Sonoko y Hatsue son los personajes femeninos de las novelas Confesiones de una máscara y El rumor del oleaje respectivamente, ambas obras del escritor japonés Yukio Mishima. Decidí escribir acerca de estos dos personajes por una razón que puede llegar a ser demasiado personal: son, como cualquier ser creado por un fantástico narrador, personajes orgánicos, vivos y esféricos; pero su singularidad recae en su forma de difuminarse con el ambiente, como si fuesen un velero en un cuadro perdido de Monet.
Confesiones de una máscara fue la novela que disparó a Mishima a una fama mundial. Es una narración magnifica, con una fuerte naturaleza autobiográfica y, de cierta forma, es un libro que puede llegar a ser una autobiografía para sus lectores. Koo-chan es la voz por la cual es narrada toda la historia que describe el flujo del río que nace en la fuente de todas las preguntas: la adolescencia, y que termina en la rendición frente a la monocromática vida de la madurez.
A través de la novela se explora la sexualidad, el honor implacable y arcaico del autor plasmado en sus personajes en una sociedad hundida por la guerra, con una familia de una moral férrea. No describiré el contexto de la aparición de Sonoko, pero cuando ella apareció bastaron unas cuantas líneas para hacerla a ella el contexto, el paisaje; ella se hizo la duda y la constante incertidumbre, se apoderó de la luz que se filtraba por la puerta, del jardín desnudado por el resplandor del mediodía. Sonoko fue la respuesta a muchas dudas del personaje, fue la razón de muchas otras preguntas. Ella personificó al sueño perdido, de esos que entregan una noche vertiginosa y viva, pero al despertar solo dejan un difuminado sentimiento de nostalgia.
La novela El rumor del oleaje es una obra emblemática, una novela romántica que lleva al límite los recursos del género y la bellísima habilidad narrativa del autor. La historia transcurre en una diminuta y apartada isla de pescadores en Japón. Hatsue se vuelve un sueño para Shinji y por las consecuencias ilógicas de la juventud ella deja de ser un sueño para tener un papel protagónico en su vida.
La manera en que Mishima utiliza al mar como un personaje constante, omnisciente, a lo largo de la novela es más que admirable; la forma en que los sucesos aparecen en el pequeño pueblo, la oscilante aparición y variable existencia de los personajes es, en efecto, un eco del oleaje. Hatsue no es descrita con la explosiva sensualidad y lirica prosa de Sonoko, quizá por la maduración del autor, pero ella, con su temperamento y su pecho sensible, terso y juvenil, con las casi salinas y violentas pinceladas de sus facciones; se asemeja al mar. Hatsue se ve difuminada en las escenas juveniles de las costas o cuando se ven, atrapados entre la tormenta y las llamas de una fogata, desnudos, descubriéndose.
Ella es un personaje que, aunque ausente, se mantiene perenne como el mar a lo largo de toda la novela; incluso desde cuándo se tiene desconocimiento de su existencia y aparición en la historia, el mar narrativo susurra su presencia.
Sonoko y Hatsue, dos personajes que se mantienen perpetuos como una primavera novelesca: fresca y eterna. Pronunciar sus nombres es recordar la maestría de Mishima a la hora de entrelazar a sus personajes con el paisaje y con las emociones desperdigadas por toda la narración.
Sonoko es sinónimo de la luz filtrada entre las hojas de un bosque, del arrebol desmantelado por la luz agonizante del atardecer, es sinónimo de ese sueño que nutre la nostalgia, de esas cosas que nunca han sido ni serán nuestras. Hatsue es el violento golpe de las olas contra una costa virgen y desconocida, es el más puro descubrimiento del cuerpo, del espíritu. Pronunciar ese nombre es aislar la palabra en una cosa alejada de este mundo enfermo, en una ficción que no lo parece, es una perfecta distracción de la vida.