Mi IFE fue mi guerrera fiel ante muchas batallas. Fuera hacerla de cordero ante amistades aún sin el privilegio de su adquisición o sobrevivir los incontables trancazos de la vida (dígase todas las veces que se me cayó en los bares, adquiriendo cicatrices y un eterno color opaco), la IFE me acompañó… casi siempre.
A decir verdad, demasiadas veces salí de mi casa sin mi identificación. A cada rato olvidaba mi IFE en chamarras, bolsas o entre las almohadas. Sólo una vez nos separamos, pensando la pérdida definitiva, para recuperarla poco después gracias a los empleados de un famoso bar de Tijuana.
Diría que se convirtió en una reliquia en un instante. 2014 anunciaba que el Instituto Federal Electoral pasaría a otro plano (uno inexistente), y desde entonces los nuevos guerreros serían fraguados en el Instituto Nacional Electoral. En broma, unos dirían que así reconocen la generación a la que perteneces; en la realidad, pocas veces escuché a alguien decir “INE”, popularizándose más hablar como los gabachos y decir “la ID”.
Resulta que tales identificaciones viven en años perro-gato, y la muerte de mi cabo estaba programada para el 6 de diciembre. Yo le di muerte antes.
Acudir a las instalaciones de alguno de los Módulos de Atención Ciudadana es ingresar a una cápsula del tiempo. En noviembre, decidí renovar mi credencial de elector, en vista de que programar una cita con el INE es como hallarse un billete de ajolote. Pero es de conocimiento local que el módulo al que fui permite hacer el trámite sin necesidad de cita previa (si acaso, hacer fila).
Esa atemporalidad en que viven las instancias gubernamentales fue lugar de sepulcro de mi IFE.
Durante años, he visto videos tutoriales de cómo maquillarse y peinarse para salir bien en fotos oficiales sin dejar de lado los requerimientos, pero el día de mi proceso no recordé nada, al fin y al cabo las fotos de cualquier credencial siempre salen distorsionadas… y una semana después ahí estaba mi nueva credencial de elector, con una foto que no me gusta para nada a comparación de mi antigua credencial. “No pasa nada, ahí la tendré como recuerdo de que me gustó mi foto”. Y pos no. El protocolo indica mutilarla frente a ti, un adiós cruel.
A pesar de la importancia que le damos a la ID en México, lo cierto es que a la hora de muchos trámites, siempre te piden respaldo de otros documentos; sólo sobrevive por su cuenta en bares y cuando vas a votar. A las puertas de las elecciones 2024, mi nueva guerrera quizás sólo parecerá un peón más, que en diez años irá al mismo mundo que mi soldado caído.