcohol y a cambio nos legalizaran el cannabis. Si nos restringieran los temas de conversación con nuestros hijos. Si nos impusieran una hora de trabajo para el pueblo. Si nos construyeran un muro. Si nos cambiaran el peso por el dólar mexicano…

¿Nos costaría trabajo, pero terminaríamos por acostumbrarnos?