Síntomas sociales, ¿qué nos vincula al conjunto?

La ciudades manifiestan síntomas que buscan ser escuchados y atendidos, sin embargo ni lo uno ni lo otro, se callan, se silencian, se matan.

Cuando hablamos de síntomas sociales, entendemos todas aquellas manifestaciones enfermizas de la sociedad, como son los altos índices de delincuencia, pobreza, intolerancia, desigualdad, violencia, entre otros.

Primero diremos que la palabra síntoma proviene del latín symptoma, que significa señal o indicio de algo que está sucediendo o está por suceder en un organismo. De tal forma que podemos hablar de síntoma en la sociedad, desde una óptica organicista.

En ese sentido, la sociedad funciona como un organismo vivo, el cual nace, crece y evoluciona para después llegar a la muerte. Idea que va de la mano con la que Pablo Fernández Christlieb (La psicología colectiva, 1994) define a la dinámica afectiva de la sociedad.

Sociedad que en su transcurso enferma consecuentemente, y enferma a razón de conflictos no resueltos, o que incluso llegan a salirse de los límites tolerables. Como podemos apreciar desde esta perspectiva, la sociedad se asemeja bastante a la categoría persona.

Una persona que llega a desarrollar un síntoma –piense en un dolor de cabeza-, tiene en sus manos la oportunidad de atender algo que está más allá de la dolencia.

El dolor de cabeza manifiesta otro sentido que si no es escuchado y atendido a tiempo puede conducir a complicaciones de más amplios alcances. El dolor podría estar obedeciendo a una infección, un virus que se propaga por el cuerpo.

Si no se atiende entonces, el problema no es el dolor después, el virus o la infección o lo que sea que la esté causando tendrá la fuerza suficiente y el tiempo para destruir un órgano o todo el conjunto.

Es algo que se conoce en la medicina. El síntoma se atiende, se intenta calmarlo como es demandado por el paciente, pero lo que realmente importa es lo que provoca el síntoma.

De ahí que Freud desde sus primeros estudios sobre la histeria, exigiera que los síntomas se leyeran a manera de jeroglífico, se descifraran para llegar al centro del conflicto en la persona.

El mismo Freud definía al síntoma como una formación reactiva a un conflicto interno y silencioso en el sujeto, como una sustitución al material reprimido, por lo tanto, una construcción inconsciente que resulta en un acto involuntario para el sujeto.

Después considera que el síntoma tiene un sentido, el cual reside precisamente en el vínculo de éste con el vivenciar del sujeto (Conferencias de introducción al psicoanálisis, 1915).

La tarea por lo tanto en un psicoanálisis como en la práctica médica en general respecto a los síntomas, consistiría en descubrir al vinculo entre el presente y el pasado del enfermo, es decir; la relación entre el síntoma aparentemente sin sentido y la historia donde quedó fijada la vivencia traumática pero que fue reprimida en tanto la conflictiva que generaba.

En base a lo anterior, logramos una lectura diferente de los llamados síntomas sociales. Si estos son atendidos con prontitud, si se les busca la relación, el vínculo con el pasado, entonces estaremos en posición de responder adecuadamente a ellos.

Por ejemplo, si establecemos el vínculo entre criminalidad y su historia, sus orígenes, tal vez podamos encontrar además de su sentido, el mecanismo para dejar algo diferente en el lugar que ocupa en la sociedad.

Si logramos identificar que la violencia ha existido desde siempre en el ser humano, que además tiene un papel en la configuración de la cultura, sabremos disuadirnos de la ilusión de eliminarla, pero en efecto, dejar en su lugar acciones de paz.

En otras palabras, si dejamos de darle a la sociedad píldoras para el dolor para enfocarnos en las causas y en los orígenes del mismo, habremos de posicionarnos de distinta manera frente a nuestra realidad.

De entrada, respetar que hay dolencias, aceptarlas. Saber que los síntomas sociales existen, que son señales de alarma, de que hay acciones inaplazables, que es el tiempo de poner manos a la obra.

En segunda instancia, corresponder a las dolencias, a los síntomas sociales cuestionándonos sobre la responsabilidad que tenemos frente a ellos, los que por cierto creemos –ilusión mediante-, no tienen que ver con nosotros, sino que le pertenecen a terceros.

¿Qué tiene que ver conmigo lo que sucede allá afuera? ¿Qué representa para mí la violencia y la desigualdad? Esto quiere decir: saberse pieza de un conjunto que se forma sin duda, por la suma de sus partes.