Sí merezco abundancia…

Hay algo que es bien real: los problemas que enfrenta nuestro grandioso y saqueado país son resultado del aprendizaje y no me refiero al sentido estricto del término, sino a la universalidad que el propio término implica.

Me explico.

La del ser humano, al igual que la de algunos animales, es una vida de constante aprendizaje. Aprendemos en los ámbitos social y privado: en un caso la referencia es al entorno social, familiar, laboral y/o sentimental y, en el otro, es estrictamente educativo, es decir al cúmulo de conocimientos que algunos comparten generalmente en aulas y laboratorios y trabajos de campo.

Una y otra forman el carácter, criterio y valores que guían a un ser humano durante su vida: Algunos con la enorme fortuna de haber podido asistir a una escuela y otros con la no menos agraciada oportunidad de experimentar en el terreno del “prueba y error”, pero todos tenemos siempre la ocasión de aplicar nuestro libre albedrío en la toma de decisiones a partir de experiencias de toda índole.

Idealmente así es o así debería ser en este agraviado país.

El problema en mi México lindo y querido nace entonces cuando todo este proceso es o fue interrumpido y el personaje que sufrió, padeció o enfrentó tal ignominia (la imposibilidad de concretar “naturalmente” este proceso) resulta ser de esos que toman decisiones a nombre -dicen- de la mayoría. En este punto hablo de amiguismos, compadrazgos y compromisos de corte político o, en el peor de los casos, económico, cuya sola mención ya representa un problema para todos, porque precisamente la decisión unilateral termina siempre por afectar al conjunto y más cuando los beneficios que supuestamente representan un plural, en la práctica se convierten en un singular ofensivo y doloroso.

Entonces no hay aprendizajes, sino repeticiones y estas son un banquete al que están convidados la corrupción y la impunidad.

¿Ejemplos?

Me resulta difícil aceptar que en el Poder Legislativo Federal, el responsable de crear, adecuar o corregir las leyes de este país, haya diputados como Blandina Ramos Ramírez (Morena), “Carmelita” Salinas Lozano (PRI) o Modesta Fuentes Alonso (Morena), cuyo único mérito académico es tener estudios de nivel primaria y que, además, comparten otro logro: no llegaron al Congreso como resultado de una elección, ocupan una curul por algo que se llama “representación proporcional” (principio de elección que consiste en asignar cargos de elección popular tomando como base el porcentaje de votos obtenidos por un partido político en una región para asegurar que cada grupo o partido esté representado, según se desprende del Sistema de Información legislativa).

La cámara de diputados federal está conformada por 500 y solo 300 de ellos resultaron electos en las urnas. Los otros fueron “palomeados” en sus respectivos partidos porque lo importante es que representen, no que tengan la capacidad de legislar. Entonces, ¿vale la pena mantenerlos?

Hablando de partidos, sucede que estas organizaciones políticas representan una ideología particular (izquierda, derecha, centro, social, comunal y hasta “ecologista” y quién sabe cuántas tendencias más) cuyos miembros siguen a dirigencias cuyo firme propósito es el de servir a México y los mexicanos con orgullo y hartas buenas intenciones (sic). Claro, a menos que los líderes o los personajes encumbrados de esas dirigencias hagan berrinche por alguna candidatura no otorgada o por alguna diferencia insalvable o por aburrimiento u otras razones igual de importantes, y decidan cambiar de camiseta y color, pero siempre con el objetivo de servir (ajá). El punto es que esta necesidad de servir y especialmente “servirse” nos cuesta una millonada: solo en 2017 esos importantísimos baluartes de la democracia recibirán 3 mil 940 millones de pesos de recursos públicos que bien podrían usarse para construir escuelas, pavimentar caminos, mejorar los servicios públicos o algo que verdaderamente valga la pena, porque ellos, los partidos y sus dirigencias y/o liderazgos, se enriquecen poquito a poco a costa de la bolsa y el esfuerzo de millones. ¿Vale la pena mantenerlos?

Lo peor sobre esos organismos son los entes que forman. Todos dicen saber y son producto de la cultura del esfuerzo y han recorrido a pie cada rincón y también tuvieron que trabajar desde muy pequeños y conocen las verdaderas necesidades de la población. Algunos llegan a excelentes puestos y el universo se alinea tan a favor de ellos que a las primeras de cambio tienen oportunidad de comprar enormes propiedades valuadas en millones de dólares y sus familias viajan al extranjero y usan ropa de diseñador y se valen de las redes sociales para burlarse de quienes no tuvieron esa suerte. Ahí están los casos, no invento nada: millones de pesos “desaparecidos”, montones de “servidores públicos” cuestionados y muchas afirmaciones relacionadas al ya famoso “sí merezco abundancia” flotando en el ambiente.

El punto es ¿hasta cuándo vamos a aprender?