Serie de minificciones «Anatomía» por Lucas Campopiano

Sobre las narices

Las narices son como pequeños obeliscos, jactanciosos trofeos de la victoria del carácter sobre el ego. Sencillamente basta con mirar pequeños detalles de la nariz para saber qué clase de carácter se carga una persona.

En las narices, como todo en la vida, se basa en su raíz. Esa pequeña cavidad entre el ceño y el hueso nasal. Hay cavidades muy profundas y sabias, como también las hay toscas, donde no hay cavidad alguna. Hay dorsos nasales que son largos y monótonos, y también los hay efímeros como su longitud. Hay anchas e indomables, como delgadas casi tirándole a enclenques. Pueden de igual forma ser convexas y egoístas, cóncavas y sumisas o completamente llanas e insípidas. Tampoco olvidemos que la punta de la nariz, como la raíz, dice más que el abismo mismo de los ojos y sin mentir, como suelen hacerlo algunos desvirtuados iris más que otros. En cuanto a las narices, las hay de todas, abultadas, respingadas, aguileñas, boxeadoras o cocainómanas. En lo personal prefiero las narices llenas de cartílagos, llenas de curvas, formas y redondeles. Llenas de vida en pocas palabras.

Una nariz te puede hablar del raquítico carácter de una persona o de su torpe valentía. Te puede contar historias que ni el mismo portador sabe de sí. Por eso, querido lector, es que nunca usted deberá enamorarse de una nariz amorfa. Puede ser una nariz chueca, una nariz rota e incluso una falta de nariz, pero por lo que más quiera, no se enamore de una nariz sin amor propio.

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Sobre las manos

Las manos son un par de radares que cablean el mundo tangible. Humildes historiadoras listas para relatar cualquier intrascendente anécdota. Pequeñas soplonas, listas para delatar.

Las manos gritan cuando son de dedos largos y delgados, gritan compasión, y cuando además son huesudas lloran por esa misma compasión. Las hay más rechonchas y de dedos cortos, torpes y carismáticas. Las hay pequeñas para los soñadores y las hay grandes para los pesimistas. Un hombre sin callos en sus manos es como un serrucho con todos sus dientes. Sin callos, no han visto la gloria del esfuerzo y no han sentido la delicada seda enmendando sus heridas. Cada mujer tiene una gesticulación distinta con sus manos, pero si una mujer al gesticular no deja haces de luz tras las puntas de sus dedos, pierde cualquier indicio de belleza.

Estas, las manos que enraízan la física y la metafísica, pueden serlo todo e independientemente de cómo sean delatarán historias, visibles o enmascaradas. Personalmente las prefiero huesudas, grandes de dedos largos que derrochen agonía, que cada vena sea el estrés de una pasión inconclusa. Así, querido lector, usted nunca deberá enamorarse de unas manos que no tengan cicatrices, quemaduras, manchas o erupciones, manos sin historias que contar. Podrá enamorarse de dedos chuecos, de uñas mordidas, de pulgares cortos y aburridos, pero por lo que más quiera, no se enamore de manos mudas.

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Sobre las areolas y pezones

Las areolas son las rosetas del templo que se erige a Eros, coloridos cristales que salvan de las más desdichadas penumbras. Los pezones son aquellas pirámides donde está lo más mundano deseoso de salir y lo más mundano deseoso de entrar.

Las areolas coquetean, su diámetro va proporcionalmente con la impulsividad de sus instintos, su arrebate por sensualidad. Su tonalidad se hilvana a la trivialidad erótica. Las hay arrugadas e hipersensibles y las hay también tersas e ingenuas. Hay pezones lánguidos y tristes, también los hay estoicos y perennes. Un pezón que no se acompaña de lunares, de otras manchas a su alrededor habla de un pezón solitario. Eróticamente rezagado y  en perpetua virginidad emocional. Todos los pezones están adornados con el rostro de la luna que los cuida, algunos tienen media luna y otros a la luna llena.

Las areolas son ventanas al sexo, los pezones pueden ser cúmulos de deseo, los hay rosados, rojizos, purpúreos, marrones y bordos. Sabor a soledad, sabor a gloria o insípidos como la personalidad, que invariablemente se empatan con los labios.

Pezones los hay payos o saturados, como las ganas de ser poseído y poseer. Los hay redondos y ovalados como la meticulosidad atrás de su sintonía sexual. Personalmente, los prefiero pequeños, payos y arrugados, que desborden intriga. Entonces, querido lector, nunca deberá usted enamorarse de un par de pezones simétricos, que no puedan coronar un orgasmo con la dicha de haber vivido.

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Sobre las espaldas

Me fascinan las espaldas que se abarrotan. Pueden protuberar músculos, pueden protuberar huesos. Pero si no está abarrotada de pecas o lunares es porque esa espalda no tiene alas. Cada peca es un sueño, cada lunar es una estrella, en ese finito mapa estelar.

De todo lo demás, aunque son fuertes predicciones, bien puede hacer caso omiso, sin embargo, querido lector,  si usted tiene planes de ir al Sol algún día, jamás se enamore de una mujer sin pecas o lunares en su espalda, porque como con las falsas alas de Ícaro, usted caerá en picada.

 

Semblanza:

Lucas Campopiano (1993, San Miguel de Tucumán, Argentina). Es auditor y se dedica a las artes visuales y literarias, habiendo expuesto obra tanto escultórica como pictórica y habiendo publicado un poemario llamado Las Sombras del Universo (2014).