«Sobre _Lo demás es silencio_ de Augusto Monterroso» por Adán Echeverría-García

«la mejor manera de acabar con las ideas 

ha sido siempre tratar de ponerlas en práctica».

Augusto Monterroso

Un gran número de lectores conocen a Augusto “Tito” Monterroso (Tegucigalpa, Honduras, 1921 – CDMX, 2003) por la brevedad contundente de su minificción

“El dinosaurio”

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (7 palabras)

que por muchos años fuera una de las narraciones más breves, hasta que Luis Felipe Lomelí nos entregara:

“El emigrante”

—¿Olvida usted algo?

—¡Ojalá!

en el que, con tan solo 4 palabras, nos incita a la reflexión profunda del escapar de la tierra que los vio nacer.

Se conoce a Monterroso como el gran minificcionista (se observa en su producción “una poética minificcional subyacente en el proyecto artístico monterrosino”, como lo señala Lodoño Vega en 2012), se le nombra como el maestro de la brevedad (Andrés Olascoaga en la revista Gatopardo, 2019); pero, por mi parte, siempre comienzo mis talleres literarios leyendo el magistral cuento “Obras completas” (que no es nada breve: 8 páginas en su edición de Anagrama de 2018), en el que Tito Monterroso nos presenta al maestro Fombona, a su grupo de taller literario, y al malvenido poeta Feijoo. Un cuento en el que, si no se pone cuidado en su lectura, te hará creer que Fombona logra ayudar al alumno Feijoo a superar su timidez, cuando lo que en verdad hace es arruinarle su espíritu creativo, evitando que sea poeta, para convertirlo en un estudioso ensayista, compilador de las obras completas de Unamuno. 

En este cuento queda mucho de lo que es la poética de Monterroso (a quien en el 2000 le fuera entregado el Premio Príncipe de Asturias de las Letras), pues su ironía llevada al extremo; jugando con las ideas preconcebidas que tenemos de la cultura, y de la sociedad, así como del comportamiento de las personas dedicadas al arte literario.

¿Qué podemos encontrar en Lo demás es silencio. La vida y obra de Eduardo Torres (Joaquín Mortiz, 1978) de Augusto Monterroso? 

Sobre esta obra que acá nos ocupa, en el 2003, Luz María Lepe Lira señala: “La novela Lo demás es silencio del escritor Augusto Monterroso es un asalto: nos toma para después soltarnos al humor sin aviso. Conduce a pensar la ironía como una máquina silenciosa donde las palabras atrapan y, no se sabe justo en qué momento, uno como lector sonríe”. Más adelante la ensayista añade “como parte de la naturaleza de la ironía, se presenta cómo en la construcción de un alter ego, el personaje Eduardo Torres, Monterroso ironiza sobre sí mismo”.

Son notorios en el personaje del que se habla, rasgos dcl propio autor. De alguna forma el Eduardo Torres con que se quiere fundir y confundir Monterroso, está muy alejado de aquel maestro Fombona, del cuento: Obras completas.

Sobre Fombona, Augusto Monterroso escribe:

“Cuando cumplió cincuenta y cinco años, el profesor Fombona había consagrado cuarenta al resignado estudio de las más diversas literaturas, y los mejores círculos intelectuales lo consideraban autoridad de primer orden en una dilatada variedad de autores. Sus traducciones, monografías, prólogos y conferencias, sin ser lo que se llama geniales (por lo menos eso dicen hasta sus enemigos) podrían constituir en caso dado una preciosa memoria de cuanto valor se ha escrito en el mundo, máxime si ese caso fuera, digamos, la destrucción de todas las bibliotecas existentes.

Su gloria como maestro de la juventud no era menor. El selecto grupo de ávidos discípulos que comandaba, y con el que compartía una que otra hora por las tardes, veía en él un humanista de inagotable erudición y seguía sus indicaciones con fanatismo incondicional, del que el propio Fombona era el primero en asustarse: más de una vez había sentido el peso de esos destinos gravitando sobre su conciencia”.

Mientras que, de Eduardo Torres, el autor presenta 4 “testimonios” en el que se apuntan rasgos observados por quienes lo presentan y describen. 

El de un amigo que expone: 

“…un hombre a todas luces incómodo, cuya edad debe de andar con seguridad alrededor de los cincuenta y cinco años…”.

que presenta, según describe: 

“un extraño tic de claro origen psicosomático que le hace contraer la mejilla izquierda cada quince o veinte segundos”; “serena actitud pensante que se adivina en aquel rostro no sólo cetrino sino agitado en lo interior, en números redondos, por mil pasiones”; 

Eduardo Torres se encuentra entre paredes cubiertas por libros que “ha leído por lo menos dos veces”; y luego de ser adulado, se le hace una propuesta, y él se niega a aceptar la candidatura a gobernador porque:

“su misión es otra, y que ésta no consiste sino en difundir sin descanso las ideas, cualesquiera que éstas sean y dondequiera que se encuentren; en defenderlas como cumple a todo ciudadano, en el campo que a él en lo personal el destino le ha deparado, sin abandonar imprudentemente su legítima trinchera (la cátedra, el periodismo)”. 

Hasta el grado de investirse con esta comparación: 

“Dejen ustedes que el libro cumpla la natural función que le está encomendada sin desviaciones ni halagos”. 

Regalándonos un ideal del escritor comprometido: “vencer en mí mismo lo que todo clásico sabe que es lo más difícil de vencer en cualquier lid: la ambición y los halagos de la cosa pública”. Eduardo Torres se mira a sí mismo como un libro.

El segundo testimonio es de Luis Jerónimo Torres (su hermano). Apunto acá algunos de los fragmentos en los que describe a Eduardo Torres:

“Por su inclinación a las letras clásicas, que llevó siempre con sofisticada afectación, por su sentido de la justicia, por su hombría de bien, rayana con un machismo bien entendido”.

“E. Torres no se diferencia en nada de la mayoría de los directores de suplementos culturales al ofrecernos la lectura de obras y polémicas ajenas en cualquier caso a temas políticos que en el fondo corrompen, como quería Sócrates, a la juventud”.

El juego que Monterroso plantea en su novela es desfragmentar su propio Yo, tanto en Eduardo Torres, como en los que darán testimonio de él; y por lo mismo el citado Luis Jerónimo se describe a sí mismo de esta manera:

“ejerzo el periodismo, no diré que sin eficacia, pero sí con modestia. Mis ambiciones de novelista y poeta quedaron atrás a medida que las necesidades económicas, los amigos demasiado amigos y cierta inclinación, para qué es más que la verdad, a la cantina, fueron poniéndolas en su verdadero lugar. Tal vez incluso como periodista no goce de mucho público, pero sé que no me faltan lectores”.

Para hacer incluso esta revelación: 

“me agrada también del periodismo la posibilidad de usar seudónimos, (…), he usado varios, quizá decenas” y apurar los siguientes hallazgos filosóficos: “sólo el renombre de quien las emite hace que ciertas ideas valgan algo.”

“mi hermano ha sido siempre fiel a su fidelidad a sí mismo, convencido como estoy de que jamás se ha traicionado sosteniendo la misma idea o concepto por más de una hora o veinticuatro”

“Se trata de un niño robusto, aunque algo feo y de piernas más bien demasiado largas, que duerme tranquilo y a sus horas.”

Cuando cumplió su primer año, cuenta su hermano, una tía lo dejó caer al suelo y “tardó eso de media hora en volver en sí. Más tarde sus padres temieron sin razón aparente que esto pudiera haberlo afectado, sobre todo porque a la edad de cinco años no había pronunciado aún su primera palabra, que finalmente no fue ni «papá» ni «mamá», sino «libro»”.

De nueva cuenta Eduardo Torres se mira a sí mismo como un libro. Augusto Monterroso se mira así mismo como un libro. Un libro contiene el conocimiento. El conocimiento es dios, nos dicen los griegos. Dios dentro de los Libros. Los libros como un dios, a los que el autor les tiene tanta deferencia.

Estos pensamientos me hicieron recordar lo siguiente:

“desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que he tenido muchas—, ni propias relejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí” (Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea de la Cruz, de Sor Juana Inés de la Cruz).

Ese haber nacido a la literatura, para la literatura y los libros, para el conocimiento. Sor Juana incluso nos dice: 

“que no había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer, a la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó, porque no era creíble; pero, por complacer al donaire, me la dio. 

Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la desengañó la experiencia; y supe leer en tan breve tiempo”.

La reiteración del amor por los libros, de la lectura y el conocimiento que quedan de manifiesto, a través de los siglos, desde aquella niña Juana, hasta el personaje de cincuenta y algo de años que es Eduardo Torres, que es el mismo Augusto Monterroso. María Teresa Narváez explica: 

“A este pasarse la vida preparándose para producir una obra maestra, a la escritura vista como proceso interminable unas veces o siempre en potencia otras, es a lo que llamamos en este trabajo «movimiento perpetuo», utilizando el título de uno de las obras de Monterroso”.

Nos situamos frente a un libro (Lo demás es silencio) que pudo ser un diario biográfico o autobiográfico del propio autor, pero que ha sido construido como una novela de ficción, para que el autor juegue, se divierta, e incluso pueda ser suficientemente crítico con los otros escritores y artistas de su generación y en caso de una polémica poder decir: Yo no lo dije, lo dijeron mis personajes en una ficción. Tal como se cuenta de Borges cuando decide incursionar al cuento:

“Hay una anécdota de comienzo según la cual Borges empezó a escribir sus cuentos fantásticos en 1939, mientras convalecía de un accidente grave, el mismo que también aceleró su ceguera: desconfiado de sus anteriores capacidades de trabajo, el escritor habría decidido probar con «…algo nuevo y diferente para mí, a fin de poder, si fracasaba, imputar la falta a la novedad de mi tentativa»” (Isabel Stratta, 2005).

Monterroso autor desdoblado en el personaje sobre el que otros fragmentos del mismo Monterroso van hablando, y explicando su amor por la literatura, y por los autores clásicos.

“Monterroso se muestra muy marcado por esta condición de autodidacta e intenta compensarla utilizando recursos tales como la broma erudita, las falsas atribuciones y las innumerables alusiones literarias que pueblan su escritura”. (María Teresa Narváez, 1997)

Como queda claro desde el propio epígrafe con el que Monterroso abre su obra: “Lo demás es silencio” de Shakespeare, en la obra La tempestad; justo para dejarnos claro su relación con la literatura clásica, usa este epígrafe para nombrar su propia novela. Por ello se le hace necesario el subtítulo de la misma: “La vida y obra de Eduardo Torres”, que nos brindará la posibilidad de la recreación ante las reglas del juego que el mismo se impone.

Ya en 1997, María Teresa Narváez, había señalado: 

“Desde el inicio de su producción literaria, el guatemalteco residente en México, Augusto Monterroso aborda con insistencia los temas de la literatura, el escritor y el acto de escribir. El horror y la fascinación de la página en blanco obseden a Monterroso y constituyen una constante temática nunca exenta de la mirada irónica, y a la vez compasiva, que caracteriza su quehacer literario”.

Porque a diferencia de Sor Juana que pudo estudiar sus lecturas acompañando a su hermana, Augusto Monterroso ni siquiera concluyó sus estudios de primaria. María Teresa Narváez nos cuenta que:

“Necesidades económicas de su familia lo obligaron a desempeñarse desde los dieciséis hasta los veintidós años en una carnicería donde llevaba la contabilidad. Durante sus ratos desocupados, se dedicaba a la lectura”.

Y nosotros leemos dentro del testimonio de Luis Jerónimo Torres:

“los empleados de la Biblioteca se asombraban de ver llegar todas las tardes a aquel niño de pantalón corto a pedir volúmenes de historia o ciencia” y también señala: “En cuanto a su juventud, es difícil hallar en todo San Blas a alguien que no haya perdido la oportunidad de observar hasta qué extremo eran pocos los libros que su curiosidad no hubiera dejado de investigar”.

El tercer testimonio le toca a Luciano Zamora, que se presenta como “secretario y ayuda de cámara, o valet” del mencionado Eduardo Torres. Zamora intenta pergeñar para nosotros un retrato, pero aumenta la digresión hasta la burla, pues como suele sucederle a muchos escritores vanidosos, termina hablando exclusivamente de él, y de sus pasiones por Felicia, empleada de dieciséis años que se unió a la familia del Dr Luis Alcocer, vecino y enemigo jurado —según señala Zamora— de Eduardo Torres, que del mismo autor a quien debe homenajear.

Así nos enteramos que Felicia termina por ser pareja del narrador Zamora: 

“rompiendo con todas las reglas, un día me presenté en su casa, pregunté por Felicia, salió, le propuse que huyera conmigo, aceptó, y esa misma noche, con dos o tres cajas de cartón y una pequeña bolsa en que guardaba sus alhajas, nos retiramos de aquel infierno”.

Pero en lo poco que habla sobre Eduardo Torres, Zamora nos brinda más pistas sobre nuestro personaje: “ya demasiado conocido, apreciado y vilipendiado en aquel infecto pueblo” y añade: “nunca se logrará saber con certeza si el doctor fue en su tiempo un espíritu chocarrero, un humorista, un sabio o un tonto”;

Ya Monterroso había escrito: “Está bien leer mucho, estudiar con ahínco, se decía con frecuencia: pero observar a las personas le sirve más a un escritor que la lectura de los mejores libros. El autor que se olvide de esto está perdido.” (en el cuento Leopoldo, sus trabajos); tal vez he acá la razón de que el autor ponga a otros a entregar los diferentes testimonios de su Eduardo; una forma de señalar que otros, los que lo observan, son aquellos que hablan de él, y no la vanidad de hablar de sí mismo.

Por eso este Zamora da un testimonio falso si es que no sesgado respecto de cómo mira su relación con Eduardo Torres; pues pasa de “el doctor era un héroe”, al reproche de señalar que “me dejaba encerrado con llave en su biblioteca”.

El cuarto y último testimonio le toca a su esposa Carmen de Torres, que junto con el testimonio de Luciano Zamora, nos recrea fragmentos de la relación entre Monterroso y Bárbara Jacobs (CDMX, 1947), que fuera la esposa de Tito entre 1971 y 2003. Antes de conocer algunas de las descripciones que Carmen hará de Eduardo Torres, bien valdrá leer algunos apuntes más presentes en el cuento “Leopoldo (sus trabajos)”:

“Leopoldo era un escritor minucioso (…) sólo tenía amigos escritores, pensaba, hablaba, comía y dormía como escritor; pero era presa de un profundo terror cuando se trataba de tomar la pluma. A pesar de que su más firme ilusión consistía en llegar a ser un escritor famoso”.

Y esto viene al caso, porque la misma Carmen va a señalar en diversas ocasiones (las cuales enumeraremos, y sobre las cuales haremos algunos comentarios entre paréntesis) lo que para ella (o para el mismo Monterroso) es vivir con un escritor de relativa fama. Con este pequeño relato de Carmen se podrían construir estos Apuntes de la esposa de escritor (o artista) famoso:

1. “unas relaciones que hubieran sido tormentosas a no ser por el temperamento tranquilo de él y mi paciencia para soportar desde entonces sus lecturas” (el texto de Carmen podría evidenciar algunas figuras interesantes de un manifiesto machismo descubierto por el cómo la esposa explica su relación: “uno tiene que estarse en la casa lidiando con las sirvientas, y hasta eso, uno sin sueldo” cobra relevancia el artículo indeterminado “uno” con el que la supuesta Carmen se expresa de ella, en vez de decir “una” para quedar: “una sin sueldo”).

2. “cuando él comenzó en serio con su vocación de estudioso y no salía para nada en las noches”.

3. “a veces leía tan exageradamente en la cama que muy pronto se quedaba dormido con el libro en la mano y a la mañana siguiente, cuando yo me despertaba y me desperezaba un poco, sentía algo inquietante y como duro en medio de los dos y por lo regular era un tomo de alguna novela o hasta de Cervantes” (acá el autor no puede evitar el juego del doble sentido erótico, como perspectiva de chiste picante: sentía algo inquietante y como duro en medio de los dos).

4. “uno se va dando cuenta cada día de que tal gran hombre no existe, sino que lo que sucede es que tiene deslumbrado a medio mundo” (de nuevo el indeterminado “uno” en vez de “una”).

5. “uno los ve hasta con coraje cómo leen a toda hora y toman a cada rato sus notas como si eso fuera lo único que tienen qué hacer”.

6. “delante de todos le decía que se dejara de cosas, que él tampoco había leído esa novela o libro”.

7. “como Eduardo recibe todos los libros y revistas yo le ayudo a abrirlos o a guardarlos y en esos ratos con un poco de atención y más si es pintura algo se le va pegando a uno”.

8. “mi marido que habla y habla todo el tiempo de cosas elevadas (ay sí) pero que en su tiempo apenas se ocupaba de sus hijos y me dejaba a mí toda la carga”.

9. “¿Qué hacen tú y tus amigos? Pasarse todo el día en el bar o en el café hablando las mismas tonterías y divirtiéndose con los que escriben o sintiéndose a saber qué”.

10. “porque los poetas y escritores de aquí siempre siguen la carrera de abogados para poder trabajar en Relaciones o en algún otro ministerio de perdida”.

11. los libros “me tienen hasta el copete con la tareíta de abrir los que vienen con las hojas cerradas y por el polvo que la criada tiene que estarles sacudiendo”.

12. cuadros que le “regalan sus amigos pintores y él los tiene que colgar aunque no le gusten”.

13. cuando el escritor muera “el Gobierno ya no quiere comprar las bibliotecas por lo que valen, pues dice que hay muchas y que todas tienen los mismos libros con las mismas dedicatorias”.

14. “sostiene que va a regalar todos los (libros) que no sean de su especialidad y cuando ya están los alteros hechos se arrepiente y a los ocho días vuelve a colocarlos en el mismo lugar”.

15. “no es un hombre práctico por vivir pensando en las ideas; para él la cultura y se acabó; gracias a lo cual dicho sea de paso vivimos en la pobreza”.

Hasta acá esta pequeña relatoría de los muchos momentos que Carmen de Torres presenta del homenajeado Eduardo Torres.

En conclusión, el libro Lo demás es silencio. La vida y obra de Eduardo Torres, es un texto muy entretenido; mucho más para personas que nos gusta la lectura, la disciplina literaria e incluso se nos da un poco es manía de escribir. Pero no estoy muy seguro si funcione como una historia que entretenga a quienes buscan en los libros una historia para enajenarse un poco de su vida cotidiana. Es un libro de escritor para escritores.

Lo demás es silencio, presenta junto el subtítulo: La vida y obra de Eduardo Torres, y se divide en tres partes: Testimonios, Selectas de Eduardo Torres y Aforismos, dichos, etc.; a los que añade un Addendum, en el que Monterroso hace escribir al mismo Eduardo Torres el Punto Final de su libro, y por el que se nos descubre una vez más el juego, la ironía:

“Al releerme, en ocasiones me detengo, miro a un lado y a otro, e imagino si yo habré escrito lo aquí recogido, o pensado en realidad lo que algún día dije o se dice que dije. 

Pero sueño o no, Próspero y Hamlet de la mano en el epígrafe de estas páginas, epígrafe llamado sin duda a confundir, y no por mi cuenta, desde el primer momento a quien de buena fe quiera internarse en lo que a mí concierne, no haya temor: al fin y al cabo, más tarde o más temprano, todo irá a dar al bote de la basura”.


Referencias:

Lepe Lira, Luz María. Ironía en Lo demás es silencio de Augusto Monterroso. Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, núm. 14, 2003, pp. 51-65. Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Monterrey, México.

Londoño Vega, C.M. 2012. La obra de Augusto Monterroso: una poética de la minificción. Tesis de Magister en Estudios Literarios. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Literatura. Bogotá D.C., Colombia. 77 pp.

Monterroso, A. 1978. Lo demás es silencio. Joaquín Mortiz, México. 167 pp

Monterroso, A. 1998. La oveja negra y demás fábulas. Alfaguara. 57 pp.

Monterroso, A. 1998. Obras completas y otros cuentos. Anagrama. 103 pp.

Narváez, María Teresa. 1997. La escritura como «Movimiento Perpetuo» en Augusto Monterroso. REHPR•XXIV, Núm. 1. 16 pp.

Olascoaga, Andrés. 2019. El maestro de la brevedad. Revista Gatopardo. https://gatopardo.com/perfil/augusto-monterroso/

Stratta, Isabel. 2005. Borges cuentista: las reglas del arte. Fragmentos, números 28/29, p. 029/039 Florianópolis/ jan – dez/ 2005