Sobre la profesión imposible del maestro

Esas profesiones imposibles,

donde se tiene la certeza de que

los resultados serán insatisfactorios

S. Freud

 

 

Ya no es fácil ser maestro en la sociedad que hemos creado, una sociedad pactada en la eficacia y la indiferencia. Una sociedad que parece prescindir cada vez más de los maestros, que los juzga, los estigmatiza en tanto sujetos sensibles a su entorno, y capaces de levantar la voz para manifestar lo que no anda.

Sin embargo, y es algo que podemos constatar, existen maestros y maestras que se rebelan ante un contexto que violenta la vida y la libertad. Son maestros que luchan día a día contra adversidades que resultan increíbles en pleno siglo XXI.

Nos referimos a que, a pesar de las carencias, de los retos que representan incluso los propios alumnos en el presente, los maestros, los que poseen un sentido de identidad con la profesión, buscan salir adelante.

Hemos visto como sin recursos, una escuela se levanta. Como sin el apoyo efectivo de las autoridades, o ante las promesas muertas, los maestros se empeñan en terminar lo que se proponen, ya sea que se trate de infraestructura o de actividades escolares.

Por tal motivo, pensamos que el maestro no trabaja desde lo que tiene, o con lo que se le provee, sino que trabaja desde lo que es como sujeto a una profesión que tiene tal vez como mayor característica, el contacto humano.

Y es en ese contacto con otros, llámense alumnos o padres de familia, donde se producen precisamente destellos de rebeldía para ir en contra corriente, para hacerse a un lado de lo que se impone desde un orden vertical.

A esos maestros se les juzga cuando se rebelan, cuando critican. Y se les señala como desviados de su lugar al no seguir lo pactado, lo planificado en los programas, o lo que resulta igual, lo que ya está determinado para que suceda supuestamente en el alumno.

Afortunadamente, aparecen de vez en cuando, maestros y maestras capaces de abandonar la posición de poseedor de un saber. Se trata de aquel que sabe jugar con sus educandos para aprender con ellos no lo que ya está dicho o descubierto, sino buscando otra cosa, algo que aunque parece mínimo, conmina una verdad.

Ahí es donde se precipita la real y silenciosa función del maestro, en el acto que dejar ver una verdad. Al más puro estilo socrático, aquel que parece corromper las almas de los jóvenes, no para llevarlos a la muerte, sino para provocarles el deseo de seguir con vida en tanto hay más camino que certezas.

Por eso dicen algunos que educar implica riesgos (Giussani, L., Educar es un riesgo, 1991). El riesgo de verse juzgado por un Otro, ya sea una autoridad o un sector de la sociedad. El riesgo de que sus alumnos, cada vez pregunten más, una vez que se les ha enseñado a cuestionar. El riesgo de que un niño grite cuando el maestro se ha equivocado, no por molestar, sino para decir, Mira que bien me has enseñado a escuchar.

La enseñanza entonces, se trata de un acto, donde se tiene un propósito –el aprendizaje-, pero donde no se sabe qué va a suceder una vez que se pone en marcha. El acto educativo tendría acaso como principal objeto, que se produzca un encuentro entre dos sujetos.

Y que de ese encuentro algo surja, algo sorprenda. Eso sería en el fondo el aprendizaje, un acto de rebeldía en tanto la libertad que representa el encuentro, y un resultado que casi siempre resulta imprevisible.

Es eso lo que Freud (Análisis terminable e interminable, 1912) señalaba como un resto imposible de tratar, o en su caso, imposible de prever. El riesgo estribaría en no saber qué sucederá del encuentro entre maestro y alumno, pero sabiendo que tal encuentro es necesario para el crecimiento.

Lo contrario, es decir, creer que la relación del maestro con el alumno se puede controlar, resulta ilusorio. Que el aprendizaje se puede determinar, cosa por demás falaz.

Como dice Catherine Millot (Freud anti-pedagogo, 1980), La idea de que la pedagogía es cuestión de teoría…de que puede haber una ciencia de la educación, descansa en la ilusión de la posibilidad de dominar los efectos de la relación entre un niño y un adulto (p. 198).

Ahí es donde toma sentido la postura freudiana de que así como en un análisis, como en el mismo acto de gobernar, la educación no puede controlarse, entonces es imposible hablar de educar a un sujeto.

Y desde esa perspectiva, el maestro que se sabe rebelar ante lo ya dicho, que se deja llevar más por la experiencia del encuentro sin esperar algo a cambio, resulta de mayor operación, que aquel que se ciñe a las perfecciones del cuadrado.

Difícil situación la del maestro en la sociedad actual, rebelarse ante el acto de educar sin esperar nada a cambio, si acaso, como se dice en psicoanálisis, quedaría en el plano, la falta y el olvido, lo cual indicaría que un sujeto –llámese alumno-,  ha tomado su camino.