Después de una semana de contemplación personal ante la inestabilidad, el vacío, la ausencia, etcétera, considero que esta semana puede bien prestarse para un texto que he tenido guardado por un rato y que extiendo aquí a manera de tributo.
Acaso el sufrimiento físico sea uno de los temas-eje de la literatura a partir del Siglo XX: la exploración encarnizada, la diversidad de opciones y adjetivos (proliferantes en categorías del dolor, curas graduadas a dichas categorías, y tratamientos superficiales cuando el dolor no puede extinguirse) permiten al escritor hacerse de maneras inagotables de explorar la violencia (interna o externa) hacia el cuerpo.
En la literatura mexicana, tenemos acaso limitados ejemplos memorables de una escritura virada a tal sufrimiento en un nivel, digamos, liminal: están Salvador Elizondo y su deconstrucción (material) del “Tú” femenino al que se dirige el doctor Farabeuf, Juan García Ponce con su escoptofílica atención a los procesos del dolor y del placer nivelados magistralmente en sus mejores narraciones y Julieta Campos, desde una praxis distante y nouveaurromanesca, con sus novelas firmemente ancladas en los sentidos.
A estos escritores, que acaso por el afrancesamiento que comparten se perciben como teóricos del dolor literario, se ha unido este año un auténtico biógrafo del sufrimiento: el joven póstumo Sergio Loo, conocido en vida por escribir poemas y narraciones y conocible ahora en muerte por escribir un texto escalofriante, perturbador, lleno de un lirismo de género único: Operación al cuerpo enfermo.
Operación al cuerpo enfermo no puede (no debe) ser leído exclusivamente como una especie de testimonio de la enfermedad que se llevó, lenta y apesumbradamente, la vida de su autor: basta sumergirse en sus páginas, en el laconismo de sus frases, en los ritmos crispados con los que una narración oblicua y cambiante se devanea, para darse cuenta de que el libro propone algo que está más allá de un proyecto testimonial: propone una investigación estética del sufrimiento físico, un calendario de impresiones sobre un padecer que, aunque escapa la posibilidad de enunciación, es transformable en algo nuevo.
En el libro, entonces, conviven las imágenes literarias de dolor con ilustraciones extraídas de manuales quirúrgicos, que dialogan con el texto de maneras muy poderosas (cabe resaltar la sección “Radio”, donde una prosa leve da entrada a una imagen desde la que el libro, en el nivel más literal de la palabra, conmueve) y que generan una experiencia de lectura dolorosa/placentera/inevitable, como la existencia misma a veces.
Perfectamente integrada a la percepción lírica desde la que se puede leer el texto, está la estructura narrativa que nos pasea por la historia de Pedro y Cecilia, personajes abstractos que son más habitáculos representativos de las mutaciones que sufre el cuerpo que “seres narrativos” en sí mismos.
Pedro y Cecilia, relacionándose, deformándose, devorándose, como el cuerpo mismo que es la estructura de este libro único, otorgan al texto una especie de “calidez”, un pathos con el que el lector no-preparado para la voluntad de experimentación puede relacionarse, y al mismo tiempo generan una mayor profundidad en el texto.
Variable, inestable, imprecisa y decadente, la relación entre ellos resume el tema esencial de Operación al cuerpo enfermo: desde lo físico, en el nivel más humano, la completa conjugación de ánimos y búsquedas es imposible; la experiencia es siempre subjetiva, imprecisa. Sin embargo, a pesar de que la experiencia sea tan violentamente limitada y existan tantos ejes en que somos distintos, siempre hay dos constantes: el sufrimiento físico y lo previo a su exaltación, la muerte.
El último libro de Sergio Loo, en fin, merece devenir espacio de memoria en la literatura mexicana, pues es capaz de enunciar algo compartido por todos, algo que todos llevamos en latencia, de manera radicalmente original.